Llevo estudiando esta obra más de veinte años y la semana pasada volví a colocarla en el atril. A pesar del paso del tiempo, sigue asaltándome cierta inquietud cuando, solo en casa por la noche, experimento en primera persona los cantos de sirena, la mortecina campana, o los diabólicos giros del diablillo nocturno que Bertrand describe en su poema:
¡Ay! ¡Cuántas veces lo vi y lo escuché, al duende, cuando a medianoche la luna brilla en el cielo como un escudo de plata sobre un fondo azul plagado de abejas doradas!
¡Cuántas veces lo escuché murmurar con su risa entre las sombras de mi cuarto, y rasgar con su uña las sábanas de mi cama!
¡Cuántas veces lo vi saltar al suelo, dar vueltas sobre un pie, rodar por toda la habitación como la moneda caída de la mesa de una bruja!
¿Creí entonces que había desaparecido? ¡El enano crecía entre la luna y yo, como el campanario de una iglesia vieja, con un cascabel de oro pendulando en su gorra sucia y arrugada!
Pero de pronto su cuerpo se azulaba, pálido como la cerámica de una bujía, su cara se ponía diáfana como la cera de las velas y, súbitamente, se apagaba.
Pues bien: hasta que la poesía.
Hace tres noches –y esto es rigurosamente cierto– escuché un leve crepitar procedente del baño junto a mi habitación. Somnoliento por el calor de la madrugada, me acerqué para comprobar que el sonido procedía del tubo del extractor del techo del baño. Se entreveían en su rejilla lo que parecían ser las negras patitas de algún insecto de cierta entidad, que posiblemente había caído desde el tejado hasta allí.
Como un servidor es poco amigo de la compañía de artrópodos en el seno del hogar, y ante la suposición de que se tratara de una cucaracha, preferí dejar al inquietante ser en esa su ubicación a la espera de que el paso del tiempo obrase lo que yo me sentía incapaz de hacer. Si bien mi inquietud iba en aumento al leer en Google que las cucarachas pueden vivir hasta un mes sin comida ni agua. Cielos.
Hoy, aprovechando la presencia de visita en casa, hemos accedido al baño, oportunamente pertrechados con un palo de escoba, para tratar –al menos yo– de consumar la heroicidad de afrontar pánicos atávicos. Retirada la rejilla, cual no sería mi perplejidad al encontrar allí, aún con un ligero hilo de vida, el scarbo de la foto, que pereció sin embargo tan pronto como fue rescatado de su prisión, o sea mi baño.
Esta noche tenía previsto darle otra vuelta a la sección central de la última de las piezas de Ravel. Lo haré armado, como siempre durante los últimos veinte años, de grandes dosis de paciencia y admiración. Pero seguramente esta vez también con un palo de escoba. Por si acaso.
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El que fuera fundador de la revista musical Scherzo y del Festival Mozart de Madrid, coordinador de la programación musical de Caja Madrid, director de la Semana de Música Religiosa de Cuenca y artístico del Teatro Real afrontó, tras su incorporación al CNDM en 2010, una drástica reducción presupuestaria que no le impidió multiplicar por diez la recaudación gracias a las propuestas imaginativas y las audaces programaciones musicales de su departamento. Abandona ahora el Sr. Moral, dice, por la rigidez y la excesiva fiscalización a la que se ven sometidos. “De todo mi tiempo, el 80% se va en solucionar problemas administrativos, no artísticos”, asevera.
Este mal, que amenaza con convertirse en endémico de este país gracias al perverso binomio formado por la mala gestión de algunos y la desacertada respuesta de otros, nos aqueja en mayor o menor medida a todos los que andamos en la promoción y gestión cultural. La, a menudo, escasa voluntad política de entendimiento tampoco ayuda. Los excesos cometidos –considerados por muchos fruto de una excesiva acumulación de poder pero que a un servidor se le antojan, tanto o más, debidos al desacierto en la elección de las personas que deben detentarlo, a todos los niveles– están propiciando políticas que no hacen sino asfixiar la promoción cultural. La naturaleza propia de la actividad artística aconseja adecuar, o al menos flexibilizar, la aplicación de unas normas que obligan, por ejemplo, a licitar festivales de música en base a criterios exclusivamente económicos, contratando a los artistas “por lotes” como quien adjudica un contrato de mobiliario o una obra. El resultado artístico es así el que es, al dejar de estar a la postre en manos de profesionales y pasar, mal que les pese, a las de interventores e inspectores.
Lo más frustrante del asunto es que poner el muro más alto no evitará –es solo cuestión de tiempo– que alguien encuentre la forma de rodearlo. Estas políticas supuestamente garantes de la transparencia, de gran rédito para los que se dicen de la regeneración, no harán otra cosa que agudizar nuestra proverbial picaresca. Mal de muchos, ya lo dice el refrán. Mientras tanto, valiosos proyectos en manos de profesionales de la cultura se asoman cada día, como lamenta el Sr. Moral, al abismo de la inoperancia.
[Publicado en el Diario de Ávila el 22 de Abril de 2018]
]]>Pero escasa maestría ha mostrado también quien, lejos de despejar con contundencia todas las dudas vertidas acerca de sus estudios por los impenitentes medios de comunicación, se enroca en esa indolente retórica política tan en boga. Máxime cuando el inmaculado cariz de su predicamento ha sido precisamente el que le ha llevado a la cátedra ejecutiva que ostenta. Con lo fácil que hubiera sido bajar de la nube, del pendrive o del altillo el trabajo de marras y evitarnos a todos este lamentable espectáculo.
Cuestionable maestría política denotan también en mi opinión algunos —no todos— cuadros de su partido que, más allá de la necesaria presunción de inocencia, se han apresurado a poner la mano en el fuego por la presidenta. Con sus prisas pueden poner también, ahora que la cosa se judicializa y el personal universitario empieza a escurrir el bulto, a la formación política a los pies de los caballos ante una opinión pública que reclama a la mujer del césar, además de ser honrada, parecerlo.
Mención aparte merece el tratamiento que algunos medios de comunicación hacen del asunto, contribuyendo como de costumbre a darle más importancia al contorno de lo anecdótico que a la enjundia del meollo. Y como a río revuelto ganancia de pescadores, la oposición empuja a los que desde su aparición juegan a la equidistancia —y que esgrimen ahora para evitarlo una comisión de investigación— al abismo de una moción de censura que no tocaba. Dichoso máster.
[Publicado en el Diario de Ávila el 8 de Abril de 2018]
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En un momento en que el postromanticismo wagneriano agotaba los últimos estertores del modelo tonal que había vertebrado la música europea de los últimos doscientos años y mientras, algo más al este, brotaban las propuestas atonales, seriales y dodecafónicas de los compositores de la denominada Segunda Escuela Vienesa –Arnold Schönberg, Alban Berg y Anton Webern, frente a la primera formada por Haydn, Mozart y Beethoven–, Debussy optó por explorar las etéreas salas de la composición modal, ajena a los tradicionalismos armónicos tenidos como irrenunciables hasta el momento. Al igual que los poetas simbolistas de la época, volvió para ello su mirada a la antigüedad grecolatina, convirtiéndola en renovado modelo de modernidad, en una suerte de renacimiento estético al alcance solo de los más grandes creadores.
Todo el que se aproxima por primera vez a su Preludio a la siesta de un fauno, como otrora el público parisino que asistió admirado allá por 1894 a su estreno, queda preso de una música embriagadora, cuya sutileza instrumental es solo comparable a la quintaesencia de sus cálidas texturas. Es la obra de Debussy la de un hombre que amaba la vida, la naturaleza, el arte, la belleza. Su extensa producción pianística jalona un camino que, nacido en Bach –como casi todo–, pasa por Mozart, Beethoven y Chopin hasta llegar a él. Sus aportaciones a la escritura y a la propia técnica del instrumento son incuestionables, como lo son sus originalísimas orquestaciones, que zambullen al oyente en mundos oníricos de un preciosismo instrumental desconocido hasta ese momento. Música de compleja escritura y de difícil interpretación, revela sin embargo un profundo conocimiento del arte de la composición y coloca a su autor con toda justicia en un lugar destacado de la Historia de la Música. Hace un siglo que nos dejó. Pero los “sonidos y perfumes” de su música siguen, como reza el título de uno de sus Preludios para piano, “girando en el aire de la tarde”.
[Publicado en el Diario de Ávila el 25 de Marzo de 2018]
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Entre líneas, la generosa visita a domicilio de la OSCYL, posible solo gracias a la colaboración entre administraciones, está llamada también a recordar nuestra pertenencia a una comunidad a la que volver la vista regularmente. Los postreros empeños por derribar las barreras orográficas y viarias que nos separan de la capital del reino nos hacen a veces obviar los vínculo afectivos con nuestra propia identidad castellano y leonesa. Y aunque es mucho lo que nuestra proximidad geográfica a Madrid puede aportar a esta tierra, tan sedienta de proyectos de envergadura que fijen su población y generen riqueza neta que la sustente, la reivindicación de un autonomismo responsable se hace igualmente necesaria, o más si cabe. La igualdad en el acceso a las oportunidades en todo el territorio, que propicie una cohesión real en una región tan extensa y de población tan dispersa como la nuestra, es a todas luces imprescindible. La creciente respuesta del público abulense a las visitas periódicas de la Sinfónica de Castilla y León dan fe de nuestra profunda receptividad en el campo cultural. La misma que históricamente siempre hemos mostrado, y que mantendremos responsablemente sin duda, hacia tantos proyectos de calado económico, social y empresarial de los que seguimos sintiéndonos acreedores.
[Publicado en el Diario de Ávila el 11 de Marzo de 2018]
]]>Tan solo siete días después, este mismo diario publicaba los datos del último informe de la FAD, en el que los jóvenes españoles salen poco bien parados, a la cola en desarrollo debido al paro y la emancipación tardía, lo que les impide una evolución tan positiva como en otros países de nuestro entorno, y que coloca en este sentido al nuestro en el puesto 24 del continente.
¿Cómo explicar a los alumnos que quieren dedicarse profesionalmente a la enseñanza musical, por ejemplo, que sus incontables horas de trabajo, sus estudios en el extranjero y su esfuerzo son menos válidos que el mero “paso del tiempo” para otros aspirantes en un puesto al que todos ellos optan? Suena cuando menos paradójico en estos tiempos de reivindicación de la igualdad. El bagaje profesional de estos docentes –la experiencia es un grado– jugará ya a su favor, como es lógico , en las pruebas y exámenes de contenido didáctico que la propia oposición incluye. ¿Por qué penalizar entonces doblemente en la valoración de sus méritos a unos jóvenes que intentan labrarse su futuro profesional en un campo tan vocacional y de tanta trascendencia social como la docencia?
La elección de los mejores profesionales debe ser siempre el objetivo, y no otro, de estos procedimientos selectivos. Cierto es que la escasez en la oferta de plazas durante los años más duros de la crisis ha propiciado una abultada tasa de interinidad, pero excusarse en ello para diseñar un proceso selectivo que bordea los principios de igualdad, mérito y capacidad no parece la forma más ecuánime de dirimir el asunto. Un Estado que penaliza a los que construirán su futuro por el mero hecho de haber nacido después se arriesga a espantar el talento que tantos recursos le costó cultivar.
[Publicado en el Diario de Ávila el 25 de Febrero de 2018]
]]>Hace unos días acudía al cine junto a mi sobrina de once años para ver una de esas películas de tono familiar. En ella, un grupo de monjes decide sumarse a la cosa futbolística para garantizar la continuidad de su vetusto monasterio. Más allá del argumento y la calidad del filme, me sorprendió su calificación: no recomendada para menores de siete años. Dado el uso continuo de palabras malsonantes y términos poco adecuados para menores que utilizaban los personajes –incluso a modo de mantra en algunos momentos– aquel auditorio básicamente infantil no parecía ser el más indicado para su consumo. ¿Me estaré haciendo mayor?
Basta con encender la televisión para comprobar que las posibilidades de desaprender lo aprendido en esa escuela que todos convenimos en considerar fuente de crecimiento intelectual aumentan a golpe de mando. Habrá quien considere que la relajación del léxico, la ausencia de imaginación en los formatos y el bajo nivel de entrevistadores y tertulianos hacen más accesibles los contenidos al público. No lo comparto.
Ahora que parece abrirse, de nuevo, el melón del Pacto de Estado por la Educación convendrá desplazar también el foco del debate educativo desde las aulas a la calle, a las familias, al entorno de nuestros jóvenes. Las herramientas con las que contamos los docentes, aún siendo muchas y poderosas, se muestran inermes ante el aluvión de mensajes groseros y chabacanos, los comportamientos viles, y el tono soez de personajes que son tomados como modelo por nuestros menores. Un auténtico Pacto de Estado por la Educación debe ser transversal, ya que de otro modo nacerá, si es que finalmente lo hace, mutilado. Se habla de contenidos, de competencias, del acceso a la función docente –asunto éste de enorme trascendencia que merece ser tratado extensamente en otro momento–, del dinero para becas, de los medios TIC. De poco servirá todo ello si no conseguimos que el entorno social de nuestros alumnos sea más amable, acorde a lo que los profesores nos esforzamos cada día en transmitirles. Los medios públicos, y aquellos que reciben fondos públicos, deberían estar obligados a reconsiderar periódicamente su código deontológico. Y los privados deberían al menos hacérselo mirar.
[Publicado en el Diario de Ávila el 11 de Febrero de 2018]
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Decía el profesor Mateo Valero, director del Centro Nacional de Supercomputación, en su disertación del pasado jueves en la Universidad Católica de Ávila para celebrar en esta ocasión al santo patrón de los estudiantes Tomás de Aquino, que se produce ya más información en un año que en toda la historia precedente. Y que los datos son el oro del siglo XXI.
En alguna ocasión he manifestado mi opinión sobre los riegos de disfunción del proceso comunicativo que nos acechan tras cada esquina de la red, y del peligro que corremos de interpretar el mensaje equívocamente solo por sus perfiles. Siempre hay quien ve una oportunidad en ello. Existe un programa en La Sexta, por ejemplo, que cada noche recorre la –a su juicio– actualidad de la jornada apostillándola con chascarrillos. No cabe duda de que la sonrisa es un magnífico bálsamo para reponernos de la cruda realidad. Pero convertir la ironía en refugio desde el que lanzar sistemáticamente proclamas contra colectivos y personas concretos no tiene tanta gracia. La franja horaria vespertina, habitual de los informativos, en la que se emite y el tono general del show parecen indicar que nos encontramos ante un noticiario. Sin embargo, el tránsito entre noticia y opinión sin solución de continuidad –aquí radica a mi juicio la perversión del formato– cuando de tratar temas complejos se trata ampara impunemente al que mezcla opiniones personales con arengas interesadas y capciosas, que llegan incluso al esperpento al celebrar los fracasos de encomiables empresas, o entrevistar a personas con el único objetivo de dejarlas en ridículo. Lástima, porque muchos de los chistes que los guionistas ponen en boca del presentador tendrían ciertamente gracia bajo un honesto epígrafe de “humor” nunca explicitado, al igual que bajo el de “opinión” se encuentra esta columna. Será que la presunción de inocencia, el buen gusto y el respeto dan menos cuota de pantalla que el concepto que de libertad de prensa algunos tienen.
Decía el gran compositor ruso Igor Stravinski que la única forma que tenía de encontrar la libertad en sus composiciones era marcarse unos límites. Quizá por ello son tan buenas.
[Publicado en el Diario de Ávila el 28 de Enero de 2018]
]]>Y ante semejante demostración de poderío, dos opciones: pánico, nerviosismo y caos, o admiración, paciencia y colaboración. Como ha hecho siempre desde que alguien acertó a plantar su tienda por primera vez en el páramo, la crudeza del invierno castellano nos puso de nuevo a prueba. Unos le respondieron calzándose las botas, pala en ristre, sabedores de su debilidad pero también de que tras la tempestad siempre viene la calma, haciéndole frente. Otros no. Sabedores de su desventaja en tan desigual contienda, algunos optaron por recuperar la sana costumbre machadiana de hacer camino al andar. Otros no. Unos tiraron de refranero también para poner al mal tiempo buena cara. A otros les da igual el tiempo –y el refranero– para ponerla mala. Unos tomaron memorables instantáneas del blanco manto como recuerdo. Otros prefirieron tomarlas como arma: confundieron el adversario.
La primera vez que fui a tocar a Nigeria descubrí hasta qué punto era cierta la recomendación de la única guía de viajes que encontré sobre el país. Decía en su cuarta página, en negrita, que allí uno debía estar presto a cambiar sus planes en cualquier momento. Verbigracia, la pérdida del equipaje nos obligó a recorrer pintorescas “boutiques” africanas para tener algo con que mudarnos la entrepierna. Un desafortunado incidente aéreo obligó a aplazar el concierto varios días, y a fe que cambiar un vuelo allí no es lo mismo que aquí. Y hubo más. Pero a este lado del mapa gobiernos de todo signo se dan de bruces recurrentemente contra la frágil cubierta de cristal de la burbuja que hemos dado en llamar sociedad de bienestar en la que habitamos. Lo que algunos consideran adversidad no es otra cosa que la naturalidad misma. Aprendí de mis viajes a tierras más duras que la capacidad de adaptación al medio es una forma de inteligencia. Que aquello es más verosímil que esto. Y que el empeño permanente por buscar culpables –en lugar de responsables que es, de largo, mucho más práctico– constituye la mejor garantía de la frustración del común ante situaciones difíciles.
Es lo bueno que tienen estas cosas. Que ponen a cada uno, dueño de sus propias reacciones, en su sitio. Sin ambages, ni caretas. Al fresco cada uno se muestra tal cual es. El cenizo en sus trece y el prágmático en lo suyo. Yo me quedo con que el pesimismo, al igual que el miedo, carece de utilidad práctica. Y además provoca úlcera.
[Publicado en el Diario de Ávila el 14 de Enero de 2018]
]]>Sábado, 30 de Diciembre de 2017. 20:30 horas
Sala Tomás Luis de Victoria del Centro de Exposiciones y Congresos Lienzo Norte de Ávila
Obras de Ravel, Soutullo/Vert, y Mussorgsky
Salvador Vázquez, director
Permítaseme expresar la emocionada satisfacción del deber cumplido, que me embarga cada vez que les escucho, al contemplar en el escenario a varias generaciones de alumnos que lo han sido del centro que dirijo desde hace ya algunos años como integrantes de la sinfónica abulense. Me compete hoy no obstante corresponder a la amable invitación que me cursa Juventudes Musicales, principal artífice entre otros del milagro, para cubrir la crítica de su último concierto. Así haré con gusto, con el cariñoso rigor que procuro siempre al crecimiento de nuestros jóvenes artistas, y que estoy seguro ellos sabrán compartir.
Celebraba la Sinfónica de Ávila el quinto aniversario de su encuentro navideño. La sala Tomás Luis de Victoria abarrotada –abonados buena parte a la Segunda Temporada Sinfónica y de Cámara de Lienzo Norte– saludaba el esfuerzo con masiva presencia en un evento de pago. En el podio Salvador Vázquez, director invitado, dirigió sin partitura a una orquesta sin complejos. Abría el programa la Pavana para una infanta difunta de Maurice Ravel. Trabajo cuidadoso el del malagueño, con un notable control del pianissimo, quizás algo excesivo en una sala de las dimensiones de la sinfónica de Lienzo Norte. Delicado arranque resuelto no obstante con destacable preciosismo por una orquesta que hubiese trazado tal vez un mejor fraseo con un tempo algo mayor.
Sirvió de intermedio a la primera parte el de La leyenda del beso, algo descolgado quizás del resto del programa, pero que hizo las delicias del público gracias en buena medida a una dicción melódica de la cuerda digna de todo elogio.
De vuelta a Ravel, se creció enseguida la sinfónica con su celebérrimo Bolero. Todo un reto para sus jóvenes integrantes por la difícil sucesión de pasajes a solo, encomendados principalmente al viento, de una partitura tan conocida en su conjunto como ignota aún para buena parte del público en sus detalles: acertado programa. Más resueltas unas que otras, pero con encomiable valentía y sentido musical todas –hay que estar ahí arriba para defenderlas–, las entradas del famosísimo tema jalonaron convincentemente el más popular crescendo de la historia de la música. Resultó en definitiva bien construído, gracias sobre todo al impecable ostinato rítmico de la caja y a un oboe, requinto y trombón que brillaron con luz propia. Un hito más, como con Mahler no hace mucho, en la trayectoria de la agrupación.
También con algo más de luz en el escenario llenaron la segunda parte del concierto los Cuadros de una exposición, en la magistral orquestación que del ciclo para piano de Mussorgsky hizo el protagonista de la noche. Unos días antes buena parte de la pinacoteca original era interpretada por el joven pianista Antonio Bernaldo de Quirós en la sala homónima –a la memoria de su recordado tío abuelo– del Lienzo con una brillantez solo superada por su humilde contribución a la celesta, como uno más, en la lectura orquestal de Ravel. Admirable ejercicio de concertación, concentración y compenetración hizo la sinfónica para esta endiablada composición, repleta de contrastes sonoros e irregularidades métricas. Quedó patente el magnífico trabajo realizado por el conjunto en Tullerías, los Polluelos en los cascarones y el Mercado de Limoges, piezas todas de compleja resolución para cuerdas y maderas. Algo falto de estructuración en su arranque, el tema del Paseo mejoró en sus sucesivas apariciones. Hermoso color el del inhabitual saxo en El viejo castillo, y destacada ejecución del trompetista en el original y difícil papel del judío pobre en Samuel Goldenberg y Schumle. Bydlo mejoró también a la par que el carromato cuya pintura evoca. De lo mejor del concierto fue sin duda la intervención de los metales en Catacumbas: entradas precisas, sonido cubierto, y expresivos contrastes dinámicos nos hicieron olvidar momentáneamente que nos encontrábamos ante una agrupación no profesional. Tras una exaltada Baba-Yaga arrancada con arrojo y valor por Vázquez a la orquesta, volvieron los metales a brillar en la Gran puerta de Kiev, apoteósico final que les hizo acreedores de una cerrada ovación.
No podía finalizar la cosa en vísperas sin una Marcha Radetzki que, de cara al nuevo año y a cargo de nuestra sinfónica, parece llamarnos a un irrenunciable optimismo. Sea.
[Publicado en el Diario de Ávila el 2 de Enero de 2017]
]]>Ya en alguna ocasión he manifestado desde estas páginas mi opinión acerca de la importancia que tiene en una ciudad como la nuestra programar con responsabilidad, conociendo los intereses y las inquietudes del público, pero sobre todo unas necesidades y un alcance –a menudo no es el cuánto, sino el cómo– que no siempre son contemplados. Programar no es sencillo, ni barato. Pero es necesario para el crecimiento de la ciudad, tal es el de sus habitantes. Se hacen imprescindibles para ello coordinación –el solapamiento de conciertos dirigidos al mismo tipo de público, incluso de una misma entidad, es más frecuente de lo deseable–, inteligencia en la distribución de los recursos, y contacto permanente con artistas y agencias. Un evento artístico “de calidad” no lo es porque se publicite como tal, sino por la profesionalidad en su gestión y ejecución. Una profesionalidad cuyo resultado artístico el público sabrá refrendar, y abonar, si se le presenta con una asiduidad que le permita su adecuada ponderación. Solo así la industria cultural contribuirá al tejido productivo, particular empeño entre otros de un servidor.
En los últimos años hemos asistido a un crecimiento exponencial de los conciertos benéficos. Es este un tema complejo que sin embargo merece ser considerado desde una óptica que, más allá de la incuestionable legitimidad de los fines que persigue, contemple también la perspectiva del profesional que se sube al escenario. Conviene recordar que en este tipo de eventos el artista renuncia voluntariamente a sus honorarios –de los cuales el precio de la entrada puede o no formar parte– a favor de la entidad en cuestión. El promotor del espectáculo o el gestor de la sala hará lo propio, si lo estima, con la taquilla. El reconocimiento del papel que el músico profesional juega pues en la generación de riqueza es fundamental. No en vano la puesta en valor de su actividad solo será posible si público, programadores y promotores son valedores de la misma, algo difícil si hay más conciertos benéficos, o gratuitos, que espectáculos que no lo son.
Deseable es pues recuperar el hábito de ir a los conciertos a escuchar. De dejarse sorprender por la partitura. Recuperar el respeto por la gran música que ha perdurado, y lo seguirá haciendo, de generación en generación. Hacer llegar este legado a nuestros jóvenes para que aprendan a disfrutarlo, que es sin duda el mejor modo de valorarlo. Sirva como anhelo personal para este nuevo año, junto a mis mejores deseos para el atento lector.
[Publicado en el Diario de Ávila el 31 de Diciembre de 2017]
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Hasta ahí las imágenes y las palabras. Los hechos han sido relatados por unos y otros con mayor o menor implicación, pero en muchos de los casos –es éste el destino último de mi reflexión– de una forma interesada y lo que es peor, rentable. Temas tan intrincados social, política y jurídicamente como los referidos, en los que se entremezclan en una tormenta perfecta de desdichadas coincidencias extremismos de derecha e izquierda, corrupción policial, homicidio y suicidio deberían ser tratados con una pulcritud exquisita por parte de analistas, periodistas, reporteros y políticos. Y si no es así, no hacerlo. Sorprende el arrojo con el que muchos han hecho suyo el caso –y lo seguirán haciendo– para erigirse en adalides de tal o cual causa sobre la cruda realidad de vidas y hechos ajenos. Todas las muertes son desgraciadas, sin apellidos. Toda la violencia reprobable, sin paliativos. Y aunque las conexiones de estos lamentables acontecimientos puedan describirnos un panorama más o menos desolador, la reflexión y la prudencia deberían ser el sonoro contrapunto a las estridencias a las que nos vemos sometidos diariamente.
[Publicado en el Diario de Ávila el 17 de Diciembre de 2017]
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Desde la barrera no estaría de más rogar algo más de prudencia a estos “francotiradores de la política”. El enfrentamiento y la diatriba solo tienen sentido en este noble ejercicio si persiguen el progreso, la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos y el crecimiento económico, máxime en una ciudad tan acogotada en su desarrollo como la nuestra. No nos sobran iniciativas industriales, no hay cola de empresas que vengan a instalarse en en el rocoso páramo Amblés, y solo el flujo económico es inferior al de agua en estos tiempos de pertinaz sequía. Como para tener permanentemente amenazados a los responsables de que tales flujos se amplíen. Los políticos, con sus defectos y miserias –que no son diferentes de las de usted o las mías– son personas, y como tales pueden verse afectados en su desempeño si éste se realiza bajo la amenaza permanente. Una cosa es el necesario y responsable escrutinio de la oposición, y otra bien distinta una intimidación continua que solo conduce al miedo, la parálisis y la alarma social. Conviene ser cuidadoso con el tamaño de una lupa que sirve además para todos.
Por ello sugeriría a estos “nuevos” partidos que reconsideraran su forma de hacer política. Por una parte tomando decisiones desde los cargos que ostentan, fruto de la confianza legítima que sus votantes les otorgaron, y no delegando en procedimientos asamblearios el arrojo que exigen a los demás –equivóquense, señores–. Y por otra respetando los tiempos y formas necesarios, ahora quizá más que nunca, en política. ¿Acaso alguien cree que “intervenir el área de intervención” mejoraría la complicada situación de la ciudad? Confianza: es este el aval necesario para sacar adelante los proyectos. No hace falta ser inversor o economista para constatarlo: ahí tenemos el ejemplo del éxodo empresarial catalán. Ya tendrán luego las urnas tiempo de hablar. El control al gobierno es no solo deseable, sino imprescindible, en el ejercicio de la política. Pero poner la venda antes de la herida, acusar preventivamente, y proclamar la presunción de culpabilidad le hacen un flaco favor.
[Publicado en el Diario de Ávila el 3 de Diciembre de 2017]
]]>Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas
Pablo Neruda
Conocí a Carmen en septiembre de 1990. Mi profesora de piano hasta ese momento en el conservatorio marchaba a Madrid y quería dejarme en las mejores manos. Casi por casualidad, como ocurren las cosas realmente importantes de la vida, conocí así a una persona que cambiaría la mía para siempre. Mi incipiente gusto por la música, que ya había consignado Doña Lourdes en un boletín escolar de notas del año 84, me había llevado a matricularme en el conservatorio unos años atrás. Pero fue con Carmen Aguirre con quien pronto se convirtió en pasión. Y es que había algo en la forma de entender el piano en aquella mujer enjuta y de modos exquisitos –ya por entonces lamentablemente casi extintos– que resultaba tan cautivador como su propia forma de enseñar. Era en ella la música un don tan natural como el habla. Definitivamente, y a pesar de mis primitivas inclinaciones hacia la arquitectura –perdí una apuesta que aún hoy tengo pendiente saldar–, sentí la necesidad de experimentar aquella forma de vida: quería ser persona, músico, y pianista. En ese orden, gracias a ella.
Pronto Carmen Aguirre marcharía a Alcalá de Henares a continuar su magisterio y me ofreció acudir cada semana a clase a Madrid. Comenzaron así los interminables viajes sabatinos a aquella casa de la calle Villanueva en la que conocí a tantos compañeros, hoy pianistas, compositores, profesores, amigos. Los pianos, los cuadros que adornaban las paredes, las partituras que poblaban los estantes: todo lo que aquella casa atesoraba la convertía en una suerte de templo en el que, aun sin saberlo, recibíamos bendiciones en forma de humanidad, disciplina y amor por la música. Los que tuvimos la fortuna de pasar durante aquellos años por allí compartimos estos días el recuerdo del trato exquisito, el trabajo riguroso y el afecto cariñoso de Carmen, y de como las audiciones que, como si de un salón romántico se tratara, realizábamos un par de veces al año acentuaban cada vez más un aprecio casi reverencial por la música y el piano.
Recuerdo las interminables noches en la cocina, camino de mis clases en Murcia para continuar estudios superiores, escuchando hasta la madrugada con quirúrgica atención –mientras se enfriaba algo más de la cuenta la mítica tortilla de patatas– grabaciones antiguas, en casetes y vinilos de tan infame calidad sonora como incalculable valía artística. Todos los grandes desfilaron frente a mis oídos. Y todo lo grande ante mi alma: conocí de la mano de Carmen el respeto, el trabajo, la honestidad y la libertad.
Como para los Chopin, Bach, Schumann o Brahms, también para nosotros pasaron los años. Carmen se instaló en Navacerrada, y las cosas comenzaron a no ser fáciles para ella. Quizás por ello –citanto a Neruda, a quien por cierto también ella me descubrió– nos forjó como a un arma. Las clases, sus alumnos y el piano fuimos cada vez más el epicentro de su vida. Hace unos días nos dejó. Hoy seguramente mantendrá inefables pláticas sobre el fraseo de la línea melódica con Mozart y Chopin. Con ellos, con los grandes.
Gracias, Carmen Aguirre.
[Publicado en el Diario de Ávila el 19 de Noviembre de 2017]
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La acción política es ejercida tanto por el votante, llamado a decidir a quien presta su voz en un contexto social cambiante, como por los partidos políticos, que tienen la obligación de desempeñar lealmente su cometido de aglutinar sensibilidades. Lo que algunos insisten en llamar “nueva” política no ha hecho sin embargo otra cosa que hacernos añorar la “vieja”. Hemos presenciado atónitos las nocivas consecuencias que conlleva la aplicación de políticas basadas en el resentimiento y el victimismo. Integrismos y populismos que apelan al instinto de supervivencia –supremacía incluso en el peor de los casos– deben combatirse con una integridad responsable que asfixie, también desde dentro de los partidos políticos, los insaciables egos de aquellos de sus líderes que pierden el norte en su palabrería vacía.
Esta lectura puede tener también, en mi opinión, su aplicación en un ámbito más doméstico. Los que creemos en la trascendencia efectiva también de la acción política más cercana seguimos pensando que el diálogo, la generosidad y el trabajo en equipo son las claves para el desarrollo de los grandes proyectos. Los comportamientos populistas –que no son exclusivos muy a nuestro pesar, dicho sea de paso, de los nuevos partidos – y la pérdida del foco de servicio al interés colectivo al que se deben nuestros representantes pueden hacer estragos también en nuestro entorno. De nuevo el papel que juegan los partidos políticos es crucial en este imprescindible proceso de saneamiento. Las legítimas aspiraciones de sus integrantes son necesarias para poder aplicar sus postulados en un ámbito que garantice su efectividad. Pero el cultivo desmedido de los personalismos frente a las ideas corre el riesgo de conducir a la frustración, contribuyendo a una suerte de hüzün de funestas consecuencias en el ya de por sí proclive al pesimismo estado de ánimo abulense.
[Publicado en el Diario de Ávila el 5 de Noviembre de 2017]
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Siempre que acudo a un espectáculo de entidad procuro hacerlo con la imprescindible predisposición a dejarme empapar de la propuesta, sin prejuicios. A ser posible, sin haber leído o escuchado previamente crítica alguna sobre el evento. Ejercicio de tolerancia con el que, no solo frente al arte, anhelo ver con mis propios ojos, escuchar con mis propios oídos, lo que otros quieren contarme para formar mi propio criterio. En el caso de los clásicos este estimulante proceso sensorial me permite revisitarlos desde infinitas perspectivas, diferentes cada vez. Bizet no es una excepción. Intenta uno impregnarse, sin ser aficionado a la fiesta, del sensual diálogo entre matador y astado. Se deja seducir por los procaces cantos de sirena de la protagonista, aún sabiendo el trágico desenlace al que irremisiblemente conducen. Se admira del ardor guerrero de los oficiales, extinguido sin piedad por las impúdicas –casi lúbricas en esta producción– propuestas amatorias de las cigarreras. Comprende en suma que Bizet nos devuelve, al igual que hizo con el público de París en su estreno –estrepitoso fracaso, por cierto–, nuestra propia imagen en el espejo.
Esta ópera aúna tantos elementos de actualidad, acrecentados por la propia escenografía de Bieito, que resulta sorprendente su programación precisamente en estas fechas. Una gran bandera de España preside todo el primer acto, en el centro de lo que, en el último, será el coso en el que un Don José consumido por los celos dará muerte a Carmen. El enorme cartel del toro negro, epítome de una de las Españas posibles, es derribado aparatosamente en escena en el tercer acto para ser literalmente descuartizado después, arrastrando en su caída la hombría soldadesca presente hasta ese momento en la acción. Símbolos y arquetipos hacen su particular paseíllo sobre el albero al abrigo de la exquisita música de Bizet. El Gran teatro del mundo calderoniano se ve transformado en estos días en un inmenso ruedo en el que acontece, a veces sainete, otras drama o comedia –ojalá nunca tragedia– la acción. Como dice Quevedo:
No olvides que es comedia nuestra vida
y teatro de farsa el mundo todo
que muda el aparato por instantes
y que todos en él somos farsantes.
[Publicado en el Diario de Ávila el 22 de Octubre de 2017]
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Recuerdo que en mis años de estudiante el calendario escolar lo regía todo. En mi condición de profesor aún lo sigue haciendo, y reconozco en ello una suerte de reconfortante segundo orden temporal en mi quehacer laboral, al igual que el de los chicos con los que tengo la fortuna de trabajar, como lo es el de las semanas, los meses, o los años naturales. Superpuestas ordenaciones del tiempo nacidas de la propia naturaleza, la necesidad y la proporcionalidad. Impensable era entonces viajar a la playa o al pueblo si ello suponía perder un solo día de clase. Lo primero era lo primero.
Resulta por ello paradójico que a estas alturas, cuando sanidad y educación dicen ser prioridades nacionales, y mientras se esgrime el recurrente Pacto de Estado por la Educación como herramienta fundamental para construir un futuro sólido para nuestros jóvenes, precisamente la voz de éstos, usuarios y destinatarios últimos del sistema, y la de los profesionales de la educación, docentes y maestros, haya sido tan tenue en este asunto. Tan solo la Federación de Asociaciones de Padres de Alumnos de Ávila se manifestaba en estas mismas páginas el pasado miércoles, criticando el “intrusismo” de algunos sectores en su tratamiento del tema. A esta hora no he encontrado ninguna manifestación pública del colectivo de profesores de Castilla y León al respecto, tampoco del de alumnos. Seguiré buscando. Mientras tanto, parece que esta vez uno de esos a menudo injustamente vilipendiados responsables políticos ha sabido mantenerse en su sitio. Vaya por ello desde estas líneas mi reconocimiento a mi jefe, el Sr. Rey. Y de paso al amable lector, mi deseo de unas santas –en su acepción de especialmente provechosas– vacaciones estivales. Nos leemos en septiembre.
[Publicado en el Diario de Ávila el 9 de Julio de 2017]
]]>No parece probable que Mozart cobrara por horas. Tampoco que pudiera acogerse al convenio colectivo del gremio de compositores vieneses del momento. Más bien su producción obedecía generalmente al encargo de mecenas, y solo a veces precisamente a su propia incontinencia creativa. Quizás lo ingrato del régimen de autónomo de la época al que no le quedó otra que acogerse –tampoco parece, dicen las crónicas, que se caracterizara por la mesura en el gasto– pudo ser la causa de su paupérrimo entierro, que traía a esta misma columna hace algunas semanas.
Tales precedentes han forzado a los creadores a pergeñar con el paso de los años sistemas de gestión de los derechos de sus creaciones que garanticen su subsistencia –la de su obra, y la de su familia– y pongan en valor, literalmente, el esfuerzo al que dedican toda una vida para disfrute del prójimo. El propio Tomás Luis de Victoria incluyó en uno de sus libros una cláusula que penaba la reproducción no autorizada de la obra. Visionario.
En 1899 se creaba en España la Sociedad de Autores, germen de la actual Sociedad General de Autores y Editores, fundada en 1941. Desde entonces la SGAE ha pasado por numerosos avatares hasta llegar a nuestros días, en los que su prestigio vive horas bajas. Esta semana conocimos a través de los medios de comunicación la práctica de creatividad financiera que han dado en llamar la rueda. Quizás porque el dinero se ha hecho redondo precisamente para que ruede. Bastaba según parece con añadir unas corcheas aquí y allá a algún tema, retocar coros y cargarlo un poco de bombo, que suele decir mi padre, para venderlo como nuevo a las televisiones, emitirlo de madrugada, y cobrar así por los derechos. Coser y cantar. Y la rueda, a rodar.
Es lamentable que siempre haya quien retuerza lo que otros se esforzaron en su día, y aún hoy, en enderezar. Quien hace sistemáticamente negocio del digno trabajo de otros. Tengo amigos compositores que pasan muchas horas frente al papel pautado confiando en que la inspiración, como a Picasso, les pille trabajando. Creadores que nos siguen nutriendo a los intérpretes de savia nueva que ofrecer al público. Conviene recordar por ello que tan injusto es criminalizar a la SGAE en su conjunto por las detestables prácticas de algunos de sus asociados como a un partido político en pleno por los desmanes de algunos de sus miembros. Pero también que en ambos casos deben tomarse medidas contundentes que mantengan intacto el prestigio que tales instituciones merecen. Quizás los escándalos que cada día vemos en los medios, y que afectan también, mal que les pese, a muchos de los que no hacen otra cosa que señalar con el dedo, sean indicio de que algo se está haciendo. Confiemos.
[Publicado en el Diario de Ávila el 25 de Junio de 2017]
]]>Mientras espero a ser atendido en la farmacia, hasta tres personas –sufridos padres de otros tantos estudiantes, supongo–, se interesan por los suplementos vitamínicos. «Es por lo de los exámenes», afirman con resignación. «Éste lleva zinc y magnesio», responde el boticario mientras les extiende un frasco lleno de cápsulas. «Los mismos elementos que estarán estudiando en química», pienso yo. Mientras se termina de inventar la pastilla de la ciencia infusa la industria farmacéutica se encargar de dopar convenientemente a nuestros hijos en lo que no debería ser más que su natural tránsito por el sistema educativo.
Esta semana conocíamos el Gaokao, la leonina prueba de acceso a la universidad en China. Cada año, durante un par de jornadas del mes de junio, el país se prepara para que casi diez millones de estudiantes puedan enfrentarse a una de las dos únicas oportunidades que tendrán para acceder a los estudios superiores. La policía patrulla los alrededores de los recintos donde tienen lugar los exámenes para evitar altercados. Los ejercicios son custodiados celosamente bajo videovigilancia para evitar filtraciones: copiar en estas pruebas está penado por ley. En los últimos años alguno parece que no aguantó la presión y optó por quitarse de en medio.
Sin alcanzar tales extremos –propios de un país de más de mil millones de habitantes, en el que la feroz competencia condiciona irremediablemente la propia subsistencia– en estos lares a muchos les preocupa la proliferación masiva de exámenes, refuerzos y reválidas. Tales pruebas son necesarias para cuantificar el grado de aprendizaje de nuestros chicos, y tratar así de refrendar al menos su capacidad para afrontar una vida personal y profesional plena. Lo son también para salvaguardar los principios de igualdad, mérito y capacidad sobre los que se asienta nuestro sistema educativo, en su esfuerzo por fomentar una sana competencia que conduzca al progreso social. Pero el debate de la conveniencia de los interminables deberes para casa, de las continuas clases de refuerzo, y de la “prueba preparatoria de la prueba» permanece abierto.
Me viene a la cabeza aquella campaña de una conocida marca de automóviles que puso de moda el acrónimo JASP –Joven Aunque Sobradamente Preparado–. ¿Preparado para una vida que no tiene tiempo de vivir?
[Publicado en el Diario de Ávila el 11 de Junio de 2017]
]]>Algunos años después de que Béla Bartók y Zoltán Kodály recorrieran los pueblos de Hungría y Rumanía recopilando uno de los más relevantes corpus de música tradicional del este de Europa, Antonio José se hacía cargo del Orfeón Burgalés e iniciaba una labor similar, junto al folclorista Justo del Río, en su tierra. El amor por ella, y su contacto en Madrid con algunos de los grandes artistas del momento –el eminente guitarrista Regino Sáinz de la Maza o el propio Federico García Lorca entre ellos–, habían tamizado ya en en él una particular sensibilidad que pronto fructificaría en una música profunda y sincera.
Si Lorca plasmó magistralmente en Yerma, Bodas de sangre o La casa de Bernalda Alba la atávica esencia de la España que le tocó vivir, y Manuel de Falla musicalizó con igual maestría una tradición ancestral que se remonta hasta casi la antigüedad celtíbera, Antonio José, haciendo gala de una permeabilidad que le sitúa en este sentido al nivel de estos colosos, eleva la tradición musical castellana a la categoría de mito. Es su música telúrica, aferrada a la tierra, la labranza y la molienda. Cantar austero, recio, que hiere aquí el alma como el arado la tierra, y baila allá en corro los días de fiesta.
El importante movimiento de recuperación de nuestras señas identitarias que tuvo lugar durante los primeros años del siglo XX, tanto en el campo de la educación como en el de la cultura, y que fue truncado por una injusta –como todas– Guerra Civil, sigue resultando admirable aún hoy a los ojos del español del siglo XXI.
Todo lo cría la tierra.
Todo se lo come el sol.
Todo lo puede el dinero.
Todo lo vence el amor.
Así reza el texto de la última de las Cuatro canciones populares burgalesas de Antonio José. Un tratado completo de filosofía en cuatro axiomas intemporales, que apelan con la misma fuerza al alma del oyente con que el Himno a Castilla del compositor burgalés lo hace a su espíritu.
Si ha madrugado hoy y lee temprano estas líneas quizás esté a tiempo aún de acudir al concierto que el Coro Ars Nova de Salamanca ofrece a partir de la una de la tarde en el Auditorio Municipal de San Francisco. Una de las escasas oportunidades de las que dispondrá para escuchar la práctica totalidad de la producción para coro de Antonio José, tan hermosa como técnicamente compleja. Podrá entonces con toda probabilidad reconocerse usted mismo en esta música, parida por uno de los nuestros pero que cría, como todo, la tierra.
[Publicado en el Diario de Ávila el 28 de Mayo de 2017]
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Para que la formación musical –no solo la del intérprete, también la del público– pueda despojarse de este halo entre el misticismo vacuo y el exotismo cultureta se hace necesario normalizar su conocimiento de una forma responsable y coherente. La oferta musical, tanto formativa como interpretativa, se ha multiplicado exponencialmente durante los últimos veinte o treinta años en nuestro país. Escuelas y academias de música aparecen por doquier. Existen actualmente veintidós conservatorios superiores en España –cuatro solo en Andalucía–, mientras en Francia esta denominación está restringida tan solo a dos centros en todo el país. En varios de estos conservatorios superiores españoles se ultiman precisamente estos días procesos de selección de profesorado que amenazan con apoltronar a más de uno en cátedras obtenidas exclusivamente a golpe de certificado, título y doctorado, sin prueba práctica alguna que acredite la solvencia artística ni la irreemplazable capacidad didáctica del aspirante.
La cantidad no siempre constituye garantía de éxito, y a veces menos es más. Es necesario para ello sin embargo diseñar planes coordinados entre las diferentes administraciones y entidades con responsabilidades en estas áreas que establezcan los objetivos y las competencias de cada una de ellas. Hay que generar sinergias y definir el papel respectivo que les corresponde ejercer a conservatorios, escuelas de música –en función de su idiosincrasia, su localización geográfica y su contexto socio-cultural –, asociaciones, sociedades filarmónicas, entidades programadoras y medios de comunicación. Evitar duplicidades permitiría un mejor aprovechamiento de los recursos, tanto públicos como privados, una correlación más natural y acompasada entre profesionales, aficionados y público, y la consolidación a medio y largo plazo de una cultura musical alejada de vaivenes partidistas, titulares sensacionalistas y caprichosas ocurrencias a menudo tan inoportunas como extemporáneas.
[Publicado en el Diario de Ávila el 14 de Mayo de 2017]
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Otros pocos, los integrantes del «matriarcado» de los Pujol, se han sumado al esperpéntico desfile de presuntos estafadores que una vez jugaron a ser honorables pero que, según parece, nunca fueron acreedores de tal dignidad. Mientras tanto en las mismas tierras ampurdanesas algunos, pocos, se empecinan incansablemente en arrojar leña al fuego del separatismo y la confrontación. La escenificación del rupturismo parece sin embargo ir perdiendo respaldo entre los líderes internacionales, que cada vez hacen más el vacío al Sr. Puigdemont en su delirante deriva hacia ninguna parte.
Algunos, pocos, quieren pescar votos en el río revuelto del hartazgo del común, que asiste atónito al irresponsable espectáculo. Arremeten así contra el gremio de jueces y fiscales, cuestionando su imparcialidad y socavando peligrosamente la confianza de la ciudadanía en sus instituciones democráticas, que les pertenecen tanto como a los que se erigen en sus salvadores. Estos pocos anuncian solemnemente mociones de censura de dudosa concreción que no hacen sino contribuir al desconcierto general, en lugar de negociar, dialogar, trabajar en suma.
Algunos, pocos, desde dentro de los partidos políticos prefieren utilizar su personal ámbito de influencia en su propio beneficio, en lugar de sumar al proyecto de un ideario colectivo. Un ideario que en lo esencial, en un país de amplia trayectoria democrática como el nuestro, debería compartir al menos sus fundamentos éticos con el adversario político.
Mientras tanto, algunos medios de comunicación, pocos, prefieren servir de altavoz a otros tantos que se empeñan en hacer política a golpe de titular, en lugar de facilitar a sus profesionales las condiciones para el ejercicio responsable del periodismo.
Resulta difícil mantener una actitud positiva ante este panorama. Pero es imprescindible hacerlo. Desde el pesimismo, el conformismo y la resignación no se puede construir el futuro. Pero mucho menos puede hacerse desde el resentimiento, el odio y el populismo barato. El hecho de que los escándalos de los González o Pujol aparezcan de forma recurrente en los medios de comunicación no debe hacernos olvidar que son solo algunos, pocos –y casi siempre los mismos– sus protagonistas. Y que son muchos más los que desde las instituciones públicas se esfuerzan cada día por hacer las cosas de otra manera, sin servilismos, con altura de miras, desde el respeto y la profesionalidad. Toca ser beligerante, con el corazón caliente pero la cabeza fría, contra unos pocos. Para que lo sigan siendo, y porque el resto somos muchos más.
[Publicado en el Diario de Ávila el 30 de Abril de 2017]
]]>Estos días hemos visto como nuestra ciudad se inundaba, literalmente, de visitantes que venían a conocer la nuestra, declarada recientemente de Interés Turístico Internacional. Y aunque los excesos de algunos en su profesión religiosa puedan servir como argumento a los detractores de estas celebraciones lo cierto es que, sea como manifestación cultural, artística, o simplemente antropológica, la Semana Santa es una buena oportunidad para despertar inquietudes.
En cierta ocasión, hablando con alguien acerca del elevado número de cruces que podrían hacerse con todas las reliquias del lignum crucis que se dicen diseminadas por el orbe católico, aseveraba él con gran tino que todas y cada una de ellas son auténticas mientras una sola persona mantenga su fe en ellas. Al fin y al cabo somos cada uno de nosotros quienes dotamos de sentido a lo que nos rodea. Extraer de su contexto temporal y geográfico cualquiera de nuestras costumbres desvirtúa irremediablemente su sentido. Esto es así no solo en el caso de las tradiciones religiosas, sino también en las usanzas profanas, e incluso en las rutinas deportivas –¿a qué lógica obedece si no reunir a miles de personas en un estadio para ver como algunas de ellas golpean un balón, u otras tantas, yo entre ellas, para correr como alma que lleva el diablo hacia no se sabe muy bien donde?–. Dejemos pues para Dios lo que es de Dios y para el César lo que le pertenece, y que cada cual estime, desde el respeto al vecino, a qué destina su tiempo de ocio. No parece en todo caso que sea buena idea hacerlo provocando algaradas en la «madrugá» sevillana –con la que está cayendo– para colgar después la gesta en las redes sociales ¡Qué cruz!
Por mi parte he aprovechado también estos días para hacer un poco de turismo «de proximidad». Si algún abulense cree aún que Hurtumpascual, Manjabálago, Oco, o Castilblanco son pintorescas localidades sitas en lejanas regiones es que no ha recorrido todavía los hermosos paisajes, a tiro de piedra, de la sierra de Ávila, con sus ermitas, encinares y arroyos. Quería yo ver con mis propios ojos, como Santo Tomás, estos entornos naturales que solo conocía por mor de polémicas mineras en los medios de comunicación. Una suerte de viacrucis personal con empanada, refrigerio y buena compañía como bendita penitencia.
Sea como fuere: tradiciones, viajes, procesiones, naturaleza, gastronomía, playa o saetas. Acudir a escuchar a la OSAV, quizás. Sin duda, semana de pasiones ésta. Que cada cual elija la suya.
[Publicado en el Diario de Ávila el 16 de Abril de 2017]
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Explicar lo que se hace, por qué se hace, y también lo que no se hace y sus motivos –lo que viene siendo dar la cara– suele ser uno de los principales puntos débiles de nuestros dirigentes. Escuchar, analizar y cuestionar en nuestra intimidad personal sus explicaciones para, aún sin compartirlas, alcanzar a entenderlas para respetarlas, es asimismo práctica poco extendida entre la ciudadanía. El parlamentarismo, ejercicio responsable de la democracia, debe por tanto emanar, como lo hace la soberanía, del pueblo. Si ningún político alcanza el aprobado, cabe preguntarse si no somos nosotros, que les pusimos donde están, quienes suspendemos. ¿O quizás es que no se corresponde lo que nos vendieron en campaña con la acción política que, una vez llegados al poder, ejercen? De ahí la trascendental importancia de un voto que tendemos a veces a otorgar alegremente al que prometió atar los perros con longaniza, obviando que solo los populistas dicen poder hacerlo –yo no vi ninguno aún–.
En tiempo de congresos, que se anuncian de cambio y renovación, urge recomponer las relaciones entre lo que la auténtica política nunca debió dejar de ser y lo que la gente de la calle percibe que es. Aunque solo sea porque nuestro día a día depende de ella en gran medida –la culpa de las cosas que pasan, oiga, no siempre es del gobierno–. Urge recuperar la confianza en alcaldes, concejales, consejeros, ministros y presidentes. Y urge que éstos se la ganen día a día no tanto por sus acciones, con las que podremos estar más o menos de acuerdo, sino por su capacidad para seguir una línea política sólida y coherente que merezca la confianza del ciudadano, o al menos su respeto, sin estridencias, salidas de tono ni alharacas. No se trata de hacer nueva política, como si la vieja no sirviera. Lo que hace verdaderamente falta es hacer buena política.
[Publicado en el Diario de Ávila el 2 de Abril de 2017]
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Un buen programador fideliza su clientela con un producto que no le depara sorpresas. Un gran programador se las administra cuidadosamente. Dicen que solo obtiene grandes éxitos quien conoce los grandes fracasos. Esto es también así en el ámbito de la programación cultural. Por eso el programador debe saber, querer y poder. Debe conocer los proyectos del mercado mediante el contacto permanente con agencias, profesionales, técnicos, artistas y otros programadores. Debe tener la firme voluntad de fijarse líneas concretas, valientes y bien definidas, decidiendo lo que programa, pero sobre todo lo que no programa. Y debe contar con unos recursos mínimos que le permitan optar asimismo a unos mínimos estándares de calidad.
La calidad del producto cultural, sin embargo y paradójicamente, no debería ser el reclamo explícito para venderlo a su potencial consumidor. Es competencia del público aplicar sus propios calificativos a lo que contempla o escucha. Para eso paga. O debería pagar, si queremos mantener la profesionalidad de las disciplinas artísticas, y por tanto su continuidad en el tiempo. Otra cosa es la importante responsabilidad que tiene el programador de subir a las tablas propuestas que previamente se haya encargado de evaluar y contrastar. Suya es la apuesta: de ahí el necesario reconocimiento a su labor.
Una programación cultural concebida de este modo puede, o no, tener puntos de conexión con las aficiones e inquietudes artísticas de terceros. Es ésta una de las más complejas tareas del programador: decidir cuándo, bajo su criterio, una iniciativa nacida del ámbito no profesional puede o debe ser presentada ante el público, en qué momento, en qué contexto, y de qué modo. De la adecuada diferenciación de estas iniciativas, tan necesarias por otra parte para el sostenimiento de un tejido social comprometido, dependerá en gran medida el éxito de una programación cultural.
Vaya pues desde aquí toda mi admiración y respeto a los programadores que han sabido crear, en ciudades y pueblos de toda España, productos culturales de éxito, y que han conseguido llegar a nuevos públicos mientras fidelizan los tradicionales con astucia, imaginación y trabajo.
[Publicado en el Diario de Ávila el 19 de Marzo de 2017]
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La visita a estos enclaves, como al Musikverein –la conocida sala de conciertos, famosa por su impecable acústica, donde Brahms estrenara sus sinfonías o Mahler dirigiera las suyas, y donde se celebra cada primero de enero el célebre concierto de Año Nuevo–, o a Heiligenstadt –el barrio de la ciudad en el que un Beethoven atormentado por la incipiente sordera rasgara furioso la dedicatoria a Napoleón de su Tercera Sinfonía–tiene para todo músico algo de rito iniciático. Como si de una peregrinación se tratara, uno no puede dejar de emocionarse al pasear por las mismas calles o cruzar los mismo umbrales que los grandes genios a los que dedica su vida.
Esta semana tuve ocasión de regresar de nuevo con un pequeño grupo de alumnos del conservatorio a estos santos lugares. El estudio concienzudo y riguroso de las partituras en el aula ha dejado paso en estos inolvidables días a su contextualización en una Viena que alimentó, con su amor por la vida y su secular aprecio por la cultura, la inspiración de estos colosos de la creación. A cada paso, numerosas placas adornadas con enseñas nacionales –pulcramente mantenidas, algo sorprendente dado su elevado número a lo largo y ancho de toda la ciudad– recuerdan al visitante que en cada una de esas casas nació, vivió, trabajó o falleció alguna de las memorables personalidades que escribieron la historia de Europa.
Incluso con sus carencias, Viena es buen ejemplo de un modo de proceder que sabe cultivar las semillas de su pasado para construir su futuro. Una ciudad y un país que han sabido reconocer el talento, fomentarlo, y dotarlo convenientemente. Son sus propias gentes quienes esgrimen con orgullo el admirable patrimonio que les hace grandes, despojándolo de todo lo superfluo para salvaguardar lo esencial como seña de identidad. Una lección que, como la música del genial Mozart, parece destinada a regalar exclusivamente los oídos de aquel que quiera, pueda y sepa escucharla.
[Publicado en el Diario de Ávila el 5 de Marzo de 2017]
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Poco tiempo después, curioseando entre la fascinante colección de partituras de mi profesora de piano –repleta de ediciones antiguas y salpicada de autógrafos a ella dirigidos por parte de algunos de los más grandes pianistas del siglo XX–, me topé con la partitura. Esa misma noche la copia reposaba ya en el atril de mi piano. Comencé allí la ardua tarea de desentrañar, torpemente, el ingente caudal de notas que el enorme talento de su autor había concebido. Esta composición le sirvió a Rachmaninoff precisamente para superar una profunda depresión tras el injusto fracaso de su Segunda Sinfonía. De hecho su psiquiatra, dedicatario de la obra, podría considerarse en cierto modo coautor de la misma. Este proceso de descubrimiento interior es quizás el que confiere al Segundo su capacidad para cautivar a todo el que, asimismo, lo descubre a él.
Parecía que el trabajo para tratar de afrontar la obra sería largo. Ni mis manos, ni mi cabeza, parecían capaces de abarcarla. Demasiadas notas, demasiado rápidas. Demasiado difícil. Mi empeño surgía renovado cada cierto tiempo, el mismo que tardaba en constatar, una y otra vez, que la cima permanecía obstinadamente lejos. Pasaron los años.
Hace unos meses un buen compañero, gran músico, excelente profesor y mejor persona me propuso tocar el Segundo de Rachmaninoff con la joven orquesta con la que lleva tiempo trabajando. Ese día la partitura regresó, esta vez para quedarse, al mismo atril del que se había mantenido cerca casi treinta años. Tras meses de arduo trabajo –en los que, no lo negaré, he perdido algunos kilos– tal día como hoy hace una semana interpretaba el Segundo de Rachmaninoff junto a la Joven Orquesta Ciudad de Salamanca. Difícil explicar el cúmulo de emociones: las horas previas al concierto, sobre el escenario ante más de mil personas, y los días que le han seguido. Sí debo sin embargo transmitir a nuestros jóvenes estudiantes de música que el esfuerzo ha merecido la pena. Que los sueños, quien lo iba a decir, pueden cumplirse. Solo es cuestión de empeño, trabajo y tiempo. Y de un amor incondicional por lo que se hace. La recompensa bien vale toda una vida.
[Publicado en el Diario de Ávila el 19 de Febrero de 2017]
]]>Tal costumbre nace sin embargo, como no puede ser de otro modo, de una profunda admiración por el papel del actor secundario. O de reparto, que dirían los cineastas. Todo el que ha tenido que ejercer alguna vez el liderazgo de un colectivo sabe bien que el éxito del conjunto –y para el que lo desee, o lo necesite, también el propio– solo es posible gracias al mérito de su equipo.
Hoy en día casi todo el mundo preside algo. Ser el jefe se ha convertido en un objetivo buscado, anhelado y socialmente reconocido. Sea el de una gran empresa, una entidad pública, una asociación recreativa o la comunidad de vecinos. Tiene uno la sensación de que hay más cargos que ostentar que personas para hacerlo. Sin embargo en el liderazgo radica solo una parte del éxito. Necesaria sin duda, pero no más que la lealtad –al carácter y estilo que imprime el director desde el podio– o la propia capacidad para aportar al conjunto. El auténtico líder sabe hacer remar a toda su gente en la misma dirección, sin imposiciones, con el sutil movimiento de su batuta. Sabe bien que son realmente ellos los que hacen llegar la nave, con sus manos, a buen puerto. Ya lo dice el Cantar del Mío Cid: “¡Qué buen vasallo, si tuviese buen señor!”.
Urge reivindicar pues el papel de las violas. Y no por la falsa cortesía de serlo, sino por el irremplazable placer de ejercerlo. El sutil sustento armónico, el fluido discurrir del acompañamiento, la riqueza de la textura tejida solo gracias a los secundarios es lo que da sentido a la música. De la misma forma, solo el admirable trabajo de los que sustentan al que está a hombros de gigantes hace a éste tal. Los grandes compositores reservaron algunas de sus mejores melodías, hermoso regalo, a las violas. La vida de los que la dedican a ser orgullosos vasallos de algún gran señor les regala también momentos irremplazables, solo a su alcance.
Vaya desde estas líneas todo mi cariño y admiración a mis buenos amigos violistas. Y mi más distinguida consideración para los que, desde la retaguardia, consiguen hacer sonar más afinados a los que, sin ellos, no darían posiblemente una nota en su sitio.
Por cierto, ¿sabe usted en qué se parecen los dedos de un violista a un relámpago?
[Publicado en el Diario de Ávila el 5 de Febrero de 2017]
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Es notorio que nuestra ciudad vive un momento complejo. Sabemos que están sobre la mesa proyectos que determinarán su futuro a medio y largo plazo. El desempleo y la falta de oportunidades para los jóvenes, y los no tan jóvenes, son sin duda los principales retos. Pero parapetarnos detrás de la crítica hostil hacia el político de turno, a quien nosotros mismos hemos elegido por cierto, soltando lapidarias frases del tipo «lo que tienen que hacer es traer industria» –como si fuese capricho de alguno de ellos– para dar carpetazo al asunto desde el taburete del bar, es práctica tan habitual como estéril.
Es proverbial la falta de iniciativa, el carácter resignado del abulense, que asume que las cosas son así porque no pueden ser de otra manera, mientras se afana en buscar las debilidades del proyecto de su vecino emprendedor. La escasa altura de miras y un cierto complejo de inferioridad que nos impide picar alto son conocidos, y lo que es peor, reconocidos como parte de ese otro patrimonio inmaterial de la ciudad. ¿Hasta cuando?
Abulia y abulense no poseen, afortunadamente, la misma raíz. Es imposible hacer crecer un proyecto sin creer en él. Cada uno de nosotros puede y debe para ello ejercer su papel. Cierto es que se han perdido grandes oportunidades, que pasaron por nuestra puerta y que siguieron con las mismas su camino por la falta de olfato, o de interés, de los que debieron hacerles un hueco. Es verdad que muchos de los que se arrimaron a la política se alejaron del ciudadano, quizás con la vista puesta en los oropeles de la capital del reino. Pero dejemos que sean los partidos quienes hagan limpia en sus inminentes congresos: les conviene si quieren seguir contando con sus, por otra parte, necesarias cotas de poder. A nosotros no nos compete, más allá de nuestro derecho/obligación de votar y exigir el cumplimiento de los compromisos adquiridos, tomar decisiones políticas. Nuestro papel pasa por apostar por nuestra ciudad, por creer en su potencial, y sobre todo por dejar de mirarnos el ombligo, conscientes del inmenso talento que, nacido aquí, hubo de expatriarse a capitales y provincias limítrofes. Solo desde la conciencia de que el problema de mi vecino será el mío mañana, y de que su éxito propiciará el de todos en un futuro más próximo de lo que puede parecer, podremos salir de un ostracismo que nunca debería ser autoinfligido.
[Publicado en el Diario de Ávila el 22 de Enero de 2017]
]]>Tal es el caso de la Epifanía, celebración que, aunque parece haberse convertido hoy en un repentino brote consumista colectivo –el día de los regalos de Reyes–, hunde sus raíces en una tradición anterior incluso a la de la Navidad con la que se vincula y de la que, por cierto, también pueden extraerse otras valiosas interpretaciones. Epifanía, del griego epipháneia, significa manifestación, revelación, aparición. En el contexto de la liturgia católica viene a significar la manifestación del dios hecho hombre a los reinos de la tierra, representados aquí por los tres reyes magos que llevan sus ofrendas al recién nacido.
Pero existen otras epifanías. Manifestaciones unas de supuestos mesías venidos de lejanos reinos y cargados de copiosos bienes materiales. Revelaciones otras de riquezas mucho más valiosas que aquellas y que permanecían intactas delante de nuestras propias narices, pero que no alcanzábamos siquiera a vislumbrar. El descubrimiento de nuestras propias certezas es una de las más satisfactorias experiencias del ser humano. Aprender, descubrir, compartir, amar incluso, son epifanías diarias que cualquiera de nosotros puede experimentar gratuitamente sin esperar al día de reyes. Basta con mantener una predisposición permanente para que lleguen. En algunos casos ello nos permitirá hacernos más visibles, accesibles y comunicativos con los demás. En otros, con suerte, aprenderemos a escucharnos a nosotros mismos, descubriendo que, en la mayor parte de las ocasiones, la respuesta a nuestras preguntas, a nuestras preocupaciones y anhelos, reside en nuestro interior.
Tras unas intensas jornadas de celebración familiar, con nuestros amigos y seres queridos, mientras los más pequeños apuran las últimas horas para disfrutar con los juguetes que los magos de oriente les dejaron antes de volver a la rutina del colegio, los albores de este 2017 nos ofrecen una oportunidad para establecer nuevos objetivos, para fijarnos nuevas metas. De estos retos, de este empeño, nacerá nuestra capacidad para crecer, para subir más alto, para llegar más lejos. Ojalá, como en antaño los reyes del oriente, no perdamos nunca la capacidad de sorprendernos, de descubrir la grandeza de las pequeñas cosas, de alcanzar a cada instante sutiles epifanías personales. Feliz descubrimiento a todos. Feliz Año nuevo.
[Publicado en el Diario de Ávila el 8 de Enero de 2017]
]]>Un aspecto destacado de este informe es que las diferencias entre algunas comunidades autónomas continúan incrementándose. Así, los resultados de Canarias, Andalucía o Murcia no parecen mover al optimismo. La transferencia de las competencias educativas desde el gobierno central es lo que tiene: de sus respectivas políticas y capacidad de gestión dependerá en gran medida el éxito académico de sus jóvenes. Es labor del Estado sin embargo no dejar al fin a cada uno a su suerte y en este caso, como en tantos otros, siempre será mejor elevar la media del conjunto ayudando a los rezagados que aflojar el ritmo, algo que no por evidente suele ser siempre costumbre política. De otro modo, en base al principio de solidaridad interterritorial –conviene recordarlo– el éxito de unos pocos será tan solo la guinda del fracaso de todos.
Otra de las conclusiones que arroja el informe es que la inversión en educación, o al menos en depende qué capítulos del presupuesto, no constituye necesariamente garantía de éxito. Aunque ayude, y mucho, para qué nos vamos a engañar. El caso del País Vasco es paradigmático, con resultados por debajo de la media nacional y de los países de la OCDE, y ello a pesar de no haber reducido su presupuesto en educación durante los años más duros de la crisis. Castilla y León, sin embargo, ha conseguido hacer más con menos, en un ejercicio de optimización de recursos por parte de todos los sectores implicados alabado por el propio Consejero de Educación, Fernando Rey.
Quizás la tan traída y llevada calidad de la educación –que aparte de poner y quitar ministros, hasta la fecha parece ser más una pose que un objetivo real– no solo tiene que ver con los medios materiales. Podemos dotar las aulas con equipamiento de última generación, dar clase en tres o cuatro idiomas, incluso diseñar contenidos curriculares punteros y ambiciosos planes de estudio debatidos y consensuados por todas las fuerzas políticas y agentes sociales: la calidad de la educación del país seguirá dependiendo de la calidad de su profesorado. Lápiz y papel en manos del auténtico maestro son la más poderosa herramienta educativa que existe. Ojalá el gran pacto educativo que, dicen, se vislumbra en lontananza de esta prometedora legislatura mueva a unos y otros a apostar por mecanismos de selección y seguimiento tan exigentes como generoso el trato económico y el reconocimiento social y jurídico a maestros, profesores y docentes. Es el futuro lo que nos jugamos.
[Publicado en el Diario de Ávila el 11 de Diciembre de 2016]
]]>Todo es diferente en el escenario. En primer lugar están los nervios lógicos de cualquier actuación ante el público, y que no necesariamente son directamente proporcionales al número de espectadores. Que se lo digan a los jóvenes que a diario se miden en todo el mundo para formar parte de la plantilla de una orquesta ante un reducido tribunal, o aún peor, frente al implacable oído de una grabadora. Este atávico miedo escénico, más acentuado en unas personas que en otras, se reduce drásticamente con la seguridad fruto del estudio, y con una comprensión profunda del sentido musical de la pieza.
Un error habitual en el estudio del repertorio es realizar previamente lo que los músicos llamamos la «lectura» de las notas, como paso previo a hacer música con ellas. Algo así como si un actor se aprendiese las sílabas de su papel para, solo entonces, construir frases con sentido completo: largo, tortuoso y a todas luces absurdo camino. Cuentan que el gran pianista ruso Wladimir Horowitz en alguna ocasión hubo de estudiar alguna pieza que nunca antes había tocado, exclusivamente sobre la partitura, en el avión que lo llevaba al concierto. Sin poner siquiera la mano en el piano antes de presentarla ante el público el resultado fue sin embargo impecable, la interpretación magnífica y el éxito –habitual por otra parte en cuantos recitales suyos pueblan Youtube y que no deben dejar de ver–, rotundo.
Superado el miedo al fallo, el siguiente estadio de formación para el intérprete ante el público es el del autoconocimiento. Leía recientemente que la actividad neuronal de un músico en plena actuación podría compararse con un festival de fuegos artificiales. El caudal de notas que subyacen en su psique tras centenares de reproducciones del texto musical, unidas a la emoción del momento, generan un cúmulo de sensaciones que ríase usted de las drogas más duras. Administrar adecuadamente ese torrente es otro de los aprendizajes que solo puede obtenerse en el escenario. De ahí que los grandes intérpretes no pierdan nunca ocasión de «rodar» infatigablemente su repertorio en cuantos escenarios tengan ocasión, como paso previo a su actuación en alguna importante sala de conciertos. Un octogenario Arthur Rubinstein, preguntado por un periodista acerca del precio que pagaba por dedicar su vida a su pasión, triunfando en todo el mundo, y disfrutando de un vida plena tanto en lo personal como en lo profesional, respondía lacónicamente: “los nervios previos a cada actuación”.
Finalmente está la inspiración del momento, la que no puede estudiarse, ni preverse. El talento del artista que gusta de transitar por la delgada línea que separa la expresividad más exquisita de la cursilería sin caer en ella. Es entonces cuando se produce la magia, el tiempo se para y el intérprete desaparece, dejando emerger la obra de arte hasta entonces oculta.
[Publicado en el Diario de Ávila el 27 de Noviembre de 2016]
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¿Qué nos puede llevar a tomar decisiones que, a todas luces, parecen ir en nuestra propia contra? ¿Qué puede motivar a alguien para legitimar una guerra, en lugar de un acuerdo de paz? ¿Qué puede mover a cientos de miles de ciudadanos a optar por el aislamiento internacional sobre la libre circulación de personas y mercancías? ¿Por qué millones de personas deciden libremente ser lideradas por un sexista y xenófobo confeso?
2016 puede pasar a la historia como el año en el que las certidumbres saltaron por los aires, en el que algunos aprendimos que la democracia no es el fin, sino el principio: el de un camino no exento de riesgos. La democracia que hoy tantos millones de personas disfrutamos ha costado sangre, sudor y lágrimas en el pasado. Pero, como todo organismo vivo, si no se nutre regularmente, si no se procuran las mejores condiciones para su existencia, corre el riesgo de deteriorarse hasta morir. A estas alturas es incuestionable que la democracia es el menos malo de los regímenes políticos que conocemos. Pero no podemos obviar que es también, desde otra óptica, la dictadura de las mayorías. Dotar de voz y voto a todos y cada uno de los ciudadanos debe por tanto venir aparejado necesariamente de una serie de valores que legitimen el proceso de elección, directa o indirecta, de representantes. Es en la manipulación de estos valores donde nace la corrosión del sistema democrático.
La devastadora crisis internacional que aún nos esforzamos en remontar nos ha colocado frente a nuestro más peligroso enemigo. Uno mucho más fuerte, por cercano, que la globalización o el terrorismo. El miedo a perder el trabajo, o a no recuperarlo nunca más. El miedo a no poder hacer frente a la hipoteca. El miedo a pasar necesidad, incluso hambre. El miedo es siempre un sentimiento legítimo. Indeseable, pero legítimo. No lo es sin embargo esgrimirlo como eje argumental de una campaña electoral o de un referéndum. Insuflar en los corazones de los votantes la ilusión en el futuro es no solo necesario sino deseable. Pero la mezquina transformación de la esperanza en espejismo convierte la política genuina en superchería, y la democracia en una ruleta rusa.
[Publicado en el Diario de Ávila el 13 de Noviembre de 2016]
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La constancia es quizás uno de los más preciados valores que todo músico profesional aprende en su carrera. Cualquiera de nuestros estudiantes sabe que es imposible afrontar una actuación ante el público sin haber llevado a cabo un concienzudo y extenso trabajo previo. No funciona aquí la estrategia de estudiar el día anterior para aprobar el examen. El hecho de que la música, junto al teatro, sean las únicas artes que se desarrollan en el tiempo –acontecen en vivo– les dota de un caudal diferencial de cualidades didácticas.
En otro lugar del mismo libro, del que recomiendo su lectura a todo estudiante de música –afortunadamente aún puede encontrarse esta pequeña joya en las librerías– , exclama su autor: “¡El rigor, la coordinación, la disciplina, la armonía, la autoridad y la maestría: he aquí la libertad!”. Declaración de principios que va a mi juicio mucho más allá de lo musical, y que vengo en utilizar como motto personal. Rigor, coordinación, disciplina, armonía, autoridad, maestría: puede resultar sorprendente que tales valores, asociados tradicionalmente a didácticas férreas de corte autoritario –propias de la tradición soviética–, sean tenidos por Neuhaus como conducentes a un fin tan aparentemente antitético como la libertad. En momentos como este sin embargo, en los que la autocomplacencia mal entendida desemboca en peligrosa maleabilidad, y la tolerancia populista en caos, es cuando las palabras del maestro recuperan todo su sentido.
Otro compositor ruso, Igor Stravinsky, asegura en su Poética musical que en la limitación de la obra de arte reside la libertad del artista. Afirma que si a un compositor se le permite todo, éste se perderá en su propia libertad y será incapaz de concretar su creación. Un autor menos sospechoso de rigores autoimpuestos como el poeta francés Charles Baudelaire –célebre más bien por los excesos de su vida bohemia– afirma también que “las retóricas y las prosodias no son tiranías inventadas arbitrariamente, sino una colección de reglas reclamadas por la organización misma del ser espiritual y nunca han impedido que la originalidad se produzca“.
La relectura a la luz de la actualidad de las reflexiones de algunos de estos y otros colosos del pasado puede sin duda iluminar el camino de muchos de los que hoy aspiran a serlo.
[Publicado en el Diario de Ávila el 30 de Octubre de 2016]
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¿Cómo alcanzar el acuerdo, horizonte y punto de partida de cualquier avance social, desde los postulados del enfrentamiento y la división? Hablan éstos del sometimiento universal al imperio de la Ley en sus arengas mientras, en la práctica, vulneran la separación constitucional de poderes haciendo buenos, aún con sus excesos y miserias, a los que estaban allí antes de que ellos llegaran. Para después preguntarse sesudamente eso sí, con la misma solemnidad, por qué los partidos tradicionales siguen gozando del apoyo mayoritario de la ciudadanía.
De no ser por la pantomima dudo que el camino hacia ninguna parte emprendido por el Sr. Puigdemont et alia gozara del interés del ciudadano corriente, más preocupado seguramente por llegar a fin de mes, que evitó hace ya tiempo el absurdo trance de preguntar a sus hijos –en castellano, catalán, euskera o gallego– si quieren más a su papá o a su mamá. El problema catalán lo es quizá más bien de algunos políticos catalanes, conscientes de que sus cotas de poder durarán lo mismo que su estéril debate. Flaco favor hacen al papel de líder que ejercen. ¿O acaso piensan realmente que un gobierno debe priorizar cuestiones tales como si un día debe o no ser festivo, si manda al almacén la estatua del descubridor, o si modifica el nomenclátor urbano? Va a ser que tales iniciativas, por pintorescas, les proporcionan más portadas que arrostrar otros problemas, por complejos, de mucho más calado. Saben que ante los medios importan más las formas que el fondo, que hablen de uno, aunque sea bien. De ahí su empeño por apelar a los instintos territoriales con aseveraciones que hacen saltar por los aires el principio de solidaridad sobre el que otros construyeron, en un acto de entendimiento tan necesario a esta hora, el país que todos disfrutamos hoy. Los ciudadanos, también los catalanes, nos merecemos algo más. Lamentablemente, la irresponsabilidad de estos personajes reaviva los extremismos, polariza el debate, reabre viejas heridas y trasluce una crispación tan indeseable como seguramente irreal.
[Publicado en el Diario de Ávila el 16 de Octubre de 2016]
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