Cantos de sirena

A una semana de las elecciones generales arrecian los mensajes de los principales partidos que concurren a la cita electoral. Como parte de su estrategia para llegar al electorado, propio y ajeno, y para obtener unos restos que, a todas luces, jugarán un papel fundamental en el reparto de escaños más complejo de la democracia, cada candidatura elabora con esmero sus misivas. Saben perfectamente cuales son sus caladeros. A ellos se dirigen con un discurso que, en algunos casos, busca tan solo regalar los oídos a ciudadanos legítimamente cabreados por las estrecheces acaecidas durante la más profunda crisis de la historia reciente de nuestro país, y que ven en la cita electoral la ocasión de depositar en la urna buena parte de esa impotencia que a veces a todos nos alcanza.

Sin embargo, las decisiones tomadas en caliente no suelen resultar las más acertadas. Las altas cifras de paro que –aunque ahora en tendencia descendente– hemos soportado durante estos años, las aparentemente incomprensibles decisiones que el actual ejecutivo debió tomar durante la pasada legislatura, o los recientes casos de corrupción a los que hemos asistido estupefactos no deberían, si lo pensamos fríamente, afectar a nuestra decisión. En el caso del paro, por ejemplo, porque a nadie se le escapa que los procesos de consolidación laboral de un país son largos y sumamente complejos, máxime viniendo de donde veníamos. Respecto a las impopulares decisiones que el actual gobierno en funciones tomó –la recapitalización de la banca, la amnistía fiscal, o la reforma laboral son tres ejemplos de sobra conocidos–, convendría pararse a pensar, suficientemente alejados de medios de comunicación que nublen nuestra reflexión, qué hubiéramos hecho cada uno de nosotros en una situación similar.

Asimismo la corrupción no debería, a mi juicio, ser un elemento determinante en nuestra intención de voto. Primero porque son pocos, por no decir ninguno, los que están –estamos– libres de pecado para tirar la primera piedra. Segundo porque culpar a miles de servidores públicos por la mala praxis de unos pocos es profundamente injusto. Y tercero porque, aunque no es lo mismo eludir el IVA en el pago de una reparación que quedarse con millones de euros de contratos públicos, para eso ya está el poder judicial: dejemos que haga su trabajo y centrémonos en el nuestro, que es el de respaldar con nuestro voto propuestas ilusionantes, a la par que factibles.

«La cabeza fría y el corazón caliente», me recomendaba uno de mis profesores de piano. La pasión que un buen músico debe poner en su interpretación, y sin la cual su labor carece de sentido, no sirve de nada sin un exquisito respeto al texto musical. El próximo domingo la orquesta la formamos todos los españoles: solo escuadriñando detenidamente la partitura, leyendo entre notas, podremos aspirar a elegir al mejor director. El que, desde la sinceridad y el respeto que todos merecemos, lidere una sinfonía exenta de cantos de sirena.

 

[Publicado en el Diario de Ávila el 19 de Junio de 2016]

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