Las vacaciones son sagradas. Lo dicen los ingleses, que santifican todas ellas –holidays significa literalmente «días sagrados»–. Quizás sea la Semana Santa precisamente el período del año más propicio para una escapada vacacional. En primer lugar porque suele coincidir con el inicio de la primavera cuando, tras los rigores del invierno, tan necesitados estamos todos de luz, calor y tardes largas. En segundo lugar porque desconectar durante unos pocos días ofrece un providencial efecto reparador concentrado en apenas unas jornadas. Y tercero porque a la oferta turística permanente del país se le suma precisamente la rica tradición propia de las celebraciones de la Semana Santa.
Estos días hemos visto como nuestra ciudad se inundaba, literalmente, de visitantes que venían a conocer la nuestra, declarada recientemente de Interés Turístico Internacional. Y aunque los excesos de algunos en su profesión religiosa puedan servir como argumento a los detractores de estas celebraciones lo cierto es que, sea como manifestación cultural, artística, o simplemente antropológica, la Semana Santa es una buena oportunidad para despertar inquietudes.