Archivo de la etiqueta: Política

El máster

Confío en que el amable lector sabrá disculpar que vuelva sobre el tema, pero confluyen en él aristas tan afiladas que no tengo por menos que compartir aquí con él mis cuitas. Escasa maestría —definición que la RAE da del anglicismo máster— ha mostrado la mayor parte de los implicados en el turbio asunto del posgrado presidencial. Quod natura non da Salmantica non præstat. Para este viaje no parecían hacerles falta alforjas: el grado académico de poco les ha servido a éstos para arrostrar su incapacidad para conducirse a sí mismos. Cualquiera que haya prestado docencia en un centro oficial conoce perfectamente los procedimientos de evaluación y el valor capital de unas actas de calificación —lo que dicen va a misa, otorga títulos, pone doctores y quita cátedras— que deben ser custodiadas, dada su relevancia, bajo la supervisión directa de los responsables del centro. Bochorno provoca presenciar cómo algunos cargos de esta universidad de regio apellido juegan con el prestigio de la institución en una delirante pirueta dialéctica de calificaciones presuntamente nunca otorgadas, firmas fraudulentamente consignadas, y viajes de matriculación en el tiempo más propios de la física cuántica. Alguien debería ofrecer explicaciones convincentes y depurar responsabilidades—inmediatamente, quizás, antes de marcharse— ante el riesgo evidente de dar la puntilla a la venerable institución universitaria.

Pero escasa maestría ha mostrado también quien, lejos de despejar con contundencia todas las dudas vertidas acerca de sus estudios por los impenitentes medios de comunicación, se enroca en esa indolente retórica política tan en boga. Máxime cuando el inmaculado cariz de su predicamento ha sido precisamente el que le ha llevado a la cátedra ejecutiva que ostenta. Con lo fácil que hubiera sido bajar de la nube, del pendrive o del altillo el trabajo de marras y evitarnos a todos este lamentable espectáculo.

Cuestionable maestría política denotan también en mi opinión algunos —no todos— cuadros de su partido que, más allá de la necesaria presunción de inocencia, se han apresurado a poner la mano en el fuego por la presidenta. Con sus prisas pueden poner también, ahora que la cosa se judicializa y el personal universitario empieza a escurrir el bulto, a la formación política a los pies de los caballos ante una opinión pública que reclama a la mujer del césar, además de ser honrada, parecerlo.

Mención aparte merece el tratamiento que algunos medios de comunicación hacen del asunto, contribuyendo como de costumbre a darle más importancia al contorno de lo anecdótico que a la enjundia del meollo. Y como a río revuelto ganancia de pescadores, la oposición empuja a los que desde su aparición juegan a la equidistancia —y que esgrimen ahora para evitarlo una comisión de investigación— al abismo de una moción de censura que no tocaba. Dichoso máster.

 

[Publicado en el Diario de Ávila el 8 de Abril de 2018]

El tamaño de la lupa

Esta semana el Secretario General de Podemos en Castilla y León colocaba en el disparadero al equipo de gobierno del Ayuntamiento de Ávila con su particular salva de buenos deseos navideños. El Procurador del Común, el Consejo de Cuentas y la Fiscalía Anticorrupción eran los Reyes Magos a los que la formación morada comprometía los regalos con los que agasajar la, a su juicio, irregular gestión del Partido Popular en la adjudicación de contratos. “Mala praxis”, “anomalía democrática” y actuación “vergonzosa, lamentable e indecorosa” eran los dones ofrendados por la formación morada en su ráfaga dialéctica. Si a cualquiera de nosotros nos soltaran semejante andanada sobre nuestro trabajo saldríamos corriendo. Tal es quizás la intención de las gruesas e intimidatorias palabras de una formación que, como ya rebatió el equipo de gobierno, no está representada en el consistorio de la capital, y cuya franquicia local suele ausentarse, física y políticamente, más de lo deseable de las reuniones de los órganos de gobierno a los que, ellos sí, pertenecen.

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Hüzün

La tarde del pasado martes conversaban en un programa de radio acerca de la sensación de tristeza y frustración que a casi todos nos ha producido la sucesión de acontecimientos acaecidos durante las últimas semanas en Cataluña. Utilizaban para ello como leitmotiv el término turco de origen árabe hüzün, denominación del sentimiento de amargura por la pérdida de la identidad de un pueblo. Como la saudade portuguesa, pero desde una percepción colectiva que añora recuperar algo perdido, quizás para siempre. Me sorprendió entonces comprender que era precisamente ese sentimiento el que me invadía también a mí, al tiempo que me preguntaba cómo era posible que algo tan aparentemente impersonal y ajeno a interioridades como la política podía afectar a nuestro estado de ánimo. Quizás este autodestructivo procés haya tenido efectivamente como única virtud la de mostrarnos hasta qué punto la política puede tener un impacto directo, real y cuantificable en nuestras vidas. El preocupante desinterés por la política que nos ha llevado hasta aquí –y que no es otra cosa que dejadez acomodaticia, que exprime egoístamente los frutos del esfuerzo de otros– debe hoy hacernos reflexionar acerca de la importancia que, en la práctica, tiene el papel de nuestros representantes.

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La rueda

25 años. Eso es lo que tardaría, dicen, una sola persona en transcribir, trabajando diez horas al día, toda la obra de Mozart. Se lo cuento con frecuencia a mis alumnos. Dado que el compositor murió con 35 años, podemos hacernos una idea de su capacidad creativa, ya que ni siquiera hemos incluído en la ecuación el tiempo que dedicó a concebir las piezas. Aunque todo apunta a que su incontenible torrente creativo fluía a la par que su pluma lo plasmaba en el pentagrama. Inaudito.

No parece probable que Mozart cobrara por horas. Tampoco que pudiera acogerse al convenio colectivo del gremio de compositores vieneses del momento. Más bien su producción obedecía generalmente al encargo de mecenas, y solo a veces precisamente a su propia incontinencia creativa. Quizás lo ingrato del régimen de autónomo de la época al que no le quedó otra que acogerse –tampoco parece, dicen las crónicas, que se caracterizara por la mesura en el gasto– pudo ser la causa de su paupérrimo entierro, que traía a esta misma columna hace algunas semanas.

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Algunos, pocos

La insaciable sed de dinero del expresidente de la Comunidad Autónoma de Madrid nos ha dado la semana. La presunta cohorte de conseguidores y paniaguados que pululaban a su alrededor en busca de favores ha provocado nuestra indignación y repulsa más absolutas. Parece que algunos, pocos, se creen por encima del común de los mortales, intocables y omnipotentes. Afortunadamente la justicia, impenitente aunque lenta, ha venido finalmente a ponerles en su sitio.

Otros pocos, los integrantes del «matriarcado» de los Pujol, se han sumado al esperpéntico desfile de presuntos estafadores que una vez jugaron a ser honorables pero que, según parece, nunca fueron acreedores de tal dignidad. Mientras tanto en las mismas tierras ampurdanesas algunos, pocos, se empecinan incansablemente en arrojar leña al fuego del separatismo y la confrontación. La escenificación del rupturismo parece sin embargo ir perdiendo respaldo entre los líderes internacionales, que cada vez hacen más el vacío al Sr. Puigdemont en su delirante deriva hacia ninguna parte.

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Una asignatura pendiente

Cuando en los medios de comunicación aparecen regularmente los índices de popularidad de los líderes políticos de nuestro país no deja uno de sorprenderse. Lo habitual en este tipo de sondeos, que el Centro de Investigaciones Sociológicas publica periódicamente en forma de barómetro de opinión, es que los políticos que encabezan los principales partidos obtengan calificaciones muy bajas, casi siempre por debajo del aprobado. Tal acumulación de cates y su no recuperación, por lo visto, en convocatorias sucesivas –anda uno en el mundo de la educación– da que pensar. ¿Es posible acaso que entre los miles de militantes de los partidos no haya ninguno que pueda ganarse el respeto no ya del adversario político, sino de sus propios simpatizantes, incluso votantes, que también opinan en estas encuestas? Aunque para ello es necesario, ciertamente, que los mejor preparados puedan acceder a los puestos de responsabilidad, no es menos cierto que existe un sintomático abismo entre lo que la mayoría de los responsables políticos hacen –me niego a arrojar la venerable política al pozo de las intrigas y los intereses cruzados– y lo que perciben los ciudadanos como resultado de sus acciones.

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La ruleta rusa

El pasado mes de junio la mayoría de los ciudadanos de Reino Unido decidían democráticamente poner fin a más de cuarenta años de pertenencia a la Unión Europea. El pueblo colombiano denegaba su apoyo a primeros de octubre, democráticamente también, al proceso de negociación entre su gobierno y la guerrilla de las FARC para cerrar un conflicto que lleva desangrando el país más de cincuenta años. Esta semana, ante el asombro de medio mundo y la incredulidad de los más reputados analistas, el pueblo norteamericano hacía a Donald Trump presidente de la más longeva democracia de la historia moderna. No es este –aunque pueda parecerlo– el apocalipsis predicho por los oráculos. Afortunadamente no tenemos referencias al respecto en documento precolombino alguno. Pero tal sucesión de acontecimientos bien puede servirnos para tratar al menos de eludir la humana costumbre de tropezar más de una vez con la misma piedra.

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Rupturas

Esta semana el teniente de alcalde de Badalona procedía a la solemne destrucción, frente a las cámaras de televisión, del auto judicial que obligaba a su consistorio a respetar la jornada festiva del doce de octubre. Con la misma arrogancia que el gordo Buck Mulligan al inicio del Ulises de Joyce –Introibo ad altare Dei–, fraccionaba orgulloso el documento consagrado en sede judicial. Su mirada traslucía en el rito la ira de quien, acabados los argumentos, transita impúdicamente del marco democrático, que le puso donde está, al discurso falaz de la Ley soy yo. La flagrante contradicción en la que incurren este tipo de individuos es evidente y no debería dejarnos impasibles.

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El arte de saber ceder

Como parte quizás de la humana inclinación por encontrar la paja en el ojo ajeno antes que la viga en el propio, cuando escuchamos aquello de la regeneración de la política tendemos a considerarlo tarea de otros, obviando que la política no es otra cosa que el fiel reflejo de la sociedad. Por eso más que de regeneración convendría hablar, en mi opinión, de normalización, y no de los políticos, sino realmente de esa política de la que todos somos partícipes, por activa o por pasiva.

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Cantos de sirena

A una semana de las elecciones generales arrecian los mensajes de los principales partidos que concurren a la cita electoral. Como parte de su estrategia para llegar al electorado, propio y ajeno, y para obtener unos restos que, a todas luces, jugarán un papel fundamental en el reparto de escaños más complejo de la democracia, cada candidatura elabora con esmero sus misivas. Saben perfectamente cuales son sus caladeros. A ellos se dirigen con un discurso que, en algunos casos, busca tan solo regalar los oídos a ciudadanos legítimamente cabreados por las estrecheces acaecidas durante la más profunda crisis de la historia reciente de nuestro país, y que ven en la cita electoral la ocasión de depositar en la urna buena parte de esa impotencia que a veces a todos nos alcanza.

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El grano de la paja

El pasado miércoles tuve ocasión de asistir al acto de inauguración de la Escuela de Verano de la Universidad Católica de Ávila. El evento estuvo presidido por el Ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación en funciones, José Manuel García-Margallo, quien disertó sobre los populismos en el siglo XXI, tema central del encuentro que se desarrolló durante las jornadas del miércoles y del jueves en el Palacio de Congresos y Exposiciones Lienzo Norte de la capital.

Independientemente de la opinión que cada uno de nosotros tenga sobre un tema tan actual como éste, lo más relevante del acto no fue la amplia presencia de personalidades del ámbito político, periodístico y académico, sino la gran capacidad de síntesis, el poderoso argumentario y la eficaz oratoria del señor García-Margallo. Pocas veces tiene uno ocasión de escuchar en directo a una personalidad con el recorrido profesional, humano y político del actual responsable de la diplomacia exterior del país. En su exposición realizó un completo análisis del devenir histórico del siglo XX europeo –sin olvidarse de las conexiones con el resto de países del arco mediterráneo, Norteamérica y Asia, sin los que sería imposible comprender el actual panorama de globalización económica–, ofreciendo a los presentes una privilegiada visión solo al alcance de unos pocos, una amplia perspectiva imprescindible para reflexionar antes de la toma de cualquier decisión política que aspire a ser acertada.

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La necesidad de poder

La soberanía nacional reside en el pueblo español. Así reza el primer artículo de nuestra Constitución para continuar afirmando que de esa soberanía emanan los poderes del Estado. La redacción de este primer enunciado de nuestra Carta Magna no obedece ni a la casualidad ni a la improvisación, sino que se erige en piedra angular de todo su posterior desarrollo. Sus autores se cuidaron aquí de diferenciar soberanía y poder: la una reside en el pueblo, el otro no. De esta dialéctica constitucional nace el sistema de representación en el cual los poderes del Estado –Legislativo, Ejecutivo y Judicial– pasan a manos de representantes, cargos electos o servidores públicos de carrera.

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Electorado y cambio

Henos aquí casi tres meses después con un gobierno en funciones tras varios intentos fallidos de investidura. El inédito período constitucional en el que hoy nos encontramos puede servirnos precisamente para analizar los procedimientos que nos han llevado hasta él con la esperanza de que, aprendiendo del pasado, podamos encontrar el norte en estos mares inciertos. Porque parece claro que con tanta línea roja, tanto desencuentro más o menos forzado entre los líderes de los diferentes partidos, y tan encendidos llamamientos al respeto al electorado, la nave no tiene visos de enderezarse. Quizás sea este un buen momento para mirar atrás ante una cada día más probable repetición de elecciones, o simplemente como reflexión ante próximas convocatorias, con el fin de encontrar algunas claves que nos permitan no volver a tropezar dos veces con la misma piedra.

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El lastre del miedo

Que la corrupción está empañando el proceso de constitución del nuevo gobierno es evidente, aunque no lo es tanto que lo está haciendo en varios sentidos y con efectos dispares. Las hemerotecas demuestran que son pocos – por no decir ninguno – los que a este respecto están libres de pecado para andar tirando la primera piedra. Pobre argumento pues será este para tomar decisiones con la altura de miras y el sentido de Estado que la situación requiere. Muy posiblemente además estos pocos aun inmaculados pasarían a engrosar la lista de los impuros con algo de tiempo y unos cuantos millones de euros bajo su brazo gestor. Simplemente porque la corruptibilidad es una dolencia que aqueja a la especie humana, mal que nos pese, desde que se nos atragantó el fruto prohibido. El resto es tan solo probabilidad. Conviene por ello recordar que son las personas, y no los partidos o las instituciones – respetables entidades en la mayor parte de los casos – por ellas integradas, las que se corrompen. Y que son muchas más las que no lo hacen. Otra cosa bien distinta es que las democracias maduras deban disponer de mecanismos para atajar esta corrupción, preferentemente en origen, mediante la educación en el respeto y la información acerca de sus perversos efectos, o extirparla de raíz de forma rápida, efectiva y modélica, si el fraude está ya consumado. Siendo optimistas, los numerosos escándalos que estos últimos meses están siendo destapados dentro y fuera de la vida política pueden ser indicio de que esto último se está haciendo, al menos en parte.

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Dar la nota

El pasado miércoles, emanadas de las elecciones del 20 de Diciembre, se constituyeron las Cámaras correspondientes a la undécima legislatura. Sus señorías juraron o prometieron – fueron varios los que evitaron ambas fórmulas, enunciando en el mejor de los casos, y recitando en el peor, aprendidas florituras léxicas y originales hipérbatos – sus cargos en un acto que tuvo en muchos momentos más tintes de show televisivo que de solemne evento institucional. Bien es cierto que parte de la responsabilidad de que esto sea así recae precisamente en los medios de comunicación, que a veces centran el foco más en las formas que en el fondo. Conscientes de ello, algunos aprovecharon la ocasión para hacer lo que mejor saben, que es dar la nota, en un flagrante ejemplo de intrusismo laboral pues para eso ya estamos los músicos. Aunque, a diferencia de aquéllos en nuestro caso es lo que se espera de nosotros.

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Mayorías

Hoy sabremos por fin – siempre y cuando no se alineen los astros y la moneda vuelva otra vez por caprichos de la estadística a caer de canto – si los catalanes se merecen un gobierno estable o si por el contrario tendrán que poner fin al sainete en el que se han visto envueltos acudiendo de nuevo a votar. Incluso aunque ello pudiese implicar que se habrían equivocado en primera ronda al tener que cumplir de nuevo con un deber supuestamente mal ejercido o incorrectamente ejecutado. Al final va a ser que algunos no saben votar. Ya se sabe que es importante estar políticamente informado. Como cuando le comenté a un amigo que necesitaba una mesa de centro y me recomendó adquirir mejor una de centro derecha.

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…Como a estancado

Desde hace unos días los ciudadanos de Barcelona se miran una y otra vez la suela del zapato. Resulta que el pasado miércoles apareció un tufillo un tanto pestilente que ha inundado la ciudad y del que nadie parece conocer el origen. La noticia saltaba a los medios de comunicación el pasado jueves dejando perplejo a más de uno, no tanto por la incierta procedencia del hedor aquél, como por el simple hecho de que formase parte del prime time en los medios nacionales. Algunos núcleos rurales coparían las portadas de los diarios si no fuese porque el componente oloroso lleva ya mucho tiempo formando parte de su paisaje. Seguramente algunos de estos inquietos ciudadanos barceloneses destinan tiempo y dinero a un turismo rural que les permite disfrutar algún que otro fin de semana de las sutiles exhalaciones de campos, ganados y tierras de cultivo. Pero esto de tenerlo a domicilio parece por lo visto ser cosa inquietante.

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