Archivo de la etiqueta: Opinión

Inoperancia

El pasado martes publicaba El País en su edición digital una entrevista con Antonio Moral, director del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM), en la que el responsable del ente público manifiesta su intención de no renovar al frente de la entidad debido a las dificultades con las que se ha encontrado durante los últimos años, especialmente las derivadas de la falta de flexibilidad por parte del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM), del que depende. “En Cultura no manda el ministro del ramo, manda Hacienda”, son sus palabras.

El que fuera fundador de la revista musical Scherzo y del Festival Mozart de Madrid, coordinador de la programación musical de Caja Madrid, director de la Semana de Música Religiosa de Cuenca y artístico del Teatro Real afrontó, tras su incorporación al CNDM en 2010, una drástica reducción presupuestaria que no le impidió multiplicar por diez la recaudación gracias a las propuestas imaginativas y las audaces programaciones musicales de su departamento. Abandona ahora el Sr. Moral, dice, por la rigidez y la excesiva fiscalización a la que se ven sometidos. “De todo mi tiempo, el 80% se va en solucionar problemas administrativos, no artísticos”, asevera.

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El máster

Confío en que el amable lector sabrá disculpar que vuelva sobre el tema, pero confluyen en él aristas tan afiladas que no tengo por menos que compartir aquí con él mis cuitas. Escasa maestría —definición que la RAE da del anglicismo máster— ha mostrado la mayor parte de los implicados en el turbio asunto del posgrado presidencial. Quod natura non da Salmantica non præstat. Para este viaje no parecían hacerles falta alforjas: el grado académico de poco les ha servido a éstos para arrostrar su incapacidad para conducirse a sí mismos. Cualquiera que haya prestado docencia en un centro oficial conoce perfectamente los procedimientos de evaluación y el valor capital de unas actas de calificación —lo que dicen va a misa, otorga títulos, pone doctores y quita cátedras— que deben ser custodiadas, dada su relevancia, bajo la supervisión directa de los responsables del centro. Bochorno provoca presenciar cómo algunos cargos de esta universidad de regio apellido juegan con el prestigio de la institución en una delirante pirueta dialéctica de calificaciones presuntamente nunca otorgadas, firmas fraudulentamente consignadas, y viajes de matriculación en el tiempo más propios de la física cuántica. Alguien debería ofrecer explicaciones convincentes y depurar responsabilidades—inmediatamente, quizás, antes de marcharse— ante el riesgo evidente de dar la puntilla a la venerable institución universitaria.

Pero escasa maestría ha mostrado también quien, lejos de despejar con contundencia todas las dudas vertidas acerca de sus estudios por los impenitentes medios de comunicación, se enroca en esa indolente retórica política tan en boga. Máxime cuando el inmaculado cariz de su predicamento ha sido precisamente el que le ha llevado a la cátedra ejecutiva que ostenta. Con lo fácil que hubiera sido bajar de la nube, del pendrive o del altillo el trabajo de marras y evitarnos a todos este lamentable espectáculo.

Cuestionable maestría política denotan también en mi opinión algunos —no todos— cuadros de su partido que, más allá de la necesaria presunción de inocencia, se han apresurado a poner la mano en el fuego por la presidenta. Con sus prisas pueden poner también, ahora que la cosa se judicializa y el personal universitario empieza a escurrir el bulto, a la formación política a los pies de los caballos ante una opinión pública que reclama a la mujer del césar, además de ser honrada, parecerlo.

Mención aparte merece el tratamiento que algunos medios de comunicación hacen del asunto, contribuyendo como de costumbre a darle más importancia al contorno de lo anecdótico que a la enjundia del meollo. Y como a río revuelto ganancia de pescadores, la oposición empuja a los que desde su aparición juegan a la equidistancia —y que esgrimen ahora para evitarlo una comisión de investigación— al abismo de una moción de censura que no tocaba. Dichoso máster.

 

[Publicado en el Diario de Ávila el 8 de Abril de 2018]

Concertación regional

Este viernes tuvimos ocasión de escuchar de nuevo en nuestra capital, como parte de la Segunda Temporada Sinfónica y de Cámara de Lienzo Norte, a la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, agrupación que cumplió recientemente veinticinco años al servicio de la promoción cultural del más alto nivel en la comunidad. Mucho ha cambiado el panorama musical de la región, y del país, desde que allá por 1991 esta orquesta, reconocida hoy entre las mejores sinfónicas del panorama nacional, diese sus primeros conciertos. El impulso a la divulgación musical en la comunidad que supuso su creación, la construcción de destacados contenedores culturales –como el propio Lienzo Norte abulense o el Auditorio Miguel Delibes de la capital vallisoletana– y de modernos edificios destinados a albergar la enseñanza musical profesional que se imparte en nuestros conservatorios han sido determinantes en estos 25 años para la consolidación de una actividad artística regular y de la más alta calidad en este campo, reconocida dentro y fuera de nuestras fronteras. La renovación de los equipos y planes docentes en los centros oficiales de formación musical de la comunidad, reflejo sin duda de la formación que muchos hemos tenido ocasión de recibir dentro y fuera de España, ha contribuido también sustancialmente a este proceso. La Sinfónica de Castilla y León es un buen ejemplo de cómo un proyecto coherente, en manos profesionales y dotado de una inversión suficiente y mantenida en el tiempo ofrece siempre sus frutos. Y a juzgar por el refinado Gombau, el brillante Brahms y el poderoso Dvorak que tuvimos ocasión de escuchar el viernes, son éstos maduros y jugosos.

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Espantar el talento

El pasado 15 de febrero este rotativo se hacía eco de la generosa oferta de empleo público que la Consejería de Educación de la Junta de Castilla y León anunciaba para las próximas oposiciones de profesores de Enseñanza Secundaria, Formación Profesional, Escuelas Oficiales de Idiomas, Artes Plásticas y Diseño, y Música y Artes Escénicas. Una convocatoria calificada por el director general de Recursos Humanos como “compleja y largamente esperada”. Sin duda lo es, dado el limitado número de plazas ofertadas para el acceso a estos cuerpos docentes durante los últimos años. La noticia sin embargo no era tanto el alcance de la oferta como el objetivo explícito de la convocatoria: “reducir la interinidad”. El director era tajante al explicar que este nuevo sistema de oposición “beneficia claramente a los interinos con experiencia, que se ven favorecidos porque sacando un cinco están prácticamente dentro”, mientras “un aspirante sin experiencia debe sacar por encima de un 8,5 para tener opción a una plaza”. De este modo “un profesor que lleve diez años como interino tiene garantizados siete puntos sobre diez, mientras que un estudiante de grado con su máster parte con un cero”. Todo ello con la unánime y necesaria aquiescencia de los sindicatos de profesores. Desconozco la postura de los sindicatos de estudiantes.

Tan solo siete días después, este mismo diario publicaba los datos del último informe de la FAD, en el que los jóvenes españoles salen poco bien parados, a la cola en desarrollo debido al paro y la emancipación tardía, lo que les impide una evolución tan positiva como en otros países de nuestro entorno, y que coloca en este sentido al nuestro en el puesto 24 del continente.

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Desaprender

“Cette étude vous fera du bien”. Así describía el primero de sus Estudios para piano el gran compositor y pianista Frederick Chopin para uno de sus alumnos. “Este estudio te hará mucho bien…” para continuar apostillando “…si lo estudias como yo te diré: de otro modo, desaprenderás”. El aprendizaje, ese fascinante proceso en el que nos vemos inmersos sin poder evitarlo en modo alguno, desde que nacemos y hasta el final de nuestros días. Más completo y satisfactorio en compañía, de la mano del genuino pedagogo que, como Chopin, sabe, quiere y puede enseñar, al menos, a no desaprender.

Hace unos días acudía al cine junto a mi sobrina de once años para ver una de esas películas de tono familiar. En ella, un grupo de monjes decide sumarse a la cosa futbolística para garantizar la continuidad de su vetusto monasterio. Más allá del argumento y la calidad del filme, me sorprendió su calificación: no recomendada para menores de siete años. Dado el uso continuo de palabras malsonantes y términos poco adecuados para menores que utilizaban los personajes –incluso a modo de mantra en algunos momentos– aquel auditorio básicamente infantil no parecía ser el más indicado para su consumo. ¿Me estaré haciendo mayor?

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La nevada

Feliz Año Nuevo. De nieves, año de bienes. Prometedor 2018 a decir del refranero. La nevada del siglo nos sorprendió a todos mojando el roscón y derramó sus bendiciones en forma de copos generosos con los que recordar a nuestras olvidadizas almas quién sigue mandando aquí. Igual que la caprichosa bacteria que a algunos nos mantuvo encamados durante días, así el meteoro desbarataba en horas nuestros más depurados planes. La naturaleza nos pone en nuestro lugar: suya es la victoria, siempre.

Y ante semejante demostración de poderío, dos opciones: pánico, nerviosismo y caos, o admiración, paciencia y colaboración. Como ha hecho siempre desde que alguien acertó a plantar su tienda por primera vez en el páramo, la crudeza del invierno castellano nos puso de nuevo a prueba. Unos le respondieron calzándose las botas, pala en ristre, sabedores de su debilidad pero también de que tras la tempestad siempre viene la calma, haciéndole frente. Otros no. Sabedores de su desventaja en tan desigual contienda, algunos optaron por recuperar la sana costumbre machadiana de hacer camino al andar. Otros no. Unos tiraron de refranero también para poner al mal tiempo buena cara. A otros les da igual el tiempo –y el refranero– para ponerla mala. Unos tomaron memorables instantáneas del blanco manto como recuerdo. Otros prefirieron tomarlas como arma: confundieron el adversario.

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La gran música y la industria cultural

Fechas propicias para acudir a conciertos son sin duda estas en las que nos encontramos. Ayer mismo la Orquesta Sinfónica de Ávila colmaba de nuevo nuestras expectativas con otra de esas pequeñas pero rutilantes victorias tan necesarias en el panorama musical actual. Un concierto que, como el resto de los que componen la Segunda Temporada Sinfónica y de Cámara de Lienzo Norte, mantuvo un complejo equilibrio entre la elección del repertorio, la solvencia técnica y musical de los intérpretes y, lo que es más importante, la búsqueda de la implicación del público en la construcción de una auténtica cultura musical alejada de lo pintoresco o lo anecdótico.

Ya en alguna ocasión he manifestado desde estas páginas mi opinión acerca de la importancia que tiene en una ciudad como la nuestra programar con responsabilidad, conociendo los intereses y las inquietudes del público, pero sobre todo unas necesidades y un alcance –a menudo no es el cuánto, sino el cómo– que no siempre son contemplados. Programar no es sencillo, ni barato. Pero es necesario para el crecimiento de la ciudad, tal es el de sus habitantes. Se hacen imprescindibles para ello coordinación –el solapamiento de conciertos dirigidos al mismo tipo de público, incluso de una misma entidad, es más frecuente de lo deseable–, inteligencia en la distribución de los recursos, y contacto permanente con artistas y agencias. Un evento artístico “de calidad” no lo es porque se publicite como tal, sino por la profesionalidad en su gestión y ejecución. Una profesionalidad cuyo resultado artístico el público sabrá refrendar, y abonar, si se le presenta con una asiduidad que le permita su adecuada ponderación. Solo así la industria cultural contribuirá al tejido productivo, particular empeño entre otros de un servidor.

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Adalides

La noche del pasado miércoles finalizaba el día, como de costumbre, escuchando el análisis de la jornada en los medios de comunicación. Conocía entonces algo más en profundidad los detalles de la muerte de Víctor Laínez, presuntamente a manos del joven extremista Rodrigo Lanza, aparentemente por llevar unos tirantes con los colores de la bandera española. Un capítulo más de una sórdida historia que comenzó años atrás y de la cual Laínez, sin saberlo, iba a ser el último protagonista hasta la fecha. Inmediatamente después de la tertulia –aun a riesgo de trasnochar más de la cuenta, como así sucedió– busqué el contrapunto en el documental Ciutat morta que narra, con Lanza en el papel de damnificado protagonista, la sucesión de acontecimientos desencadenados a partir del desalojo en febrero de 2006 por parte de la guardia urbana de Barcelona del antiguo Palau Alòs, ocupado por un grupo de jóvenes que celebraban una fiesta. Si en el análisis de los tertulianos Rodrigo Lanza se descubría a los ojos del espectador como un tipo vil –nieto de un almirante de Pinochet– capaz de descerrajar golpes y patadas a alguien por su forma de vestir hasta provocarle la muerte, el sombrío documental transmite la imagen contraria: la de uno joven detenido, torturado, acusado y encarcelado injustamente por dejar tetrapléjico a uno de los guardias urbanos que participaron en aquel desalojo. El filme es prolijo en detalles, y ata hábilmente cabos desde antes de la fecha de autos hasta la salida de la cárcel de Rodrigo Lanza. Se basa para ello en la tesis de la conspiración judicial, policial y política contra el colectivo antisistema exclusivamente por la lamentable actuación de dos policías que, como se demostró en un caso posterior, acostumbraban torturar a sus detenidos. La figura de Patricia Heras, otra de las antisistema detenidas aquella noche, que se suicidó en una de sus salidas de prisión, sobrevuela con su poesía esta cinta laureada en varios festivales.

Hasta ahí las imágenes y las palabras. Los hechos han sido relatados por unos y otros con mayor o menor implicación, pero en muchos de los casos –es éste el destino último de mi reflexión– de una forma interesada y lo que es peor, rentable. Temas tan intrincados social, política y jurídicamente como los referidos, en los que se entremezclan en una tormenta perfecta de desdichadas coincidencias extremismos de derecha e izquierda, corrupción policial, homicidio y suicidio deberían ser tratados con una pulcritud exquisita por parte de analistas, periodistas, reporteros y políticos. Y si no es así, no hacerlo. Sorprende el arrojo con el que muchos han hecho suyo el caso –y lo seguirán haciendo– para erigirse en adalides de tal o cual causa sobre la cruda realidad de vidas y hechos ajenos. Todas las muertes son desgraciadas, sin apellidos. Toda la violencia reprobable, sin paliativos. Y aunque las conexiones de estos lamentables acontecimientos puedan describirnos un panorama más o menos desolador, la reflexión y la prudencia deberían ser el sonoro contrapunto a las estridencias a las que nos vemos sometidos diariamente.

 

[Publicado en el Diario de Ávila el 17 de Diciembre de 2017]

El tamaño de la lupa

Esta semana el Secretario General de Podemos en Castilla y León colocaba en el disparadero al equipo de gobierno del Ayuntamiento de Ávila con su particular salva de buenos deseos navideños. El Procurador del Común, el Consejo de Cuentas y la Fiscalía Anticorrupción eran los Reyes Magos a los que la formación morada comprometía los regalos con los que agasajar la, a su juicio, irregular gestión del Partido Popular en la adjudicación de contratos. “Mala praxis”, “anomalía democrática” y actuación “vergonzosa, lamentable e indecorosa” eran los dones ofrendados por la formación morada en su ráfaga dialéctica. Si a cualquiera de nosotros nos soltaran semejante andanada sobre nuestro trabajo saldríamos corriendo. Tal es quizás la intención de las gruesas e intimidatorias palabras de una formación que, como ya rebatió el equipo de gobierno, no está representada en el consistorio de la capital, y cuya franquicia local suele ausentarse, física y políticamente, más de lo deseable de las reuniones de los órganos de gobierno a los que, ellos sí, pertenecen.

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Hüzün

La tarde del pasado martes conversaban en un programa de radio acerca de la sensación de tristeza y frustración que a casi todos nos ha producido la sucesión de acontecimientos acaecidos durante las últimas semanas en Cataluña. Utilizaban para ello como leitmotiv el término turco de origen árabe hüzün, denominación del sentimiento de amargura por la pérdida de la identidad de un pueblo. Como la saudade portuguesa, pero desde una percepción colectiva que añora recuperar algo perdido, quizás para siempre. Me sorprendió entonces comprender que era precisamente ese sentimiento el que me invadía también a mí, al tiempo que me preguntaba cómo era posible que algo tan aparentemente impersonal y ajeno a interioridades como la política podía afectar a nuestro estado de ánimo. Quizás este autodestructivo procés haya tenido efectivamente como única virtud la de mostrarnos hasta qué punto la política puede tener un impacto directo, real y cuantificable en nuestras vidas. El preocupante desinterés por la política que nos ha llevado hasta aquí –y que no es otra cosa que dejadez acomodaticia, que exprime egoístamente los frutos del esfuerzo de otros– debe hoy hacernos reflexionar acerca de la importancia que, en la práctica, tiene el papel de nuestros representantes.

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Santas vacaciones

El pasado 1 de Julio la portada de este diario se hacía eco de la satisfacción mostrada por la Junta de Semana Santa de Ávila ante el acuerdo adoptado por las Cortes de Castilla y León para modificar las vacaciones escolares de Semana Santa a partir de 2019, incluso antes, tras la polémica generada por la publicación del calendario correspondiente al curso escolar 2017-2018, que establece estas vacaciones para el año que viene fuera del período comprendido dentro de la semana completa de pasión. El Consejero de Educación, Fernando Rey, ha sido blanco estos días de las críticas de hosteleros y responsables de las principales Semanas Santas de nuestra comunidad, muchas de las cuales, entre ellas la abulense, ostentan la declaración de Interés Turístico Nacional. Sostiene el Sr. Rey que los períodos vacacionales escolares –que, aunque determinan en gran medida los de los padres en virtud de una deseable conciliación de la vida laboral y familiar, están concebidos en esencia para sus hijos– no deben venir determinados por motivos religiosos, sino por necesidades pedagógicas, en pro de un equilibrio entre los diferentes trimestres lectivos que facilite el rendimiento académico de nuestros chicos. Esta a mi juicio más que razonable postura era calificada sin embargo de “autoritaria” e “intransigente” por parte de los responsables de la Semana Santa abulense, y recibía también duras críticas por parte de otros sectores, que ven crecer durante esas fechas sustancialmente sus ingresos por el turismo. Ello a pesar de la salomónica opción ofrecida por el Consejero, que permite a cada centro decidir cómo organizar estos períodos vacacionales en la línea de lo que se lleva haciendo durante lustros, sin “caos” alguno, con determinadas fiestas patronales en muchas localidades de la región.

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La rueda

25 años. Eso es lo que tardaría, dicen, una sola persona en transcribir, trabajando diez horas al día, toda la obra de Mozart. Se lo cuento con frecuencia a mis alumnos. Dado que el compositor murió con 35 años, podemos hacernos una idea de su capacidad creativa, ya que ni siquiera hemos incluído en la ecuación el tiempo que dedicó a concebir las piezas. Aunque todo apunta a que su incontenible torrente creativo fluía a la par que su pluma lo plasmaba en el pentagrama. Inaudito.

No parece probable que Mozart cobrara por horas. Tampoco que pudiera acogerse al convenio colectivo del gremio de compositores vieneses del momento. Más bien su producción obedecía generalmente al encargo de mecenas, y solo a veces precisamente a su propia incontinencia creativa. Quizás lo ingrato del régimen de autónomo de la época al que no le quedó otra que acogerse –tampoco parece, dicen las crónicas, que se caracterizara por la mesura en el gasto– pudo ser la causa de su paupérrimo entierro, que traía a esta misma columna hace algunas semanas.

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JASP

Fin de curso. La mesa repleta de libros, cuadernos, apuntes. El acompasado tic nervioso del pie contra el suelo. Un bolígrafo mordisqueado sirve de estribo con el que trazar mentalmente el perfil de fórmulas, cifras y fechas. La mirada fija en algún punto del infinito que lucha por ceñirse al temario, mientras evita penosamente caer en las cálidas redes del incipiente verano que se cuela por las ventanas de la biblioteca. La estampa se repite cada año y alcanza su clímax en estas fechas en las que, quien más quien menos, se juega un acceso a la universidad, un paso de grado, o unas vacaciones siquiera libres de obligaciones académicas. Y aunque todos hemos pasado por ese cuello de botella siente uno que la tiranía de la continua evaluación crece cada curso y amenaza con pasarnos factura.

Mientras espero a ser atendido en la farmacia, hasta tres personas –sufridos padres de otros tantos estudiantes, supongo–, se interesan por los suplementos vitamínicos. «Es por lo de los exámenes», afirman con resignación. «Éste lleva zinc y magnesio», responde el boticario mientras les extiende un frasco lleno de cápsulas. «Los mismos elementos que estarán estudiando en química», pienso yo. Mientras se termina de inventar la pastilla de la ciencia infusa la industria farmacéutica se encargar de dopar convenientemente a nuestros hijos en lo que no debería ser más que su natural tránsito por el sistema educativo.

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Acompasados

En contadas ocasiones ofrecen los medios de comunicación generalistas noticias relacionadas con la formación musical. Y cuando lo hacen suele desprender la crónica cierto tufo a excéntrico pasatiempo para convertir la aclamación vanidosa sobre el escenario en una forma de vida. Conviene recordar sin embargo que la formación musical profesional, al igual que otras disciplinas como la danza o las artes plásticas, se asemeja bastante poco a los talent show a los que nos tienen acostumbrados últimamente estos mismos medios. De hecho la competitividad en el arte, más allá de la imprescindible búsqueda de la excelencia –dada la valiosa materia prima con la que se trabaja–, tiene bien poco que ver con la competición permanente en la que pretenden instalar al gremio. Esto no es Eurovisión ni Tú sí que vales. La interpretación musical profesional constituye al contrario una vocación tan silenciosa y abnegada como la del artesano, que dedica toda su vida a depurar la técnica propia para disfrute del prójimo.

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Algunos, pocos

La insaciable sed de dinero del expresidente de la Comunidad Autónoma de Madrid nos ha dado la semana. La presunta cohorte de conseguidores y paniaguados que pululaban a su alrededor en busca de favores ha provocado nuestra indignación y repulsa más absolutas. Parece que algunos, pocos, se creen por encima del común de los mortales, intocables y omnipotentes. Afortunadamente la justicia, impenitente aunque lenta, ha venido finalmente a ponerles en su sitio.

Otros pocos, los integrantes del «matriarcado» de los Pujol, se han sumado al esperpéntico desfile de presuntos estafadores que una vez jugaron a ser honorables pero que, según parece, nunca fueron acreedores de tal dignidad. Mientras tanto en las mismas tierras ampurdanesas algunos, pocos, se empecinan incansablemente en arrojar leña al fuego del separatismo y la confrontación. La escenificación del rupturismo parece sin embargo ir perdiendo respaldo entre los líderes internacionales, que cada vez hacen más el vacío al Sr. Puigdemont en su delirante deriva hacia ninguna parte.

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Semana de pasiones

Las vacaciones son sagradas. Lo dicen los ingleses, que santifican todas ellas –holidays significa literalmente «días sagrados»–. Quizás sea la Semana Santa precisamente el período del año más propicio para una escapada vacacional. En primer lugar porque suele coincidir con el inicio de la primavera cuando, tras los rigores del invierno, tan necesitados estamos todos de luz, calor y tardes largas. En segundo lugar porque desconectar durante unos pocos días ofrece un providencial efecto reparador concentrado en apenas unas jornadas. Y tercero porque a la oferta turística permanente del país se le suma precisamente la rica tradición propia de las celebraciones de la Semana Santa.

Estos días hemos visto como nuestra ciudad se inundaba, literalmente, de visitantes que venían a conocer la nuestra, declarada recientemente de Interés Turístico Internacional. Y aunque los excesos de algunos en su profesión religiosa puedan servir como argumento a los detractores de estas celebraciones lo cierto es que, sea como manifestación cultural, artística, o simplemente antropológica, la Semana Santa es una buena oportunidad para despertar inquietudes.

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Programadores

En contra de lo que algunos parecen postular, la cultura no es esa especie de cajón de sastre en la que todo tiene cabida. Aunque es cierto que nuestra sed de conocimiento no debería tener límites, una adecuada planificación de los objetivos, procedimientos y resultados de cualquier programación cultural es fundamental para que ésta cumpla el importantísimo cometido social al que está llamada. La oferta cultural, como la educativa, debe ser fiel por ello a unos principios de objetividad, rigor y continuidad en el tiempo que permitan consolidar, en el largo proceso de formación de públicos –especialmente del más joven–, unos estándares definidos y reconocibles. De otro modo los mecenas, públicos pero también privados, se cuestionarán su cada día más necesaria aportación a este ámbito, y el respetable se verá abocado con toda probabilidad al desconcierto.

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Lección vienesa

Al atardecer del 6 de diciembre de 1791 el coche de caballos con los restos mortales de Wolfgang Amadeus Mozart cruzaba las puertas del cementerio vienés de St. Marx. Cuenta la tradición que los escasos alumnos y amigos que acompañaban al genio salzburgués, tras el funeral oficiado en la catedral de San Esteban, no pudieron seguir el ritmo del carruaje hasta las afueras de la ciudad, y que cuando por fin llegaron al cementerio el cuerpo del compositor había recibido ya sepultura en una tumba comunitaria. Se perdía de este modo para siempre el rastro del más grande creador musical, quizás el mayor genio de la historia de la humanidad. Hoy día un sencillo memorial recuerda el tesoro que encierra, en algún lugar de sus sagradas entrañas, el pequeño camposanto. A la sombra de un viaducto, rodeado de concesionarios de automóviles y modernas oficinas, el tiempo parece haberse detenido aquí a la hora precisa en la que la tierra abrazó el cuerpo sin vida de quien la dedicó enteramente a la música. Un poco más allá los restos de Beethoven, Schubert y Brahms reposan, esta vez perfectamente identificados, en el Zentralfriedhof de la capital austriaca.

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Violas

Es costumbre extendida entre los músicos contar chistes de violas. Se basan todos ellos en el habitual papel que este instrumento desempeña dentro de la familia orquestal de cuerda, no tan expuesto como el de los violines –situados habitualmente a la vanguardia melódica– ni tan contundente como el de los violoncelos, sustento de la base armónica. Y con permiso, claro está, de los contrabajos, también blanco frecuente de la chanza orquestal por su tamaño. Simpáticas anécdotas y sucedidos que, tamizados por el cordial sentido del humor de la plantilla orquestal, dan cuenta de las desventuras que supuestamente acompañan a estos sufridos instrumentistas en su desempeño. No se corten: una sencilla búsqueda en internet puede hacerles pasar un buen rato.

Tal costumbre nace sin embargo, como no puede ser de otro modo, de una profunda admiración por el papel del actor secundario. O de reparto, que dirían los cineastas. Todo el que ha tenido que ejercer alguna vez el liderazgo de un colectivo sabe bien que el éxito del conjunto –y para el que lo desee, o lo necesite, también el propio– solo es posible gracias al mérito de su equipo.

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Abulense, no abúlico

En mi deambular por la prensa diaria suelo toparme a veces –especialmente en los medios digitales, parapeto del francotirador anónimo– con comentarios sorprendentes. Por una parte porque traslucen un importante desconocimiento, en el mejor de los casos, de la complejidad social y económica en la que vivimos. Por otra, porque aportan bien poco a su crecimiento y desarrollo, y buscan tan solo la confrontación, la trifulca y la bronca. Ello resulta especialmente llamativo en el caso de la política local, en el que las ideologías no tienen tanto peso en la práctica como la capacidad de gestión, el acierto en las decisiones y la responsabilidad en los actos.

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Epifanías

La mayoría de las celebraciones religiosas encierra con frecuencia un significado mucho más profundo del que, para las personas ajenas a su creencia –y con más motivo incluso en el caso de los fieles a ella–, una perspectiva más simplista puede ofrecer. De hecho, la mayoría de las fiestas de la tradición católica nacen de celebraciones paganas anteriores, de las que se nutren también –siempre es más lo que nos une que lo que nos separa– otras religiones. Ello no les resta, sin embargo, un ápice de su valor. Más bien al contrario enriquece su significado y aporta, sea uno creyente o no, un sentido a muchos de los días que de otro modo corren el riesgo de quedar reducidos a un simple número marcado en rojo en el calendario.

Tal es el caso de la Epifanía, celebración que, aunque parece haberse convertido hoy en un repentino brote consumista colectivo –el día de los regalos de Reyes–, hunde sus raíces en una tradición anterior incluso a la de la Navidad con la que se vincula y de la que, por cierto, también pueden extraerse otras valiosas interpretaciones. Epifanía, del griego epipháneia, significa manifestación, revelación, aparición. En el contexto de la liturgia católica viene a significar la manifestación del dios hecho hombre a los reinos de la tierra, representados aquí por los tres reyes magos que llevan sus ofrendas al recién nacido.

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Lápiz y papel

A lo largo de esta semana los medios de comunicación locales, regionales y nacionales se han esforzado en dar cumplida cuenta del éxito obtenido por nuestra comunidad autónoma en el informe PISA de educación correspondiente a 2015, y que nos coloca a la cabeza del país por encima de Madrid o Navarra, e incluso de otras naciones tradicionalmente asociadas a modelos educativos de éxito como Alemania o los Países Bajos. Independientemente del acierto en el procedimiento de obtención de estos datos, y más allá de las cifras absolutas que arroja –sin duda positivas y por las que tanto alumnos, como padres y profesores debemos felicitarnos– es interesante leer entre líneas para extraer algunas pistas que nos permitan seguir mejorando en la trascendente tarea educativa.

Un aspecto destacado de este informe es que las diferencias entre algunas comunidades autónomas continúan incrementándose. Así, los resultados de Canarias, Andalucía o Murcia no parecen mover al optimismo. La transferencia de las competencias educativas desde el gobierno central es lo que tiene: de sus respectivas políticas y capacidad de gestión dependerá en gran medida el éxito académico de sus jóvenes. Es labor del Estado sin embargo no dejar al fin a cada uno a su suerte y en este caso, como en tantos otros, siempre será mejor elevar la media del conjunto ayudando a los rezagados que aflojar el ritmo, algo que no por evidente suele ser siempre costumbre política. De otro modo, en base al principio de solidaridad interterritorial –conviene recordarlo– el éxito de unos pocos será tan solo la guinda del fracaso de todos.

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La ruleta rusa

El pasado mes de junio la mayoría de los ciudadanos de Reino Unido decidían democráticamente poner fin a más de cuarenta años de pertenencia a la Unión Europea. El pueblo colombiano denegaba su apoyo a primeros de octubre, democráticamente también, al proceso de negociación entre su gobierno y la guerrilla de las FARC para cerrar un conflicto que lleva desangrando el país más de cincuenta años. Esta semana, ante el asombro de medio mundo y la incredulidad de los más reputados analistas, el pueblo norteamericano hacía a Donald Trump presidente de la más longeva democracia de la historia moderna. No es este –aunque pueda parecerlo– el apocalipsis predicho por los oráculos. Afortunadamente no tenemos referencias al respecto en documento precolombino alguno. Pero tal sucesión de acontecimientos bien puede servirnos para tratar al menos de eludir la humana costumbre de tropezar más de una vez con la misma piedra.

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Veraneo

Llegadas estas fechas somos muchos los que tenemos por costumbre pasar algunos días cerca del mar en compañía de buenos amigos y lejos de una rutina que, si no se ve interrumpida con la periodicidad necesaria, puede arrastrarnos irremediablemente al tedio de la inoperancia. Porque es en estos momentos de placidez extrema cuando los sutiles mecanismos de la mente humana suelen dar a luz algunos de sus más valiosos proyectos, ambrosía madurada al sol de la tranquilidad estival.

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El arte de saber ceder

Como parte quizás de la humana inclinación por encontrar la paja en el ojo ajeno antes que la viga en el propio, cuando escuchamos aquello de la regeneración de la política tendemos a considerarlo tarea de otros, obviando que la política no es otra cosa que el fiel reflejo de la sociedad. Por eso más que de regeneración convendría hablar, en mi opinión, de normalización, y no de los políticos, sino realmente de esa política de la que todos somos partícipes, por activa o por pasiva.

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Ruido de sables

De niño acostumbraba jugar con mi hermano a un juego de estrategia militar en el que, ignorando la disposición sobre el tablero de las tropas del adversario, debía uno alcanzar su bandera. Las partidas solían ser largas y, aunque no estaba yo especialmente ducho en el juego de mesa aquel –desconozco si existe aún–, en las contadas ocasiones en las que me aproximaba a la victoria solía mi hermano descuidarse y golpear accidentalmente el tablero, echando a perder el final de la partida. Chiquilladas.

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Cantos de sirena

A una semana de las elecciones generales arrecian los mensajes de los principales partidos que concurren a la cita electoral. Como parte de su estrategia para llegar al electorado, propio y ajeno, y para obtener unos restos que, a todas luces, jugarán un papel fundamental en el reparto de escaños más complejo de la democracia, cada candidatura elabora con esmero sus misivas. Saben perfectamente cuales son sus caladeros. A ellos se dirigen con un discurso que, en algunos casos, busca tan solo regalar los oídos a ciudadanos legítimamente cabreados por las estrecheces acaecidas durante la más profunda crisis de la historia reciente de nuestro país, y que ven en la cita electoral la ocasión de depositar en la urna buena parte de esa impotencia que a veces a todos nos alcanza.

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El grano de la paja

El pasado miércoles tuve ocasión de asistir al acto de inauguración de la Escuela de Verano de la Universidad Católica de Ávila. El evento estuvo presidido por el Ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación en funciones, José Manuel García-Margallo, quien disertó sobre los populismos en el siglo XXI, tema central del encuentro que se desarrolló durante las jornadas del miércoles y del jueves en el Palacio de Congresos y Exposiciones Lienzo Norte de la capital.

Independientemente de la opinión que cada uno de nosotros tenga sobre un tema tan actual como éste, lo más relevante del acto no fue la amplia presencia de personalidades del ámbito político, periodístico y académico, sino la gran capacidad de síntesis, el poderoso argumentario y la eficaz oratoria del señor García-Margallo. Pocas veces tiene uno ocasión de escuchar en directo a una personalidad con el recorrido profesional, humano y político del actual responsable de la diplomacia exterior del país. En su exposición realizó un completo análisis del devenir histórico del siglo XX europeo –sin olvidarse de las conexiones con el resto de países del arco mediterráneo, Norteamérica y Asia, sin los que sería imposible comprender el actual panorama de globalización económica–, ofreciendo a los presentes una privilegiada visión solo al alcance de unos pocos, una amplia perspectiva imprescindible para reflexionar antes de la toma de cualquier decisión política que aspire a ser acertada.

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La ñapa

Una ñapa (del quechua yapa ‘ayuda, aumento’) es en América latina una añadidura. Por extensión también lo es en España, aunque con un matiz más de ‘apaño’ o ‘arreglo temporal’. Esta caducidad intrínseca a la ñapa tiende sin embargo a perderse, como suele ocurrir también en la propia evolución etimológica, perpetuándose en el tiempo, bien porque algunos consideran que si alguien se tomó la molestia de colocarla allí por algo sería, bien porque nos hemos acostumbrado a convivir con ella. Pero ñapa nació y ñapa se queda.

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El arma de la educación

Los gobiernos destinan a menudo miles de millones de euros a tratar de solventar males endémicos, corregir desviaciones críticas o castigar conductas impropias, aunque a menudo demasiado tarde, cuando el mal está ya hecho. Como en el caso del doctor que receta un calmante para el dolor sin atajar su origen de raíz, quizás la miope planificación a cuatro años vista, en lugar de en sucesivas generaciones, tenga algo que ver.

Los medios de comunicación nos han recordado estos días que hace bien poco Ruanda se desangraba en un genocidio fratricida alentado, en buena parte, por el odio inculcado desde una emisora local de radio, que animaba a aplastar a las “cucarachas” de la etnia vecina. Veíamos también como los parlamentarios ucranianos se liaban a tortas para tratar de defender por la fuerza lo que algunos no saben, pueden, o quieren defender con argumentos. En nuestro país, nuevos casos de violencia de género sacuden nuestras conciencias. Mientras tanto, en el parlamento regional se debate la Ley de Autoridad del Profesorado con la intención de poner al docente en el lugar de respeto y consideración que siempre debió tener y que, lamentablemente, hoy no tiene.

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La concordia fue posible

Cuatro sencillas palabras en las que subyace no obstante una profunda sabiduría. El epitafio de Adolfo Suárez sintetiza no solo el más importante legado que nos deja el estadista, sino también una forma de entender la política y el progreso social.

Hoy asistimos con frecuencia a la encendida defensa de posiciones diametralmente opuestas desde el más absoluto inmovilismo. La pluralidad de opiniones y la riqueza de perspectivas de una democracia madura como la española no deberían confundirse con la mera proclamación vehemente, insistente y vacía de los postulados propios, que pasan de este modo de ser un simple medio de argumentación a convertirse en un fin en si mismos y que, lejos de conducir al progreso edificado sobre el consenso, provocan el estancamiento social y el hartazgo del ciudadano.

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Por favor

A nadie se nos escapa que vivimos en una sociedad compleja. Aunque esta complejidad es muchas veces autoimpuesta y en buena parte responsable de los males que nos aquejan a los individuos que transitamos por ella. Un buen ejemplo de desnaturalización de la realidad es la creciente competitividad imperante en nuestro entorno.

Nos vemos obligados desde niños a librar una batalla sin cuartel por desmarcarnos del resto, por destacar en algo – ser el mejor de nuestro portal, como dice un amigo – que nos aleje lo más posible del profundo sumidero del paro juvenil. Tras dedicar la mañana al colegio o al instituto, nuestros chicos vuelven a casa cargados de toneladas de deberes, de toda suerte de tareas que garanticen que los saberes recién adquiridos quedan indisolublemente adheridos a sus almas. Tras las preceptivas clases particulares de inglés, música y matemáticas de la tarde, que les asegurarán ser ciudadanos de provecho, llegan por fin a su casa. Allí consumen su generosa ración diaria de concursos televisivos en los que un implacable jurado selecciona al mejor cocinero, al mejor bailarín, o al mejor cantante. Se nos olvida sin embargo que competir está muy bien, pero que sencillamente correr está aún mejor, que no ganar no es necesariamente sinónimo de perder, y que por encima de todo, como decía Machado, se hace camino al andar. Porque, vamos a ver, ¿qué es triunfar? Para unos es ganar mucho dinero, para otros adquirir gran poder. Otros asocian el triunfo con la popularidad, con la fama. Yo opino que triunfar es conseguir ser feliz.

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Entre nosotros…

Con todo este jaleo que se ha montado con el asunto de las escuchas de los servicios secretos, los pinchazos en los móviles de los jefes de gobierno, y las llamadas a consultas de los embajadores por un quítame allá esos wassap, uno cree vivir dentro de una película de agentes secretos. Como sea que la realidad supera siempre la ficción, miro ahora con cierto recelo mi teléfono, y él me devuelve la mirada – dicen que es inteligente- desde la insondable oscuridad de su pantalla. Quizás en lo sucesivo tenga que contestar con un amable díganme en lugar de con el acostumbrado diga. O despedirme con un afectuoso hasta más ver – la cortesía lo primero – para cada unos de mis misteriosos interlocutores. Existe la posibilidad de que el susodicho dispositivo esté monitorizando mi actividad, analizando los clics de mi teclado en busca de algún patrón oculto, a la espera de detectar una secuencia determinada para lanzar una llamada secreta a algún servidor remoto. Habida cuenta de que con su infalible gps sabe dónde hice la compra esta mañana, y que una amable voz femenina se pone a mi servicio cada vez que me acerco el aparato a la oreja para informarme de lo que me falta en la nevera, no me extrañaría nada que el día menos pensado reciba por mensajería un bonito detalle de cumpleaños de mi espía favorito.

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Artículo en la revista del I.E.S. Alonso de Madrigal

Reproduzco íntegro a continuación al artículo que, invitado por el Director, redacté acerca de mi paso por el Instituto, y que se ha publicado en el no 4 de la revista Speculum del Centro.

Recibo con agrado la invitación de escribir una breve reseña de lo que fueron mis años en el Instituto “Alonso de Madrigal”, y sólo cuando me pongo manos a la obra me sorprende comprobar que han pasado ya 19 años desde que en 1990 pasé a formar parte de aquella querida “comunidad educativa”. Observo con curiosidad mi infantil aspecto de la foto del libro de calificaciones y comprendo que los cuatro años que pasé en el Instituto fueron para mí un puente entre la niñez y una madurez que, si bien sigue aún hoy en mi horizonte, me permitía contemplar entonces mi entorno con una mente más abierta, un criterio más formado y una perspectiva más amplia que cuando llegué. El cambio de la “Educación General Básica” al “Bachillerato Unificado Polivalente” de entonces suponía un claro contraste en la dinámica del estudio: era mucho lo que había que aprender allí y uno debía organizar su tiempo y su esfuerzo para poder abarcarlo de la mejor manera posible. Lección de independencia y rigor que con el tiempo sería uno de los pilares de mi formación musical profesional posterior.

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