Archivo de la etiqueta: Música

La rueda

25 años. Eso es lo que tardaría, dicen, una sola persona en transcribir, trabajando diez horas al día, toda la obra de Mozart. Se lo cuento con frecuencia a mis alumnos. Dado que el compositor murió con 35 años, podemos hacernos una idea de su capacidad creativa, ya que ni siquiera hemos incluído en la ecuación el tiempo que dedicó a concebir las piezas. Aunque todo apunta a que su incontenible torrente creativo fluía a la par que su pluma lo plasmaba en el pentagrama. Inaudito.

No parece probable que Mozart cobrara por horas. Tampoco que pudiera acogerse al convenio colectivo del gremio de compositores vieneses del momento. Más bien su producción obedecía generalmente al encargo de mecenas, y solo a veces precisamente a su propia incontinencia creativa. Quizás lo ingrato del régimen de autónomo de la época al que no le quedó otra que acogerse –tampoco parece, dicen las crónicas, que se caracterizara por la mesura en el gasto– pudo ser la causa de su paupérrimo entierro, que traía a esta misma columna hace algunas semanas.

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Lección vienesa

Al atardecer del 6 de diciembre de 1791 el coche de caballos con los restos mortales de Wolfgang Amadeus Mozart cruzaba las puertas del cementerio vienés de St. Marx. Cuenta la tradición que los escasos alumnos y amigos que acompañaban al genio salzburgués, tras el funeral oficiado en la catedral de San Esteban, no pudieron seguir el ritmo del carruaje hasta las afueras de la ciudad, y que cuando por fin llegaron al cementerio el cuerpo del compositor había recibido ya sepultura en una tumba comunitaria. Se perdía de este modo para siempre el rastro del más grande creador musical, quizás el mayor genio de la historia de la humanidad. Hoy día un sencillo memorial recuerda el tesoro que encierra, en algún lugar de sus sagradas entrañas, el pequeño camposanto. A la sombra de un viaducto, rodeado de concesionarios de automóviles y modernas oficinas, el tiempo parece haberse detenido aquí a la hora precisa en la que la tierra abrazó el cuerpo sin vida de quien la dedicó enteramente a la música. Un poco más allá los restos de Beethoven, Schubert y Brahms reposan, esta vez perfectamente identificados, en el Zentralfriedhof de la capital austriaca.

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Un largo Segundo

El primer disco que tuve fue un obsequio por mi participación en un pequeño concurso organizado por una ya desaparecida marca de pianos. Junto a la obertura de Coriolano de Beethoven, y alguna otra pieza que no alcanzo a recordar, contenía el disco aquel el Segundo Concierto para Piano y Orquesta de Sergei Rachmaninoff. Recuerdo la fascinación que sentí al escuchar por primera vez, mientras contemplaba el violáceo paisaje crepuscular que ilustraba la carátula del disco, aquella poderosa música. Comenzaba entonces a despertarse en mí, tras cuatro años de estudios musicales, una inclinación cada vez más profunda por tratar de acometer las maravillas que siseaban vinilos como aquel. No podía dejar de reproducirlo una y otra vez –La flauta mágica de Mozart y el Tristán wagneriano fueron otras de mis obsesiones posteriores– mientras trataba de recorrer ilusionado el camino que podría, quizás, conducirme hasta allí. Tenía entonces doce años.

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Violas

Es costumbre extendida entre los músicos contar chistes de violas. Se basan todos ellos en el habitual papel que este instrumento desempeña dentro de la familia orquestal de cuerda, no tan expuesto como el de los violines –situados habitualmente a la vanguardia melódica– ni tan contundente como el de los violoncelos, sustento de la base armónica. Y con permiso, claro está, de los contrabajos, también blanco frecuente de la chanza orquestal por su tamaño. Simpáticas anécdotas y sucedidos que, tamizados por el cordial sentido del humor de la plantilla orquestal, dan cuenta de las desventuras que supuestamente acompañan a estos sufridos instrumentistas en su desempeño. No se corten: una sencilla búsqueda en internet puede hacerles pasar un buen rato.

Tal costumbre nace sin embargo, como no puede ser de otro modo, de una profunda admiración por el papel del actor secundario. O de reparto, que dirían los cineastas. Todo el que ha tenido que ejercer alguna vez el liderazgo de un colectivo sabe bien que el éxito del conjunto –y para el que lo desee, o lo necesite, también el propio– solo es posible gracias al mérito de su equipo.

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A escena

El fin último de toda interpretación musical es el de ser compartida. Para ello fue concebida por el compositor, y a ello dedica el intérprete la mitad de su existencia. La puesta en escena del trabajo realizado con el instrumento o la voz forma parte de la formación musical desde los niveles más tempranos. Tan pronto como una pieza es aprehendida –con h– por el intérprete, sea ésta un diminuto estudio infantil o una monumental ópera, el siguiente paso es presentarla ante el público. De otro modo carecería de sentido.

Todo es diferente en el escenario. En primer lugar están los nervios lógicos de cualquier actuación ante el público, y que no necesariamente son directamente proporcionales al número de espectadores. Que se lo digan a los jóvenes que a diario se miden en todo el mundo para formar parte de la plantilla de una orquesta ante un reducido tribunal, o aún peor, frente al implacable oído de una grabadora. Este atávico miedo escénico, más acentuado en unas personas que en otras, se reduce drásticamente con la seguridad fruto del estudio, y con una comprensión profunda del sentido musical de la pieza.

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Relecturas

Heinrich Neuhaus, maestro de maestros, pianista y pedagogo soviético fallecido en 1964, utiliza el siguiente símil en su celebrado libro El arte del piano para explicar la importancia de un buen método de trabajo. Dice Neuhaus que el estudio de una obra musical se asemeja a la elaboración de un guiso del cual nos dejan al cargo. Regularmente convendrá comprobar que el fuego que da calor a la olla está encendido y cumpliendo su ígneo cometido. Si por el contrario dejamos la llama desatendida y ésta se apaga, a nuestro regreso tendremos que volver a encenderla, y seguir esperando. Sólo la observancia permanente de la lumbre y el tiempo obrarán el milagro de la cocción, obtendremos nosotros nuestro sustento y no habremos perdido el día.

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El tono

Cualquier buen comunicador sabe que tan importante como el mensaje es el tono. Mientras en la música el tono determina el carácter, el color, la esencia misma de la idea que se pretende transmitir – el do menor de la marcha fúnebre de la tercera sinfonía de Beethoven y el la mayor de la séptima son ejemplos de caracteres opuestos –, en el lenguaje verbal éste viene determinado por las palabras que utilizamos. El castellano es ciertamente un idioma rico en sinónimos. Pero los equivalentes absolutos no existen y dos palabras, por similar significado que encierren, contienen siempre matices distintos que justifican su propia coexistencia. El mismo motivo por el que en música no está todo escrito en do mayor y en la menor. ¿Qué sería de los lienzos de Tiziano sin esos intensos tonos de rojo y azul que dotan a sus personajes de una fuerza que las solas formas no serían capaces de alcanzar? También lo que los fisiólogos llaman tono muscular determina nuestra capacidad para movernos, para responder rápidamente a los estímulos y para realizar acciones concretas de un modo efectivo.

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This is TV

Quizás, en la reposada quietud de la noche del domingo, tras los fastos semanasanteros y las soleadas tardes primaverales que hemos disfrutado estos días pasados, dedique usted una parte de su tiempo a ver la televisión. Si es así puede que tenga la fortuna de toparse en el dial de su aparato con uno de los programas que a mi juicio está marcando la pauta de lo que debería ser la televisión pública. La 2, ese reducto que aún nos queda para refugiarnos de grandes hermanos y concursos tan sórdidos como absurdos, nos brinda cada domingo a eso de las once de la noche un regalo para los sentidos: el programa This is opera, en el que en poco menos de una hora el barítono Ramón Gener nos acompaña en un ameno recorrido por algunas de las más importantes óperas del repertorio. De momento ya hemos paseado por las calles de París para reecontrarnos con La Bohéme de Puccini y hemos buceado de su mano en los enigmas que encierra la magistral Turandot. También hemos descubierto la pasión y el drama de Carmen de Bizet, y hemos pasado de la sonrisa a la carcajada con El barbero de Sevilla de Rossini.

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Tacet

Una de las experiencias a las que procuro someter a mis amigos y conocidos que visitan la ciudad es invitarles a situarse en el centro del Mercado Grande entrada la noche, preferiblemente en invierno, para escuchar el silencio. Un silencio que se corta con cuchillo, de puro denso. Ni el motor de un coche lejano, ni los pasos regulares de algún trasnochador, ni siquiera el sutil aleteo de ave nocturna alguna: tan solo el leve tic-tac del reloj bajo los soportales de la plaza. La experiencia – si no la han vivido aún se la recomiendo fervientemente, al tiempo que sugiero su inclusión en las guías turísticas, ya que acontece gratis casi todos los días del año- es sobrecogedora y ofrece otra visión del patrimonio inmaterial de la ciudad.

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El sueño de una noche de verano

Lunes, 14 de Julio de 2014. 20:30 horas. Auditorio Municipal de San Francisco. Ciclo Noches y Almenas. Ran Matsumoto, violín – Aki Kondo, piano. Obras de M. Miyagi, F. Tárrega, K. Yamada, E. Granados, A. Piazzola, P. Sarasate y F. Kreisler.

 

El concierto que, dentro del programa Noches y Almenas, tuvo lugar en el Auditorio Municipal de San Francisco el pasado lunes, y que contó con la violinista Ran Matsumoto y la pianista Aki Kondo como protagonistas, podría ser ya noticia por conseguir colgar el cartel de aforo completo. No es habitual en nuestra ciudad que un concierto de estas características congregue a tanto público, más aún sin conocer con antelación el atractivo repertorio que el dúo presentaba. Quizás el hecho exótico de tratarse de un recital enmarcado dentro del año dual España-Japón, que conmemora los 400 años de las relaciones diplomáticas entre ambos países, o la gratuidad de la convocatoria, tuvieran algo que ver. Sea como fuere, el éxito de asistencia fue por suerte o por desgracia, más allá de la propia interpretación, lo más destacado del evento.

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El patrimonio musical

Es posible que el término patrimonio traiga a la mente del lector la imagen de pétreas edificaciones, suntuosos palacios, robustas iglesias, imponentes retablos, o cosas así. Patrimonio es, efectivamente, el rico tesoro que la historia nos ha dejado en la forma de estas joyas que nuestra responsabilidad nos obliga a mimar, adecentar y legar a las generaciones venideras. Pero el mismo término, y la misma responsabilidad, nos debería llamar también la atención sobre otra vertiente del mismo que, por menos visible, pasa más desapercibida: el patrimonio musical.

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Talento y juventud, de la mano

Crítica publicada en prensa a un concierto del joven pianista Antonio Bernaldo de Quirós Yazama

 

Me pide el presidente de Juventudes Musicales de Ávila que escriba la crítica del concierto que ofreció el pasado domingo el joven pianista abulense Antonio Bernaldo de Quirós Yazama en el auditorio de la Fundación Caja de Ávila. Ello me supone un compromiso, ya que tengo el placer de tener a Antonio como alumno en el Conservatorio, pero también satisfacción por contar en nuestro centro, y por extensión en la ciudad, con una artista con la proyección que este joven pianista – subrayo el término, en su más rotundo significado – posee. Espero pues sepa el amable lector discernir cuales de mis palabras tienen que ver con el placer de escuchar a Antonio como público y cuales con el conocimiento directo de su buen hacer al piano.

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Adaptarse o morir

Esta semana se hacía público el Libro Blanco de la Música en España. Los autores del estudio indican que la música a través de internet constituye hoy día en nuestro país el 46% del negocio total, y que en 2012 la caída de los soportes tradicionales alcanzó un 77% respecto a hace diez años. Todo ello en un mercado que supone el 0,49% del producto interior bruto nacional.

Estas cifras nos deben hacer reflexionar sobre el cambio del modelo de distribución musical, y de como los mecanismos de adaptación al mercado son, aunque a muchos les pese, indispensables para el ámbito cultural al igual que lo son para el resto de sectores productivos. Siempre he defendido que una de las inteligencias más prácticas es la capacidad de adaptación al medio, y en este caso no lo es menos. Así lo han entendido todos los que han propiciado la creación de modelos alternativos, como el crowfunding, que a partir de pequeñas inversiones de particulares propicia proyectos que a su vez solo fructifican si se alcanza una inversión mínima, esto es, si interesan lo suficiente al público.

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Mire Ud. detrás

Hace unos días Rosa Solà daba en El País su opinión acerca del concierto que el pianista chino Lang Lang – seguramente no hace falta que sea usted un avezado consumidor de música clásica para que le suene, ya que comparte popularidad en los medios generalistas con actores o futbolistas – ofreció el pasado día 5 de octubre en Valencia. No salía muy bien parado el señor Lang en esta crítica, tildado de circense por la autora del artículo. La particular cualidad que va de lo brillante, pasando por lo virtuosístico, hasta llegar a lo simplemente mediático, habitual en el mundo de la música culta, ha hecho poco bien a la música. Hubo un tiempo en que el arte lo era más por su cualidad emotiva que por su mera intención de epatar al asombrado oyente – ¿o debería decir espectador? -. Yendo más lejos, el término tecnos, adaptación del original griego, significa indistintamente arte y técnica. Luego, en su origen, la técnica no era algo distinto del arte. Bien lo demostraron los grandes intérpretes de finales del siglo XIX, quienes ponían todo su talento al servicio de la música de otros y nunca se vendieron – los verdaderamente grandes – al halago fácil del virtuosismo barato y vacío.

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