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Espantar el talento

El pasado 15 de febrero este rotativo se hacía eco de la generosa oferta de empleo público que la Consejería de Educación de la Junta de Castilla y León anunciaba para las próximas oposiciones de profesores de Enseñanza Secundaria, Formación Profesional, Escuelas Oficiales de Idiomas, Artes Plásticas y Diseño, y Música y Artes Escénicas. Una convocatoria calificada por el director general de Recursos Humanos como “compleja y largamente esperada”. Sin duda lo es, dado el limitado número de plazas ofertadas para el acceso a estos cuerpos docentes durante los últimos años. La noticia sin embargo no era tanto el alcance de la oferta como el objetivo explícito de la convocatoria: “reducir la interinidad”. El director era tajante al explicar que este nuevo sistema de oposición “beneficia claramente a los interinos con experiencia, que se ven favorecidos porque sacando un cinco están prácticamente dentro”, mientras “un aspirante sin experiencia debe sacar por encima de un 8,5 para tener opción a una plaza”. De este modo “un profesor que lleve diez años como interino tiene garantizados siete puntos sobre diez, mientras que un estudiante de grado con su máster parte con un cero”. Todo ello con la unánime y necesaria aquiescencia de los sindicatos de profesores. Desconozco la postura de los sindicatos de estudiantes.

Tan solo siete días después, este mismo diario publicaba los datos del último informe de la FAD, en el que los jóvenes españoles salen poco bien parados, a la cola en desarrollo debido al paro y la emancipación tardía, lo que les impide una evolución tan positiva como en otros países de nuestro entorno, y que coloca en este sentido al nuestro en el puesto 24 del continente.

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Desaprender

“Cette étude vous fera du bien”. Así describía el primero de sus Estudios para piano el gran compositor y pianista Frederick Chopin para uno de sus alumnos. “Este estudio te hará mucho bien…” para continuar apostillando “…si lo estudias como yo te diré: de otro modo, desaprenderás”. El aprendizaje, ese fascinante proceso en el que nos vemos inmersos sin poder evitarlo en modo alguno, desde que nacemos y hasta el final de nuestros días. Más completo y satisfactorio en compañía, de la mano del genuino pedagogo que, como Chopin, sabe, quiere y puede enseñar, al menos, a no desaprender.

Hace unos días acudía al cine junto a mi sobrina de once años para ver una de esas películas de tono familiar. En ella, un grupo de monjes decide sumarse a la cosa futbolística para garantizar la continuidad de su vetusto monasterio. Más allá del argumento y la calidad del filme, me sorprendió su calificación: no recomendada para menores de siete años. Dado el uso continuo de palabras malsonantes y términos poco adecuados para menores que utilizaban los personajes –incluso a modo de mantra en algunos momentos– aquel auditorio básicamente infantil no parecía ser el más indicado para su consumo. ¿Me estaré haciendo mayor?

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Santas vacaciones

El pasado 1 de Julio la portada de este diario se hacía eco de la satisfacción mostrada por la Junta de Semana Santa de Ávila ante el acuerdo adoptado por las Cortes de Castilla y León para modificar las vacaciones escolares de Semana Santa a partir de 2019, incluso antes, tras la polémica generada por la publicación del calendario correspondiente al curso escolar 2017-2018, que establece estas vacaciones para el año que viene fuera del período comprendido dentro de la semana completa de pasión. El Consejero de Educación, Fernando Rey, ha sido blanco estos días de las críticas de hosteleros y responsables de las principales Semanas Santas de nuestra comunidad, muchas de las cuales, entre ellas la abulense, ostentan la declaración de Interés Turístico Nacional. Sostiene el Sr. Rey que los períodos vacacionales escolares –que, aunque determinan en gran medida los de los padres en virtud de una deseable conciliación de la vida laboral y familiar, están concebidos en esencia para sus hijos– no deben venir determinados por motivos religiosos, sino por necesidades pedagógicas, en pro de un equilibrio entre los diferentes trimestres lectivos que facilite el rendimiento académico de nuestros chicos. Esta a mi juicio más que razonable postura era calificada sin embargo de “autoritaria” e “intransigente” por parte de los responsables de la Semana Santa abulense, y recibía también duras críticas por parte de otros sectores, que ven crecer durante esas fechas sustancialmente sus ingresos por el turismo. Ello a pesar de la salomónica opción ofrecida por el Consejero, que permite a cada centro decidir cómo organizar estos períodos vacacionales en la línea de lo que se lleva haciendo durante lustros, sin “caos” alguno, con determinadas fiestas patronales en muchas localidades de la región.

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JASP

Fin de curso. La mesa repleta de libros, cuadernos, apuntes. El acompasado tic nervioso del pie contra el suelo. Un bolígrafo mordisqueado sirve de estribo con el que trazar mentalmente el perfil de fórmulas, cifras y fechas. La mirada fija en algún punto del infinito que lucha por ceñirse al temario, mientras evita penosamente caer en las cálidas redes del incipiente verano que se cuela por las ventanas de la biblioteca. La estampa se repite cada año y alcanza su clímax en estas fechas en las que, quien más quien menos, se juega un acceso a la universidad, un paso de grado, o unas vacaciones siquiera libres de obligaciones académicas. Y aunque todos hemos pasado por ese cuello de botella siente uno que la tiranía de la continua evaluación crece cada curso y amenaza con pasarnos factura.

Mientras espero a ser atendido en la farmacia, hasta tres personas –sufridos padres de otros tantos estudiantes, supongo–, se interesan por los suplementos vitamínicos. «Es por lo de los exámenes», afirman con resignación. «Éste lleva zinc y magnesio», responde el boticario mientras les extiende un frasco lleno de cápsulas. «Los mismos elementos que estarán estudiando en química», pienso yo. Mientras se termina de inventar la pastilla de la ciencia infusa la industria farmacéutica se encargar de dopar convenientemente a nuestros hijos en lo que no debería ser más que su natural tránsito por el sistema educativo.

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Acompasados

En contadas ocasiones ofrecen los medios de comunicación generalistas noticias relacionadas con la formación musical. Y cuando lo hacen suele desprender la crónica cierto tufo a excéntrico pasatiempo para convertir la aclamación vanidosa sobre el escenario en una forma de vida. Conviene recordar sin embargo que la formación musical profesional, al igual que otras disciplinas como la danza o las artes plásticas, se asemeja bastante poco a los talent show a los que nos tienen acostumbrados últimamente estos mismos medios. De hecho la competitividad en el arte, más allá de la imprescindible búsqueda de la excelencia –dada la valiosa materia prima con la que se trabaja–, tiene bien poco que ver con la competición permanente en la que pretenden instalar al gremio. Esto no es Eurovisión ni Tú sí que vales. La interpretación musical profesional constituye al contrario una vocación tan silenciosa y abnegada como la del artesano, que dedica toda su vida a depurar la técnica propia para disfrute del prójimo.

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Lápiz y papel

A lo largo de esta semana los medios de comunicación locales, regionales y nacionales se han esforzado en dar cumplida cuenta del éxito obtenido por nuestra comunidad autónoma en el informe PISA de educación correspondiente a 2015, y que nos coloca a la cabeza del país por encima de Madrid o Navarra, e incluso de otras naciones tradicionalmente asociadas a modelos educativos de éxito como Alemania o los Países Bajos. Independientemente del acierto en el procedimiento de obtención de estos datos, y más allá de las cifras absolutas que arroja –sin duda positivas y por las que tanto alumnos, como padres y profesores debemos felicitarnos– es interesante leer entre líneas para extraer algunas pistas que nos permitan seguir mejorando en la trascendente tarea educativa.

Un aspecto destacado de este informe es que las diferencias entre algunas comunidades autónomas continúan incrementándose. Así, los resultados de Canarias, Andalucía o Murcia no parecen mover al optimismo. La transferencia de las competencias educativas desde el gobierno central es lo que tiene: de sus respectivas políticas y capacidad de gestión dependerá en gran medida el éxito académico de sus jóvenes. Es labor del Estado sin embargo no dejar al fin a cada uno a su suerte y en este caso, como en tantos otros, siempre será mejor elevar la media del conjunto ayudando a los rezagados que aflojar el ritmo, algo que no por evidente suele ser siempre costumbre política. De otro modo, en base al principio de solidaridad interterritorial –conviene recordarlo– el éxito de unos pocos será tan solo la guinda del fracaso de todos.

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A escena

El fin último de toda interpretación musical es el de ser compartida. Para ello fue concebida por el compositor, y a ello dedica el intérprete la mitad de su existencia. La puesta en escena del trabajo realizado con el instrumento o la voz forma parte de la formación musical desde los niveles más tempranos. Tan pronto como una pieza es aprehendida –con h– por el intérprete, sea ésta un diminuto estudio infantil o una monumental ópera, el siguiente paso es presentarla ante el público. De otro modo carecería de sentido.

Todo es diferente en el escenario. En primer lugar están los nervios lógicos de cualquier actuación ante el público, y que no necesariamente son directamente proporcionales al número de espectadores. Que se lo digan a los jóvenes que a diario se miden en todo el mundo para formar parte de la plantilla de una orquesta ante un reducido tribunal, o aún peor, frente al implacable oído de una grabadora. Este atávico miedo escénico, más acentuado en unas personas que en otras, se reduce drásticamente con la seguridad fruto del estudio, y con una comprensión profunda del sentido musical de la pieza.

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Relecturas

Heinrich Neuhaus, maestro de maestros, pianista y pedagogo soviético fallecido en 1964, utiliza el siguiente símil en su celebrado libro El arte del piano para explicar la importancia de un buen método de trabajo. Dice Neuhaus que el estudio de una obra musical se asemeja a la elaboración de un guiso del cual nos dejan al cargo. Regularmente convendrá comprobar que el fuego que da calor a la olla está encendido y cumpliendo su ígneo cometido. Si por el contrario dejamos la llama desatendida y ésta se apaga, a nuestro regreso tendremos que volver a encenderla, y seguir esperando. Sólo la observancia permanente de la lumbre y el tiempo obrarán el milagro de la cocción, obtendremos nosotros nuestro sustento y no habremos perdido el día.

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Los dineros de la educación

El pasado viernes la Birmingham School’s Symphony Orchestra ofreció un magnífico concierto en el auditorio del Conservatorio Profesional de Música «Tomás Luis de Victoria» de Ávila interpretando, ante un entusiasta público de todas las edades, y con la complicidad de la orquesta del centro anfitrión, música de Humperdink, Weber y Rachmaninoff. Ochenta y cuatro músicos de entre 14 y 18 años que, de gira por España, recalaron en nuestra ciudad gracias a los contactos que el conservatorio de la capital mantiene con diferentes entidades e instituciones internacionales. En el programa de mano que se entregó al público los responsables de la orquesta explicaban que este tipo de giras buscan proporcionar la experiencia musical más auténtica para los más de 35.000 niños de unas 400 escuelas musicales de Birmingham, integrados en 70 conjuntos musicales, que abarca este proyecto orquestal. Y daban como muestra de las dimensiones del mismo –sin rubor, porque hablar de dinero, depende en qué casos, no es descortesía, sino más bien honroso argumento– la cifra de 90.000 euros en concepto de costes de su actual gira internacional.

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La palabra

Hubo un tiempo en que la palabra lo era todo. El origen de todo, el logos del Génesis. Era el tiempo en que un apretón de manos constituía la rúbrica de un compromiso inquebrantable, un gesto que durante siglos sirvió para mostrar que se iba desarmado y que, por tanto, nada malo podía esperarse del contrario. Para dotar de validez a un acuerdo ni siquiera el rito manual era necesario: cuando el convenio verbal era tenido por válido entre ambas partes ninguna otra orden o decreto podían alterarlo posteriormente sin un nuevo pacto. Se daba la palabra y eso bastaba.

La palabra de un hombre lo acompañaba toda su vida dignificando sus acciones, acrecentando su valía, y garantizando entre sus semejantes la perdurabilidad de las alianzas sobre las que construir el futuro. Sin embargo la misma palabra que, estampada en legajos y documentos, dio paso a la Historia comenzó a perder quizás desde ese preciso instante su hasta entonces incuestionable valor. Había comenzado el declive de la palabra dada en favor de la escrita. El papel poco a poco inundó todo. Nacieron los impresos, los formularios y las instancias. Proliferaron actas, escrituras y poderes. Se impusieron la firma, el cuño y la compulsa. El folio se convirtió en el supuesto garante de la honestidad propia.

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Niños a la parrilla

No soy un consumidor habitual de televisión, lo confieso. Suelo optar por elegir entre la amplia oferta de internet, donde la carta de vídeos, audios, blogs, podcasts, y bitácoras de todo tipo le permiten a uno paladear sin dilación contenidos de su interés en cualquier lugar y a cualquier hora.

Sin embargo, deambulando por el dial, me encuentro a veces con productos televisivos que no dejan de sorprenderme. Hace unos días, me topé en el principal canal público, a eso de las doce menos veinte de la noche, con un grupo de niños montando claras de huevo. Su forma de expresarse denotaba cierta llamativa incoherencia con la edad que aparentaban. Me vi así en la obligación de volver a mirar la hora: sí, las doce menos veinte. Allí estaban aquellos niños, campando por la parrilla televisiva a horas intempestivas, disfrazados de cocineros y corriendo entre los pucheros, mientras se reprendían unos a otros por algún motivo que no alcancé a comprender del todo.

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Gracias, maestro

Amigo, maestro, hermano, en Antonio Bernaldo de Quirós somos muchos los que hemos encontrado una referencia. Generaciones de músicos nos hemos adentrado en los misterios de la armonía, del solfeo, de la música, del arte en definitiva, de su mano. Su personalidad, tan exigente como generosa, su discreción, su agudo ingenio, eran sus rasgos. El trabajo, el respeto y la amplitud de miras sus enseñas. De su empeño, junto al de otros buenos amantes de la música, nació el Conservatorio de Ávila, en el que hoy estudian casi cuatrocientos muchachos, herederos del magisterio de una persona de un talento tan solo comparable a su profunda humanidad.

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La lección

Como cada semana, el alumno llega puntualmente al aula. Tras colgar descuidadamente el abrigo en la percha del fondo se dirige con paso firme al piano de cola con la partitura entre las manos para presentar en clase el punto en el que se encuentra la sonata de Franz Joseph Haydn en la que hemos estado trabajando durante las últimas semanas. Ajusta cuidadosamente la altura de la banqueta y escudriña brevemente la partitura en el atril. Se trata del primer movimiento de una sonata, un Allegro Moderato en Si bemol mayor que, a pesar de no aparentar una excesiva dificultad técnica a los ojos de muchos – los grandes maestros son así –, requiere sin embargo de grandes dosis de paciencia, constancia y disciplina para conseguir arrancar del papel las caprichosas sutilezas rítmicas, melódicas y armónicas de la composición.

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Saber entender

Esta semana se hacía público un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en el que se señalaba, entre otras cosas, que existen en nuestro país diez millones de adultos con un bajo nivel de rendimiento en comprensión lectora o matemáticas. Sin restarle importancia al asunto de las matemáticas – no estaría de más que entre tantas asignaturas contenidas en los currículos de nuestros alumnos alguien encontrara un hueco para enseñarles matemática aplicada, a hacer la declaración de la renta o a descifrar el recibo de la luz, por ejemplo – lo de la comprensión lectora tiene miga. Una cosa es saber leer y otra bien distinta saber entender. Basta tomar un periódico cualquiera y hacer la prueba pidiendo a varias personas que lean una misma noticia y después expliquen qué es lo que han leído. Seguramente cada uno de ellos diga una cosa distinta. En el caso de noticias con impactantes imágenes, o particularmente en el de los contenidos audiovisuales y televisivos, el margen de disparidad en la comprensión del fondo del mensaje puede ser aún mayor. Los lectores/espectadores creerán obtener posiblemente más indicios de la propia imagen que del texto o la locución que le acompaña. Una imagen puede valer más que mil palabras, pero si descartamos la comprensión de éstas el comunicador inexperto en el mejor de los casos, y el avispado propagandista en el peor, nos la puede colar.

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…Con el sudor de tu frente

Hace unos días, en uno de esos programas de televisión en los que los reporteros se lanzan, cámara en ristre, a mostrarnos la excepcional normalidad de nuestro vecindario, la afamada cocinera Carme Ruscalleda ofrecía algunas de la claves que le han llevado a convertirse en la chef con más estrellas Michelín del mundo. Y quizás entre ellas la más importante. En un momento del reportaje la periodista le alaba que se le ilumina la cara al hablar de su trabajo. No sólo a ella: también algunos de los com-pinches de sus exquisiteces no esconden – y así lo confirman al ser consultados – el placer que para ellos supone trabajar allí.

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La crítica

Busque, compare, y si encuentra algo mejor, cómprelo. Así rezaba el eslogan de una hoy desaparecida marca de detergente que decía lavar más blanco, invitando a la reflexión previa a la acción de adquirir los mágicos polvos que mantienen siempre perfecta nuestra ropa. La crítica a lo que nos rodea, y al producto de nuestra propia actividad – o inactividad – ha pasado a contener sin embargo cierto matiz negativo que lo aleja de su auténtico significado. El tenor italiano Luciano Pavarotti decía que quien sabe hacer música la interpreta, quien sabe menos la enseña, quien sabe menos aún la organiza, y quien no sabe la critica. Sin embargo, precisamente en el campo de la música la crítica debe ocupar un lugar relevante. No me refiero a los críticos que, con mayor o menor fortuna, se dedican a valorar la interpretación de otros – a estos seguramente se refería el gran Luciano-, sino a la crítica que guía siempre la propia interpretación del auténtico músico, en busca del más alto ideal artístico oculto tras las notas de la partitura.

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Perífrasis, pleonasmos y notas de color

Dice García Márquez que en los orígenes de Macondo, la atemporal aldea de Cien años de soledad, algunas cosas carecían aún de nombre y había que señalarlas con el dedo para mencionarlas. Páginas y tiempo después, a este lado casi todas las cosas tienen hoy un nombre que nos permite referirnos a ellas de forma inequívoca, favoreciendo el sutil mecanismo de la comunicación y facilitando nuestra relación con los demás.

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Cosas de la vida

En un colegio cualquiera de una pequeña localidad española cualquiera Lucas, un muchacho callado y discreto, comparte pupitre con Miguel, a quien todos conocen por su denodado empeño en conseguir sus objetivos. Cada día, mientras escucha con atención las clases de historia de la antigüedad griega o lee junto a sus compañeros las obras de Machado, Lucas observa a su compañero Miguel quien, mirando a través del cristal del aula, no parece estar muy interesado en todo aquello.

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¿Por qué la gente no va a los conciertos?

Sólo hace falta pasarse una tarde por alguna de las numerosas salas de la ciudad para comprobar que el publico, especialmente el joven, no suele prodigarse por los conciertos de lo que comúnmente denominamos música clásica. Para los que nos dedicamos a la formación musical profesional esto es preocupante, y nos obliga a repensar una y otra vez cuales son los errores, propios y ajenos, cometidos.

Hemos asistido en los últimos años a un importante incremento de la cantidad y calidad de contenedores culturales en la ciudad. Contamos hoy con una gran sala sinfónica – o Sala Tomás Luis de Victoria, hablando con propiedad – en Lienzo Norte, con otras magníficas salas de cámara en el mismo complejo y en el nuevo Conservatorio Profesional de Música, además del espléndido auditorio municipal de San Francisco u otros espacios escénicos significativos. Sin embargo, tal crecimiento en la oferta no ha venido acompañado de la consecuente inversión económica para programar en ellos. Disponemos de la mejor de las cocinas para preparar y servir en vajilla de plata exquisitos manjares, pero parece que nadie pensó en que habría que adquirir las viandas.

Cabría además recordar que el público, que tiene en definitiva la última palabra y pone siempre las cosas en su lugar, castiga a menudo con su desafección – más allá de los compromisos familiares o vinculaciones personales – lo programado con poco acierto. Comprenderemos así la ardua tarea de los programadores de los grandes complejos culturales del país, en el punto de mira de la crítica y del público, que les exigen rentabillizar importantes inversiones, públicas y privadas, con la respuesta del respetable como principal – que no único – indicador. La calidad de lo que se pone en escena es por ello fundamental, y la gratuidad generalizada poco recomendable. Si bien es lícito fomentar la participación de los aficionados al arte – y fundamental para crear un auténtico aprecio por él – en la vida cultural de una ciudad, construir sin embargo la programación musical casi exclusivamente con estos medios priva al público de su capacidad para discernir entre lo bueno y lo mejor. Del mismo modo que no es lo mismo un partido de primera división que uno de tercera, y nadie cuestiona ni el valor de ambos ni la diferencia en el precio de sus respectivas entradas, así es imperativo diferenciar un concierto a cargo de un grupo aficionado de otro a cargo de músicos profesionales, que han dedicado su vida a este arte para que les dé de comer. Recientemente un compañero profesor, ante la invitación a colaborar gratuitamente en un evento musical, me comentaba que él llevaba tiempo buscando un fontanero que colaborara gratuitamente con él en las labores de reparación de su instalación, sin éxito.

La cantidad no es sinónimo de calidad. Y la calidad, no nos engañemos, vale dinero. Sin embargo, si añadimos a la ecuación los factores tiempo y rigor, obtendremos resultados exponenciales que harán cuadrar las cuentas. Solo la selección de lo que se ofrece, cómo se ofrece, a quién se ofrece y cuándo se ofrece, junto al necesario impulso económico y el análisis posterior de los resultados que justifiquen la inversión, podrá despertar el interés continuado del público, y fomentar en él un creciente espíritu crítico que demande una programación musical atractiva y de calidad.

[Publicado en el Diario de Ávila el 27 de Abril de 2014.]

El arma de la educación

Los gobiernos destinan a menudo miles de millones de euros a tratar de solventar males endémicos, corregir desviaciones críticas o castigar conductas impropias, aunque a menudo demasiado tarde, cuando el mal está ya hecho. Como en el caso del doctor que receta un calmante para el dolor sin atajar su origen de raíz, quizás la miope planificación a cuatro años vista, en lugar de en sucesivas generaciones, tenga algo que ver.

Los medios de comunicación nos han recordado estos días que hace bien poco Ruanda se desangraba en un genocidio fratricida alentado, en buena parte, por el odio inculcado desde una emisora local de radio, que animaba a aplastar a las “cucarachas” de la etnia vecina. Veíamos también como los parlamentarios ucranianos se liaban a tortas para tratar de defender por la fuerza lo que algunos no saben, pueden, o quieren defender con argumentos. En nuestro país, nuevos casos de violencia de género sacuden nuestras conciencias. Mientras tanto, en el parlamento regional se debate la Ley de Autoridad del Profesorado con la intención de poner al docente en el lugar de respeto y consideración que siempre debió tener y que, lamentablemente, hoy no tiene.

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Antonio Bernaldo de Quirós, maestro

Sentado frente al piano vertical del viejo edificio del conservatorio, con una manuscrita partitura en el atril y mis torpemente ejecutados ejercicios de armonía en su regazo, haciendo anotaciones por doquier con trazo firme y decidido con su siempre minúsculo lapicero. Esta es la primera imagen que guardo de Don Antonio. Todos los que hemos tenido el honor de recibir sus enseñanzas reconoceremos muy probablemente en esta instantánea el resumen de lo que nuestro estimado profesor ha sido y es aún hoy para nosotros. Desde la discreción que lo caracteriza, desde la sinceridad de reconocer abiertamente que lo mejor es siempre enemigo de lo bueno, sin falsas complacencias, cualidades éstas del maestro, del artista, del artesano, del auténtico músico.

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Por favor

A nadie se nos escapa que vivimos en una sociedad compleja. Aunque esta complejidad es muchas veces autoimpuesta y en buena parte responsable de los males que nos aquejan a los individuos que transitamos por ella. Un buen ejemplo de desnaturalización de la realidad es la creciente competitividad imperante en nuestro entorno.

Nos vemos obligados desde niños a librar una batalla sin cuartel por desmarcarnos del resto, por destacar en algo – ser el mejor de nuestro portal, como dice un amigo – que nos aleje lo más posible del profundo sumidero del paro juvenil. Tras dedicar la mañana al colegio o al instituto, nuestros chicos vuelven a casa cargados de toneladas de deberes, de toda suerte de tareas que garanticen que los saberes recién adquiridos quedan indisolublemente adheridos a sus almas. Tras las preceptivas clases particulares de inglés, música y matemáticas de la tarde, que les asegurarán ser ciudadanos de provecho, llegan por fin a su casa. Allí consumen su generosa ración diaria de concursos televisivos en los que un implacable jurado selecciona al mejor cocinero, al mejor bailarín, o al mejor cantante. Se nos olvida sin embargo que competir está muy bien, pero que sencillamente correr está aún mejor, que no ganar no es necesariamente sinónimo de perder, y que por encima de todo, como decía Machado, se hace camino al andar. Porque, vamos a ver, ¿qué es triunfar? Para unos es ganar mucho dinero, para otros adquirir gran poder. Otros asocian el triunfo con la popularidad, con la fama. Yo opino que triunfar es conseguir ser feliz.

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¿Igualdad? No, gracias

Lo de que todos somos iguales es algo muy cuestionable. Por fortuna, nadie es igual que otro: ni las mujeres son iguales que los hombres, ni los jóvenes son iguales que los mayores, ni mi manera de pensar es igual que la de usted. Esta diferencia pasa por ser una de nuestras mayores virtudes, aunque a menudo puede verse doblegada ante el discurso social, político y mediático de nuestro entorno.

La diversidad es la base de nuestra evolución. La variedad de opiniones, argumentos y posturas es el motor del progreso. Sin embargo, el atávico miedo a lo diferente, nuestra innata hostilidad hacia lo que no conocemos, frena a menudo nuestro desarrollo personal y social. Aunque confundir la necesaria capacidad de integración y coexistencia de todas estas realidades con la homogeneización cultural es un enorme error de consecuencias catastróficas a medio y largo plazo.

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De reencuentros, recuerdos y otros sones

En estas fechas de reencuentros los que nos dedicamos a la música solemos tener la ocasión de hacer lo propio también en el feliz contexto de la interpretación musical. La música tiene esa virtud: la de servir como nexo de unión no solo profesional, sino también personal y afectiva. Dejando de un lado el soniquete de villancicos que se escucha en la calle mientras escribo estas líneas, y que no es sino la parte más superficial del ambiente musical navideño, existe otra parte más valiosa que se hace tangible en la multitud de actividades musicales que pueblan en estas fechas las salas de conciertos, las iglesias y los auditorios.

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Artículo en la revista del I.E.S. Alonso de Madrigal

Reproduzco íntegro a continuación al artículo que, invitado por el Director, redacté acerca de mi paso por el Instituto, y que se ha publicado en el no 4 de la revista Speculum del Centro.

Recibo con agrado la invitación de escribir una breve reseña de lo que fueron mis años en el Instituto “Alonso de Madrigal”, y sólo cuando me pongo manos a la obra me sorprende comprobar que han pasado ya 19 años desde que en 1990 pasé a formar parte de aquella querida “comunidad educativa”. Observo con curiosidad mi infantil aspecto de la foto del libro de calificaciones y comprendo que los cuatro años que pasé en el Instituto fueron para mí un puente entre la niñez y una madurez que, si bien sigue aún hoy en mi horizonte, me permitía contemplar entonces mi entorno con una mente más abierta, un criterio más formado y una perspectiva más amplia que cuando llegué. El cambio de la “Educación General Básica” al “Bachillerato Unificado Polivalente” de entonces suponía un claro contraste en la dinámica del estudio: era mucho lo que había que aprender allí y uno debía organizar su tiempo y su esfuerzo para poder abarcarlo de la mejor manera posible. Lección de independencia y rigor que con el tiempo sería uno de los pilares de mi formación musical profesional posterior.

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