Fechas propicias para acudir a conciertos son sin duda estas en las que nos encontramos. Ayer mismo la Orquesta Sinfónica de Ávila colmaba de nuevo nuestras expectativas con otra de esas pequeñas pero rutilantes victorias tan necesarias en el panorama musical actual. Un concierto que, como el resto de los que componen la Segunda Temporada Sinfónica y de Cámara de Lienzo Norte, mantuvo un complejo equilibrio entre la elección del repertorio, la solvencia técnica y musical de los intérpretes y, lo que es más importante, la búsqueda de la implicación del público en la construcción de una auténtica cultura musical alejada de lo pintoresco o lo anecdótico.
Ya en alguna ocasión he manifestado desde estas páginas mi opinión acerca de la importancia que tiene en una ciudad como la nuestra programar con responsabilidad, conociendo los intereses y las inquietudes del público, pero sobre todo unas necesidades y un alcance –a menudo no es el cuánto, sino el cómo– que no siempre son contemplados. Programar no es sencillo, ni barato. Pero es necesario para el crecimiento de la ciudad, tal es el de sus habitantes. Se hacen imprescindibles para ello coordinación –el solapamiento de conciertos dirigidos al mismo tipo de público, incluso de una misma entidad, es más frecuente de lo deseable–, inteligencia en la distribución de los recursos, y contacto permanente con artistas y agencias. Un evento artístico “de calidad” no lo es porque se publicite como tal, sino por la profesionalidad en su gestión y ejecución. Una profesionalidad cuyo resultado artístico el público sabrá refrendar, y abonar, si se le presenta con una asiduidad que le permita su adecuada ponderación. Solo así la industria cultural contribuirá al tejido productivo, particular empeño entre otros de un servidor.