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Pau Casals en la Casa Blanca

Pau Casals no fue tan solo uno de los mejores violoncelistas de la historia, sino también uno de los más eminentes músicos españoles de todos los tiempos y una persona comprometida con su entorno y con la época que le tocó vivir. Escuchamos algunos extractos del célebre concierto que ofreció en la Casa Blanca en Noviembre de 1961.

Concertación regional

Este viernes tuvimos ocasión de escuchar de nuevo en nuestra capital, como parte de la Segunda Temporada Sinfónica y de Cámara de Lienzo Norte, a la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, agrupación que cumplió recientemente veinticinco años al servicio de la promoción cultural del más alto nivel en la comunidad. Mucho ha cambiado el panorama musical de la región, y del país, desde que allá por 1991 esta orquesta, reconocida hoy entre las mejores sinfónicas del panorama nacional, diese sus primeros conciertos. El impulso a la divulgación musical en la comunidad que supuso su creación, la construcción de destacados contenedores culturales –como el propio Lienzo Norte abulense o el Auditorio Miguel Delibes de la capital vallisoletana– y de modernos edificios destinados a albergar la enseñanza musical profesional que se imparte en nuestros conservatorios han sido determinantes en estos 25 años para la consolidación de una actividad artística regular y de la más alta calidad en este campo, reconocida dentro y fuera de nuestras fronteras. La renovación de los equipos y planes docentes en los centros oficiales de formación musical de la comunidad, reflejo sin duda de la formación que muchos hemos tenido ocasión de recibir dentro y fuera de España, ha contribuido también sustancialmente a este proceso. La Sinfónica de Castilla y León es un buen ejemplo de cómo un proyecto coherente, en manos profesionales y dotado de una inversión suficiente y mantenida en el tiempo ofrece siempre sus frutos. Y a juzgar por el refinado Gombau, el brillante Brahms y el poderoso Dvorak que tuvimos ocasión de escuchar el viernes, son éstos maduros y jugosos.

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La gran música y la industria cultural

Fechas propicias para acudir a conciertos son sin duda estas en las que nos encontramos. Ayer mismo la Orquesta Sinfónica de Ávila colmaba de nuevo nuestras expectativas con otra de esas pequeñas pero rutilantes victorias tan necesarias en el panorama musical actual. Un concierto que, como el resto de los que componen la Segunda Temporada Sinfónica y de Cámara de Lienzo Norte, mantuvo un complejo equilibrio entre la elección del repertorio, la solvencia técnica y musical de los intérpretes y, lo que es más importante, la búsqueda de la implicación del público en la construcción de una auténtica cultura musical alejada de lo pintoresco o lo anecdótico.

Ya en alguna ocasión he manifestado desde estas páginas mi opinión acerca de la importancia que tiene en una ciudad como la nuestra programar con responsabilidad, conociendo los intereses y las inquietudes del público, pero sobre todo unas necesidades y un alcance –a menudo no es el cuánto, sino el cómo– que no siempre son contemplados. Programar no es sencillo, ni barato. Pero es necesario para el crecimiento de la ciudad, tal es el de sus habitantes. Se hacen imprescindibles para ello coordinación –el solapamiento de conciertos dirigidos al mismo tipo de público, incluso de una misma entidad, es más frecuente de lo deseable–, inteligencia en la distribución de los recursos, y contacto permanente con artistas y agencias. Un evento artístico “de calidad” no lo es porque se publicite como tal, sino por la profesionalidad en su gestión y ejecución. Una profesionalidad cuyo resultado artístico el público sabrá refrendar, y abonar, si se le presenta con una asiduidad que le permita su adecuada ponderación. Solo así la industria cultural contribuirá al tejido productivo, particular empeño entre otros de un servidor.

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El gran ruedo español

Tras el período estival me incorporo de nuevo a mi disciplina dominical, y lo hago compartiendo con los lectores otro arranque, este personal, de temporada: la del Teatro Real. Asistí esta semana a una Carmen que, en producción de la Ópera Nacional de París, repone sobre las tablas la para unos valiente y para otros irreverente –murmuraba el ágora de corrillos en el entreacto– escenografía de Calixto Bieito. Sea por la sórdida modernidad que rezuma la producción, o por la exquisita musicalización que del texto de Merimée hizo Bizet, el caso es que sale uno con el alma encendida y la mente inquieta. Es ésta una tragedia –aunque la denominación original de Ópera comique pueda indicar otra cosa– que nos habla de amor, pero también de lealtad. De libertad, pero también del abismo al que su irresponsable ejercicio nos arroja. Y de España, lo que quiera ello que fuera, tanto entonces como ahora. ¿Les suena?

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Todo lo cría la tierra

El 9 de Octubre de 1936, poco después de la sublevación militar que desembocaría en uno de los episodios más oscuros de nuestra historia reciente, Antonio José Martínez Palacios, conocido sencillamente como Antonio José, era fusilado en la pequeña localidad de Estépar, muy cerca de su Burgos natal. Tenía 33 años. Finalizaba prematuramente de este modo una de las más prometedoras carreras musicales de la España de principios del siglo XX. La de un talentoso joven –otro más– ya entonces respetado dentro y fuera de nuestro país por una capacidad creativa que quiso poner prioritariamente al servicio de la recuperación de la música tradicional castellana.

Algunos años después de que Béla Bartók y Zoltán Kodály recorrieran los pueblos de Hungría y Rumanía recopilando uno de los más relevantes corpus de música tradicional del este de Europa, Antonio José se hacía cargo del Orfeón Burgalés e iniciaba una labor similar, junto al folclorista Justo del Río, en su tierra. El amor por ella, y su contacto en Madrid con algunos de los grandes artistas del momento –el eminente guitarrista Regino Sáinz de la Maza o el propio Federico García Lorca entre ellos–, habían tamizado ya en en él una particular sensibilidad que pronto fructificaría en una música profunda y sincera.

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Un largo Segundo

El primer disco que tuve fue un obsequio por mi participación en un pequeño concurso organizado por una ya desaparecida marca de pianos. Junto a la obertura de Coriolano de Beethoven, y alguna otra pieza que no alcanzo a recordar, contenía el disco aquel el Segundo Concierto para Piano y Orquesta de Sergei Rachmaninoff. Recuerdo la fascinación que sentí al escuchar por primera vez, mientras contemplaba el violáceo paisaje crepuscular que ilustraba la carátula del disco, aquella poderosa música. Comenzaba entonces a despertarse en mí, tras cuatro años de estudios musicales, una inclinación cada vez más profunda por tratar de acometer las maravillas que siseaban vinilos como aquel. No podía dejar de reproducirlo una y otra vez –La flauta mágica de Mozart y el Tristán wagneriano fueron otras de mis obsesiones posteriores– mientras trataba de recorrer ilusionado el camino que podría, quizás, conducirme hasta allí. Tenía entonces doce años.

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A escena

El fin último de toda interpretación musical es el de ser compartida. Para ello fue concebida por el compositor, y a ello dedica el intérprete la mitad de su existencia. La puesta en escena del trabajo realizado con el instrumento o la voz forma parte de la formación musical desde los niveles más tempranos. Tan pronto como una pieza es aprehendida –con h– por el intérprete, sea ésta un diminuto estudio infantil o una monumental ópera, el siguiente paso es presentarla ante el público. De otro modo carecería de sentido.

Todo es diferente en el escenario. En primer lugar están los nervios lógicos de cualquier actuación ante el público, y que no necesariamente son directamente proporcionales al número de espectadores. Que se lo digan a los jóvenes que a diario se miden en todo el mundo para formar parte de la plantilla de una orquesta ante un reducido tribunal, o aún peor, frente al implacable oído de una grabadora. Este atávico miedo escénico, más acentuado en unas personas que en otras, se reduce drásticamente con la seguridad fruto del estudio, y con una comprensión profunda del sentido musical de la pieza.

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Demasiadas Desdémonas

Me he abonado al Real. Es lo que tiene el principio de curso. Mientras a algunos les da por apuntarse al gimnasio y a otros por comenzar un coleccionable de maquetas yo me he regalado, por mi cuadragésimo aniversario, un calendario. Uno que tiene algunas de sus fechas señaladas en rojo. La atractiva campaña publicitaria lanzada por el Teatro Real con motivo de los 200 años de su fundación y lo ajustado de sus precios –producciones de semejante nivel artístico tienen un valor, no nos engañemos– han tenido mucho que ver en mi estival acto de incontinencia pecuniaria. Pero bendita adquisición la que me ha permitido disfrutar, esta misma semana, de la primera de las funciones que me están reservadas: Otello, de Verdi. Casi nada!

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Los dineros de la educación

El pasado viernes la Birmingham School’s Symphony Orchestra ofreció un magnífico concierto en el auditorio del Conservatorio Profesional de Música «Tomás Luis de Victoria» de Ávila interpretando, ante un entusiasta público de todas las edades, y con la complicidad de la orquesta del centro anfitrión, música de Humperdink, Weber y Rachmaninoff. Ochenta y cuatro músicos de entre 14 y 18 años que, de gira por España, recalaron en nuestra ciudad gracias a los contactos que el conservatorio de la capital mantiene con diferentes entidades e instituciones internacionales. En el programa de mano que se entregó al público los responsables de la orquesta explicaban que este tipo de giras buscan proporcionar la experiencia musical más auténtica para los más de 35.000 niños de unas 400 escuelas musicales de Birmingham, integrados en 70 conjuntos musicales, que abarca este proyecto orquestal. Y daban como muestra de las dimensiones del mismo –sin rubor, porque hablar de dinero, depende en qué casos, no es descortesía, sino más bien honroso argumento– la cifra de 90.000 euros en concepto de costes de su actual gira internacional.

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También entre notas anda Dios

Recuerdo bien el primer concierto sinfónico al que tuve ocasión de asistir en la sala Tomás Luis de Victoria – que tal es su nombre desde hace ya algún tiempo – de nuestro Lienzo Norte. Pude entonces escuchar emocionado mi adorada suite El mar, de Claude Debussy, en mi ciudad y en un escenario acorde a los requerimientos de una música tan grandiosa como sutil. Era la Orquesta Sinfónica de Castilla y León la que ponía en pie la obra. Los evocadores amaneceres impresionistas y la tempestuosa furia de las olas descritos magistralmente por el compositor francés resonaban junto a las centenarias piedras de la muralla y nos hacían despertar por momentos a los atónitos espectadores del sueño de estar escuchando aquello en nuestra propia ciudad. Independientemente de la gran inversión necesaria para levantar el por otra parte soberbio edificio, la ciudad contaba por fin con un espacio adecuado para ofrecer a sus ciudadanos la mejor música sinfónica.

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El sueño de una noche de verano

Lunes, 14 de Julio de 2014. 20:30 horas. Auditorio Municipal de San Francisco. Ciclo Noches y Almenas. Ran Matsumoto, violín – Aki Kondo, piano. Obras de M. Miyagi, F. Tárrega, K. Yamada, E. Granados, A. Piazzola, P. Sarasate y F. Kreisler.

 

El concierto que, dentro del programa Noches y Almenas, tuvo lugar en el Auditorio Municipal de San Francisco el pasado lunes, y que contó con la violinista Ran Matsumoto y la pianista Aki Kondo como protagonistas, podría ser ya noticia por conseguir colgar el cartel de aforo completo. No es habitual en nuestra ciudad que un concierto de estas características congregue a tanto público, más aún sin conocer con antelación el atractivo repertorio que el dúo presentaba. Quizás el hecho exótico de tratarse de un recital enmarcado dentro del año dual España-Japón, que conmemora los 400 años de las relaciones diplomáticas entre ambos países, o la gratuidad de la convocatoria, tuvieran algo que ver. Sea como fuere, el éxito de asistencia fue por suerte o por desgracia, más allá de la propia interpretación, lo más destacado del evento.

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¿Por qué la gente no va a los conciertos?

Sólo hace falta pasarse una tarde por alguna de las numerosas salas de la ciudad para comprobar que el publico, especialmente el joven, no suele prodigarse por los conciertos de lo que comúnmente denominamos música clásica. Para los que nos dedicamos a la formación musical profesional esto es preocupante, y nos obliga a repensar una y otra vez cuales son los errores, propios y ajenos, cometidos.

Hemos asistido en los últimos años a un importante incremento de la cantidad y calidad de contenedores culturales en la ciudad. Contamos hoy con una gran sala sinfónica – o Sala Tomás Luis de Victoria, hablando con propiedad – en Lienzo Norte, con otras magníficas salas de cámara en el mismo complejo y en el nuevo Conservatorio Profesional de Música, además del espléndido auditorio municipal de San Francisco u otros espacios escénicos significativos. Sin embargo, tal crecimiento en la oferta no ha venido acompañado de la consecuente inversión económica para programar en ellos. Disponemos de la mejor de las cocinas para preparar y servir en vajilla de plata exquisitos manjares, pero parece que nadie pensó en que habría que adquirir las viandas.

Cabría además recordar que el público, que tiene en definitiva la última palabra y pone siempre las cosas en su lugar, castiga a menudo con su desafección – más allá de los compromisos familiares o vinculaciones personales – lo programado con poco acierto. Comprenderemos así la ardua tarea de los programadores de los grandes complejos culturales del país, en el punto de mira de la crítica y del público, que les exigen rentabillizar importantes inversiones, públicas y privadas, con la respuesta del respetable como principal – que no único – indicador. La calidad de lo que se pone en escena es por ello fundamental, y la gratuidad generalizada poco recomendable. Si bien es lícito fomentar la participación de los aficionados al arte – y fundamental para crear un auténtico aprecio por él – en la vida cultural de una ciudad, construir sin embargo la programación musical casi exclusivamente con estos medios priva al público de su capacidad para discernir entre lo bueno y lo mejor. Del mismo modo que no es lo mismo un partido de primera división que uno de tercera, y nadie cuestiona ni el valor de ambos ni la diferencia en el precio de sus respectivas entradas, así es imperativo diferenciar un concierto a cargo de un grupo aficionado de otro a cargo de músicos profesionales, que han dedicado su vida a este arte para que les dé de comer. Recientemente un compañero profesor, ante la invitación a colaborar gratuitamente en un evento musical, me comentaba que él llevaba tiempo buscando un fontanero que colaborara gratuitamente con él en las labores de reparación de su instalación, sin éxito.

La cantidad no es sinónimo de calidad. Y la calidad, no nos engañemos, vale dinero. Sin embargo, si añadimos a la ecuación los factores tiempo y rigor, obtendremos resultados exponenciales que harán cuadrar las cuentas. Solo la selección de lo que se ofrece, cómo se ofrece, a quién se ofrece y cuándo se ofrece, junto al necesario impulso económico y el análisis posterior de los resultados que justifiquen la inversión, podrá despertar el interés continuado del público, y fomentar en él un creciente espíritu crítico que demande una programación musical atractiva y de calidad.

[Publicado en el Diario de Ávila el 27 de Abril de 2014.]

Talento y juventud, de la mano

Crítica publicada en prensa a un concierto del joven pianista Antonio Bernaldo de Quirós Yazama

 

Me pide el presidente de Juventudes Musicales de Ávila que escriba la crítica del concierto que ofreció el pasado domingo el joven pianista abulense Antonio Bernaldo de Quirós Yazama en el auditorio de la Fundación Caja de Ávila. Ello me supone un compromiso, ya que tengo el placer de tener a Antonio como alumno en el Conservatorio, pero también satisfacción por contar en nuestro centro, y por extensión en la ciudad, con una artista con la proyección que este joven pianista – subrayo el término, en su más rotundo significado – posee. Espero pues sepa el amable lector discernir cuales de mis palabras tienen que ver con el placer de escuchar a Antonio como público y cuales con el conocimiento directo de su buen hacer al piano.

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La falacia de la gratuidad

La palabra gratis, procedente del latín gracia, viene a definirse como lo que se hace o da sin pago o compensación alguna a cambio. En estos tiempos de rebajas, ofertas y descuentos, el vocablo ha pasado a convertirse en el mejor reclamo publicitario. Sin embargo el concepto no está exento, si uno lo piensa detenidamente, de matices mucho menos atractivos.

Durante los años de bonanza —cuando ataban a los perros con longaniza, como suele decir mi padre— muchos trataron de convencernos de las virtudes de lo gratis: no discrimina a nadie, es cierto, pero deja en un magnífico lugar al que lo oferta, y lo que es más relevante para él, “engancha” al consumidor —léase votante— para el futuro. Nadie se preguntaba de dónde salía el dinero para pagar esta supuesta gratuidad, aunque en muchos casos era de nuestro propio bolsillo, como el tiempo se ha empeñado en demostrarnos.

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Azar y música

Cuando uno ve en la televisión, escucha en la radio, o tiene conocimiento por la prensa de uno de esos conciertos en los que una importante agrupación actúa en un relevante lugar del mundo, suele preguntarse, con un alto grado de envidia: ¿cómo habrán conseguido esos de ahí su entrada?,¿a qué precio, o conociendo a quién?, o ¿cuántas horas de cola han tenido que soportar?

Berliner_Viena

El pasado 1 de mayo de 2012, la Filarmónica de Berlín ofreció su habitual Europakoncert con el que anualmente conmemora el aniversario de su fundación hace más de 100 años y que cada año tiene lugar en un punto del continente. En esta ocasión, Viena era la ciudad elegida, y más concretamente el singular escenario que constituye la sala principal de la Escuela Española de Equitación, engalanada para la ocasión. Así las cosas, uno que yo me sé que andaba por allí ese día, y que fruto del azar decidió no acercarse a Salzburgo, como estaba programado, y que casualmente vio unos cuantos trailers con el rótulo Berliner Philarmoniker en sus remolques, descubrió que aún quedaban entradas para el evento.

Ni fue tanta la cola, ni fue tanto el precio. Una vez más, un afortunado señor de camisa azul que aparece de pie a la izquierda de la cabeza de Gustavo Dudamel en el siguiente vídeo, observa con atención desde la tribuna superior el noble discurso de la orquesta en sus magníficas Variaciones sobre un Tema de Haydn de nuestro admirado Johannes Brahms. Pero en esta ocasión, ese señor afortunado era yo.

Me encanta el azar casi tanto como la música.

Victoria, en casa

En el día de ayer tuvimos la oportunidad de escuchar la magnífica interpretación que de la música de nuestro querido paisano Tomás Luis de Victoria hizo el Ensemble Plus Ultra bajo la dirección de Michael Noon en la iglesia del Real Monasterio de Santo Tomás de Ávila. De nuevo fue la Obra Social de Caja Madrid quien nos regaló este placer y, de nuevo, la publicidad que hubo del evento, apenas reflejada en un anuncio en la prensa local del día y en unos simples folios fotocopiados que hacían las veces de cartel, no hizo justicia al evento.

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Con el debido respeto

Desgraciadamente solemos tener más ocasiones para criticar lo que se hace que para alabar una buena gestión. Y no sólo porque resulta más fácil lo primero, sino también porque motivos nos sobran con demasiada frecuencia para lamentar que un determinado evento quede en agua de borrajas y que lo que pretende ser un acontecimiento quede reducido a un vulgar acto sin trascendencia ninguna. Digo esto porque el pasado día 19 de Mayo tuve la ocasión de actuar como integrante del Dúo Matisse en el Auditorio “Ciudad de León” y quedar gratamente impresionado por la buena gestión y el estupendo trato recibidos tanto de los responsables de la Delegación de Cultura de la Junta de Castilla y León en esa ciudad como del personal que atiende las necesidades del Auditorio.

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Bach y Leonhardt: voces en el desierto

Resulta sorprendente que aún hoy, en plena sociedad de la información, o tal vez precisamente debido a ello, algunos eventos de primer orden pasen de puntillas sin que la inmensa mayoría del público circundante sospeche lo que le pasa cerca. Tal es el caso del magnífico concierto que ofrecieron el pasado día 11 de Abril de 2007 el coro, solistas y orquesta que dirige el ya mítico Gustav Leonhardt en la catedral de nuestra ciudad. Y es que, inexplicablemente, las escuetas reseñas aparecidas en la prensa local fueron los únicos indicios de lo que iba a suceder esa lluviosa tarde aquí al lado. Una de esas interpretaciones en las que el disfrute es algo físico, en las que sales del concierto sintiéndote afortunado por dedicarte a este noble arte de la música.

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