Archivo de la etiqueta: Comunicación

Desaprender

“Cette étude vous fera du bien”. Así describía el primero de sus Estudios para piano el gran compositor y pianista Frederick Chopin para uno de sus alumnos. “Este estudio te hará mucho bien…” para continuar apostillando “…si lo estudias como yo te diré: de otro modo, desaprenderás”. El aprendizaje, ese fascinante proceso en el que nos vemos inmersos sin poder evitarlo en modo alguno, desde que nacemos y hasta el final de nuestros días. Más completo y satisfactorio en compañía, de la mano del genuino pedagogo que, como Chopin, sabe, quiere y puede enseñar, al menos, a no desaprender.

Hace unos días acudía al cine junto a mi sobrina de once años para ver una de esas películas de tono familiar. En ella, un grupo de monjes decide sumarse a la cosa futbolística para garantizar la continuidad de su vetusto monasterio. Más allá del argumento y la calidad del filme, me sorprendió su calificación: no recomendada para menores de siete años. Dado el uso continuo de palabras malsonantes y términos poco adecuados para menores que utilizaban los personajes –incluso a modo de mantra en algunos momentos– aquel auditorio básicamente infantil no parecía ser el más indicado para su consumo. ¿Me estaré haciendo mayor?

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Libertad de prensa

Celebrábamos esta semana la festividad de San Francisco de Sales, patrón de los periodistas. Excusa ideal para saludar la imprescindible labor que realizan los informadores, pero también para pedir al santo algo de iluminación para los que desempeñan un oficio que, en tiempos de posverdad, no pasa por su mejor momento. El creciente buenismo político, las verdades a medias, y la inmediatez de unas comunicaciones que supuestamente nos permiten llegar a las fuentes son el ecosistema perfecto en el que cada uno puede aseverar, desde la cátedra de su cuenta de twitter –o desde el cobarde anonimato de un vacío avatar en el peor de los casos–, lo que le venga en gana. Los norteamericanos, que ya se sabe marcan tendencia, tienen hoy un presidente que gobierna a golpe de tweet. Yo voy poniendo las mías a remojar.

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Adalides

La noche del pasado miércoles finalizaba el día, como de costumbre, escuchando el análisis de la jornada en los medios de comunicación. Conocía entonces algo más en profundidad los detalles de la muerte de Víctor Laínez, presuntamente a manos del joven extremista Rodrigo Lanza, aparentemente por llevar unos tirantes con los colores de la bandera española. Un capítulo más de una sórdida historia que comenzó años atrás y de la cual Laínez, sin saberlo, iba a ser el último protagonista hasta la fecha. Inmediatamente después de la tertulia –aun a riesgo de trasnochar más de la cuenta, como así sucedió– busqué el contrapunto en el documental Ciutat morta que narra, con Lanza en el papel de damnificado protagonista, la sucesión de acontecimientos desencadenados a partir del desalojo en febrero de 2006 por parte de la guardia urbana de Barcelona del antiguo Palau Alòs, ocupado por un grupo de jóvenes que celebraban una fiesta. Si en el análisis de los tertulianos Rodrigo Lanza se descubría a los ojos del espectador como un tipo vil –nieto de un almirante de Pinochet– capaz de descerrajar golpes y patadas a alguien por su forma de vestir hasta provocarle la muerte, el sombrío documental transmite la imagen contraria: la de uno joven detenido, torturado, acusado y encarcelado injustamente por dejar tetrapléjico a uno de los guardias urbanos que participaron en aquel desalojo. El filme es prolijo en detalles, y ata hábilmente cabos desde antes de la fecha de autos hasta la salida de la cárcel de Rodrigo Lanza. Se basa para ello en la tesis de la conspiración judicial, policial y política contra el colectivo antisistema exclusivamente por la lamentable actuación de dos policías que, como se demostró en un caso posterior, acostumbraban torturar a sus detenidos. La figura de Patricia Heras, otra de las antisistema detenidas aquella noche, que se suicidó en una de sus salidas de prisión, sobrevuela con su poesía esta cinta laureada en varios festivales.

Hasta ahí las imágenes y las palabras. Los hechos han sido relatados por unos y otros con mayor o menor implicación, pero en muchos de los casos –es éste el destino último de mi reflexión– de una forma interesada y lo que es peor, rentable. Temas tan intrincados social, política y jurídicamente como los referidos, en los que se entremezclan en una tormenta perfecta de desdichadas coincidencias extremismos de derecha e izquierda, corrupción policial, homicidio y suicidio deberían ser tratados con una pulcritud exquisita por parte de analistas, periodistas, reporteros y políticos. Y si no es así, no hacerlo. Sorprende el arrojo con el que muchos han hecho suyo el caso –y lo seguirán haciendo– para erigirse en adalides de tal o cual causa sobre la cruda realidad de vidas y hechos ajenos. Todas las muertes son desgraciadas, sin apellidos. Toda la violencia reprobable, sin paliativos. Y aunque las conexiones de estos lamentables acontecimientos puedan describirnos un panorama más o menos desolador, la reflexión y la prudencia deberían ser el sonoro contrapunto a las estridencias a las que nos vemos sometidos diariamente.

 

[Publicado en el Diario de Ávila el 17 de Diciembre de 2017]

Acompasados

En contadas ocasiones ofrecen los medios de comunicación generalistas noticias relacionadas con la formación musical. Y cuando lo hacen suele desprender la crónica cierto tufo a excéntrico pasatiempo para convertir la aclamación vanidosa sobre el escenario en una forma de vida. Conviene recordar sin embargo que la formación musical profesional, al igual que otras disciplinas como la danza o las artes plásticas, se asemeja bastante poco a los talent show a los que nos tienen acostumbrados últimamente estos mismos medios. De hecho la competitividad en el arte, más allá de la imprescindible búsqueda de la excelencia –dada la valiosa materia prima con la que se trabaja–, tiene bien poco que ver con la competición permanente en la que pretenden instalar al gremio. Esto no es Eurovisión ni Tú sí que vales. La interpretación musical profesional constituye al contrario una vocación tan silenciosa y abnegada como la del artesano, que dedica toda su vida a depurar la técnica propia para disfrute del prójimo.

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Algunos, pocos

La insaciable sed de dinero del expresidente de la Comunidad Autónoma de Madrid nos ha dado la semana. La presunta cohorte de conseguidores y paniaguados que pululaban a su alrededor en busca de favores ha provocado nuestra indignación y repulsa más absolutas. Parece que algunos, pocos, se creen por encima del común de los mortales, intocables y omnipotentes. Afortunadamente la justicia, impenitente aunque lenta, ha venido finalmente a ponerles en su sitio.

Otros pocos, los integrantes del «matriarcado» de los Pujol, se han sumado al esperpéntico desfile de presuntos estafadores que una vez jugaron a ser honorables pero que, según parece, nunca fueron acreedores de tal dignidad. Mientras tanto en las mismas tierras ampurdanesas algunos, pocos, se empecinan incansablemente en arrojar leña al fuego del separatismo y la confrontación. La escenificación del rupturismo parece sin embargo ir perdiendo respaldo entre los líderes internacionales, que cada vez hacen más el vacío al Sr. Puigdemont en su delirante deriva hacia ninguna parte.

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Rupturas

Esta semana el teniente de alcalde de Badalona procedía a la solemne destrucción, frente a las cámaras de televisión, del auto judicial que obligaba a su consistorio a respetar la jornada festiva del doce de octubre. Con la misma arrogancia que el gordo Buck Mulligan al inicio del Ulises de Joyce –Introibo ad altare Dei–, fraccionaba orgulloso el documento consagrado en sede judicial. Su mirada traslucía en el rito la ira de quien, acabados los argumentos, transita impúdicamente del marco democrático, que le puso donde está, al discurso falaz de la Ley soy yo. La flagrante contradicción en la que incurren este tipo de individuos es evidente y no debería dejarnos impasibles.

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Complejos léxicos

La vigesimotercera edición del Diccionario de la Lengua Española, publicada por la Real Academia en Octubre de 2014, contiene en torno a 200.000 acepciones recogidas a lo largo de sus más de 2.400 páginas. Grandes números los de la lengua castellana que, sin embargo, no siempre parecen ser suficientes. La lengua es el ámbito comunicativo en el que se expresan los habitantes de un mismo contexto físico. Incluso de un mismo territorio afectivo, como justamente reclamarán los devotos de la versión original. De ahí que en todas las lenguas la variedad de vocablos haya crecido exponencialmente a lo largo de los siglos.

Los efectos de la moderna globalización sin embargo no han hecho siempre de la necesidad virtud a este respecto. Tendemos con creciente frecuencia a utilizar palabras ajenas a nuestro idioma para identificar conceptos que disfrutan de su sinónimo en castellano, perdiendo por el camino en la mayor parte de los casos su rica carga semántica asociada. El mail, por ejemplo, llegó hace ya algunos años a nuestra bandeja de entrada y en su inmediatez se llevó por delante el correo que, aunque no electrónico, constituye para mayor gloria del gremio de carteros un mundo en sí mismo.

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