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Scarbo

Maurice Ravel (1875-1937) compuso su tríptico pianístico Gaspard de la nuit en 1908, sobre tres poemas en prosa de Aloysius Bertrand. Estrenado por Ricardo Viñes –el mismo pianista que hiciera lo propio con la Suite Iberia de Isaac Albéniz–, la obra constituye una de las cumbres del impresionismo pianístico francés, tanto por su deslumbrante paleta tímbrica  como por un virtuosismo técnico que, en la última de las piezas –titulada ScarboEscarabajo«)– alcanza cotas épicas.

Mi partitura de Scarbo, con las anotaciones de incontables horas de estudio.

Llevo estudiando esta obra más de veinte años y la semana pasada volví a colocarla en el atril. A pesar del paso del tiempo, sigue asaltándome cierta inquietud cuando, solo en casa por la noche, experimento en primera persona los cantos de sirena, la mortecina campana, o los diabólicos giros del diablillo nocturno que Bertrand describe en su poema:

¡Ay! ¡Cuántas veces lo vi y lo escuché, al duende, cuando a medianoche la luna brilla en el cielo como un escudo de plata sobre un fondo azul plagado de abejas doradas!

¡Cuántas veces lo escuché murmurar con su risa entre las sombras de mi cuarto, y rasgar con su uña las sábanas de mi cama!

¡Cuántas veces lo vi saltar al suelo, dar vueltas sobre un pie, rodar por toda la habitación como la moneda caída de la mesa de una bruja!

¿Creí entonces que había desaparecido? ¡El enano crecía entre la luna y yo, como el campanario de una iglesia vieja, con un cascabel de oro pendulando en su gorra sucia y arrugada!

Pero de pronto su cuerpo se azulaba, pálido como la cerámica de una bujía, su cara se ponía diáfana como la cera de las velas y, súbitamente, se apagaba.

Pues bien: hasta que la poesía.

Hace tres noches –y esto es rigurosamente cierto– escuché un leve crepitar procedente del baño junto a mi habitación. Somnoliento por el calor de la madrugada, me acerqué para comprobar que el sonido procedía del tubo del extractor del techo del baño. Se entreveían en su rejilla lo que parecían ser las negras patitas de algún insecto de cierta entidad, que posiblemente había caído desde el tejado hasta allí.

Como un servidor es poco amigo de la compañía de artrópodos en el seno del hogar, y ante la suposición de que se tratara de una cucaracha, preferí dejar al inquietante ser en esa su ubicación a la espera de que el paso del tiempo obrase lo que yo me sentía incapaz de hacer. Si bien mi inquietud iba en aumento al leer en Google que las cucarachas pueden vivir hasta un mes sin comida ni agua. Cielos.

Hoy, aprovechando la presencia de visita en casa, hemos accedido al baño, oportunamente pertrechados con un palo de escoba, para tratar –al menos yo– de consumar la heroicidad de afrontar pánicos atávicos. Retirada la rejilla, cual no sería mi perplejidad al encontrar allí, aún con un ligero hilo de vida, el scarbo de la foto, que pereció sin embargo tan pronto como fue rescatado de su prisión, o sea mi baño.

Esta noche tenía previsto darle otra vuelta a la sección central de la última de las piezas de Ravel. Lo haré armado, como siempre durante los últimos veinte años, de grandes dosis de paciencia y admiración. Pero seguramente esta vez también con un palo de escoba. Por si acaso.

Aquí, en una grabación del 8 de Febrero de 2011. Ya ha llovido…

Inoperancia

El pasado martes publicaba El País en su edición digital una entrevista con Antonio Moral, director del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM), en la que el responsable del ente público manifiesta su intención de no renovar al frente de la entidad debido a las dificultades con las que se ha encontrado durante los últimos años, especialmente las derivadas de la falta de flexibilidad por parte del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM), del que depende. “En Cultura no manda el ministro del ramo, manda Hacienda”, son sus palabras.

El que fuera fundador de la revista musical Scherzo y del Festival Mozart de Madrid, coordinador de la programación musical de Caja Madrid, director de la Semana de Música Religiosa de Cuenca y artístico del Teatro Real afrontó, tras su incorporación al CNDM en 2010, una drástica reducción presupuestaria que no le impidió multiplicar por diez la recaudación gracias a las propuestas imaginativas y las audaces programaciones musicales de su departamento. Abandona ahora el Sr. Moral, dice, por la rigidez y la excesiva fiscalización a la que se ven sometidos. “De todo mi tiempo, el 80% se va en solucionar problemas administrativos, no artísticos”, asevera.

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El máster

Confío en que el amable lector sabrá disculpar que vuelva sobre el tema, pero confluyen en él aristas tan afiladas que no tengo por menos que compartir aquí con él mis cuitas. Escasa maestría —definición que la RAE da del anglicismo máster— ha mostrado la mayor parte de los implicados en el turbio asunto del posgrado presidencial. Quod natura non da Salmantica non præstat. Para este viaje no parecían hacerles falta alforjas: el grado académico de poco les ha servido a éstos para arrostrar su incapacidad para conducirse a sí mismos. Cualquiera que haya prestado docencia en un centro oficial conoce perfectamente los procedimientos de evaluación y el valor capital de unas actas de calificación —lo que dicen va a misa, otorga títulos, pone doctores y quita cátedras— que deben ser custodiadas, dada su relevancia, bajo la supervisión directa de los responsables del centro. Bochorno provoca presenciar cómo algunos cargos de esta universidad de regio apellido juegan con el prestigio de la institución en una delirante pirueta dialéctica de calificaciones presuntamente nunca otorgadas, firmas fraudulentamente consignadas, y viajes de matriculación en el tiempo más propios de la física cuántica. Alguien debería ofrecer explicaciones convincentes y depurar responsabilidades—inmediatamente, quizás, antes de marcharse— ante el riesgo evidente de dar la puntilla a la venerable institución universitaria.

Pero escasa maestría ha mostrado también quien, lejos de despejar con contundencia todas las dudas vertidas acerca de sus estudios por los impenitentes medios de comunicación, se enroca en esa indolente retórica política tan en boga. Máxime cuando el inmaculado cariz de su predicamento ha sido precisamente el que le ha llevado a la cátedra ejecutiva que ostenta. Con lo fácil que hubiera sido bajar de la nube, del pendrive o del altillo el trabajo de marras y evitarnos a todos este lamentable espectáculo.

Cuestionable maestría política denotan también en mi opinión algunos —no todos— cuadros de su partido que, más allá de la necesaria presunción de inocencia, se han apresurado a poner la mano en el fuego por la presidenta. Con sus prisas pueden poner también, ahora que la cosa se judicializa y el personal universitario empieza a escurrir el bulto, a la formación política a los pies de los caballos ante una opinión pública que reclama a la mujer del césar, además de ser honrada, parecerlo.

Mención aparte merece el tratamiento que algunos medios de comunicación hacen del asunto, contribuyendo como de costumbre a darle más importancia al contorno de lo anecdótico que a la enjundia del meollo. Y como a río revuelto ganancia de pescadores, la oposición empuja a los que desde su aparición juegan a la equidistancia —y que esgrimen ahora para evitarlo una comisión de investigación— al abismo de una moción de censura que no tocaba. Dichoso máster.

 

[Publicado en el Diario de Ávila el 8 de Abril de 2018]

”Sonidos y perfumes…”

Tal día como hoy de hace exactamente cien años fallecía el compositor francés Claude Debussy. Considerado, junto a Maurice Ravel, máximo exponente del impresionismo musical –a pesar de su propio desinterés por adscribirse a este movimiento artístico– , marchaba a los 55 años dejándonos un admirable legado que le convertiría en uno de los más destacados creadores musicales de la Europa de finales del siglo XIX y principios del XX. El París del cambio de siglo, que se abría con indisimulada curiosidad a los estímulos culturales llegados de todas las partes del mundo –la Exposición Universal de 1889 hizo llegar los sonidos del gamelán balinés, entre otros, a los sensibles oídos del genial compositor– y su permanente contacto con artistas, poetas, literatos y pensadores contribuyeron a tamizar en él una estética musical diferencial, tan ecléctica como profundamente personal.

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Concertación regional

Este viernes tuvimos ocasión de escuchar de nuevo en nuestra capital, como parte de la Segunda Temporada Sinfónica y de Cámara de Lienzo Norte, a la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, agrupación que cumplió recientemente veinticinco años al servicio de la promoción cultural del más alto nivel en la comunidad. Mucho ha cambiado el panorama musical de la región, y del país, desde que allá por 1991 esta orquesta, reconocida hoy entre las mejores sinfónicas del panorama nacional, diese sus primeros conciertos. El impulso a la divulgación musical en la comunidad que supuso su creación, la construcción de destacados contenedores culturales –como el propio Lienzo Norte abulense o el Auditorio Miguel Delibes de la capital vallisoletana– y de modernos edificios destinados a albergar la enseñanza musical profesional que se imparte en nuestros conservatorios han sido determinantes en estos 25 años para la consolidación de una actividad artística regular y de la más alta calidad en este campo, reconocida dentro y fuera de nuestras fronteras. La renovación de los equipos y planes docentes en los centros oficiales de formación musical de la comunidad, reflejo sin duda de la formación que muchos hemos tenido ocasión de recibir dentro y fuera de España, ha contribuido también sustancialmente a este proceso. La Sinfónica de Castilla y León es un buen ejemplo de cómo un proyecto coherente, en manos profesionales y dotado de una inversión suficiente y mantenida en el tiempo ofrece siempre sus frutos. Y a juzgar por el refinado Gombau, el brillante Brahms y el poderoso Dvorak que tuvimos ocasión de escuchar el viernes, son éstos maduros y jugosos.

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Espantar el talento

El pasado 15 de febrero este rotativo se hacía eco de la generosa oferta de empleo público que la Consejería de Educación de la Junta de Castilla y León anunciaba para las próximas oposiciones de profesores de Enseñanza Secundaria, Formación Profesional, Escuelas Oficiales de Idiomas, Artes Plásticas y Diseño, y Música y Artes Escénicas. Una convocatoria calificada por el director general de Recursos Humanos como “compleja y largamente esperada”. Sin duda lo es, dado el limitado número de plazas ofertadas para el acceso a estos cuerpos docentes durante los últimos años. La noticia sin embargo no era tanto el alcance de la oferta como el objetivo explícito de la convocatoria: “reducir la interinidad”. El director era tajante al explicar que este nuevo sistema de oposición “beneficia claramente a los interinos con experiencia, que se ven favorecidos porque sacando un cinco están prácticamente dentro”, mientras “un aspirante sin experiencia debe sacar por encima de un 8,5 para tener opción a una plaza”. De este modo “un profesor que lleve diez años como interino tiene garantizados siete puntos sobre diez, mientras que un estudiante de grado con su máster parte con un cero”. Todo ello con la unánime y necesaria aquiescencia de los sindicatos de profesores. Desconozco la postura de los sindicatos de estudiantes.

Tan solo siete días después, este mismo diario publicaba los datos del último informe de la FAD, en el que los jóvenes españoles salen poco bien parados, a la cola en desarrollo debido al paro y la emancipación tardía, lo que les impide una evolución tan positiva como en otros países de nuestro entorno, y que coloca en este sentido al nuestro en el puesto 24 del continente.

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Desaprender

“Cette étude vous fera du bien”. Así describía el primero de sus Estudios para piano el gran compositor y pianista Frederick Chopin para uno de sus alumnos. “Este estudio te hará mucho bien…” para continuar apostillando “…si lo estudias como yo te diré: de otro modo, desaprenderás”. El aprendizaje, ese fascinante proceso en el que nos vemos inmersos sin poder evitarlo en modo alguno, desde que nacemos y hasta el final de nuestros días. Más completo y satisfactorio en compañía, de la mano del genuino pedagogo que, como Chopin, sabe, quiere y puede enseñar, al menos, a no desaprender.

Hace unos días acudía al cine junto a mi sobrina de once años para ver una de esas películas de tono familiar. En ella, un grupo de monjes decide sumarse a la cosa futbolística para garantizar la continuidad de su vetusto monasterio. Más allá del argumento y la calidad del filme, me sorprendió su calificación: no recomendada para menores de siete años. Dado el uso continuo de palabras malsonantes y términos poco adecuados para menores que utilizaban los personajes –incluso a modo de mantra en algunos momentos– aquel auditorio básicamente infantil no parecía ser el más indicado para su consumo. ¿Me estaré haciendo mayor?

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Libertad de prensa

Celebrábamos esta semana la festividad de San Francisco de Sales, patrón de los periodistas. Excusa ideal para saludar la imprescindible labor que realizan los informadores, pero también para pedir al santo algo de iluminación para los que desempeñan un oficio que, en tiempos de posverdad, no pasa por su mejor momento. El creciente buenismo político, las verdades a medias, y la inmediatez de unas comunicaciones que supuestamente nos permiten llegar a las fuentes son el ecosistema perfecto en el que cada uno puede aseverar, desde la cátedra de su cuenta de twitter –o desde el cobarde anonimato de un vacío avatar en el peor de los casos–, lo que le venga en gana. Los norteamericanos, que ya se sabe marcan tendencia, tienen hoy un presidente que gobierna a golpe de tweet. Yo voy poniendo las mías a remojar.

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La nevada

Feliz Año Nuevo. De nieves, año de bienes. Prometedor 2018 a decir del refranero. La nevada del siglo nos sorprendió a todos mojando el roscón y derramó sus bendiciones en forma de copos generosos con los que recordar a nuestras olvidadizas almas quién sigue mandando aquí. Igual que la caprichosa bacteria que a algunos nos mantuvo encamados durante días, así el meteoro desbarataba en horas nuestros más depurados planes. La naturaleza nos pone en nuestro lugar: suya es la victoria, siempre.

Y ante semejante demostración de poderío, dos opciones: pánico, nerviosismo y caos, o admiración, paciencia y colaboración. Como ha hecho siempre desde que alguien acertó a plantar su tienda por primera vez en el páramo, la crudeza del invierno castellano nos puso de nuevo a prueba. Unos le respondieron calzándose las botas, pala en ristre, sabedores de su debilidad pero también de que tras la tempestad siempre viene la calma, haciéndole frente. Otros no. Sabedores de su desventaja en tan desigual contienda, algunos optaron por recuperar la sana costumbre machadiana de hacer camino al andar. Otros no. Unos tiraron de refranero también para poner al mal tiempo buena cara. A otros les da igual el tiempo –y el refranero– para ponerla mala. Unos tomaron memorables instantáneas del blanco manto como recuerdo. Otros prefirieron tomarlas como arma: confundieron el adversario.

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Irrenunciable optimismo

Crítica del concierto de la Orquesta Sinfónica de Ávila

Sábado, 30 de Diciembre de 2017. 20:30 horas

Sala Tomás Luis de Victoria del Centro de Exposiciones y Congresos Lienzo Norte de Ávila

Obras de Ravel, Soutullo/Vert, y Mussorgsky

Salvador Vázquez, director

Permítaseme expresar la emocionada satisfacción del deber cumplido, que me embarga cada vez que les escucho, al contemplar en el escenario a varias generaciones de alumnos que lo han sido del centro que dirijo desde hace ya algunos años como integrantes de la sinfónica abulense. Me compete hoy no obstante corresponder a la amable invitación que me cursa Juventudes Musicales, principal artífice entre otros del milagro, para cubrir la crítica de su último concierto. Así haré con gusto, con el cariñoso rigor que procuro siempre al crecimiento de nuestros jóvenes artistas, y que estoy seguro ellos sabrán compartir.

Celebraba la Sinfónica de Ávila el quinto aniversario de su encuentro navideño. La sala Tomás Luis de Victoria abarrotada –abonados buena parte a la Segunda Temporada Sinfónica y de Cámara de Lienzo Norte– saludaba el esfuerzo con masiva presencia en un evento de pago. En el podio Salvador Vázquez, director invitado, dirigió sin partitura a una orquesta sin complejos. Abría el programa la Pavana para una infanta difunta de Maurice Ravel. Trabajo cuidadoso el del malagueño, con un notable control del pianissimo, quizás algo excesivo en una sala de las dimensiones de la sinfónica de Lienzo Norte. Delicado arranque resuelto no obstante con destacable preciosismo por una orquesta que hubiese trazado tal vez un mejor fraseo con un tempo algo mayor.

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La gran música y la industria cultural

Fechas propicias para acudir a conciertos son sin duda estas en las que nos encontramos. Ayer mismo la Orquesta Sinfónica de Ávila colmaba de nuevo nuestras expectativas con otra de esas pequeñas pero rutilantes victorias tan necesarias en el panorama musical actual. Un concierto que, como el resto de los que componen la Segunda Temporada Sinfónica y de Cámara de Lienzo Norte, mantuvo un complejo equilibrio entre la elección del repertorio, la solvencia técnica y musical de los intérpretes y, lo que es más importante, la búsqueda de la implicación del público en la construcción de una auténtica cultura musical alejada de lo pintoresco o lo anecdótico.

Ya en alguna ocasión he manifestado desde estas páginas mi opinión acerca de la importancia que tiene en una ciudad como la nuestra programar con responsabilidad, conociendo los intereses y las inquietudes del público, pero sobre todo unas necesidades y un alcance –a menudo no es el cuánto, sino el cómo– que no siempre son contemplados. Programar no es sencillo, ni barato. Pero es necesario para el crecimiento de la ciudad, tal es el de sus habitantes. Se hacen imprescindibles para ello coordinación –el solapamiento de conciertos dirigidos al mismo tipo de público, incluso de una misma entidad, es más frecuente de lo deseable–, inteligencia en la distribución de los recursos, y contacto permanente con artistas y agencias. Un evento artístico “de calidad” no lo es porque se publicite como tal, sino por la profesionalidad en su gestión y ejecución. Una profesionalidad cuyo resultado artístico el público sabrá refrendar, y abonar, si se le presenta con una asiduidad que le permita su adecuada ponderación. Solo así la industria cultural contribuirá al tejido productivo, particular empeño entre otros de un servidor.

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Adalides

La noche del pasado miércoles finalizaba el día, como de costumbre, escuchando el análisis de la jornada en los medios de comunicación. Conocía entonces algo más en profundidad los detalles de la muerte de Víctor Laínez, presuntamente a manos del joven extremista Rodrigo Lanza, aparentemente por llevar unos tirantes con los colores de la bandera española. Un capítulo más de una sórdida historia que comenzó años atrás y de la cual Laínez, sin saberlo, iba a ser el último protagonista hasta la fecha. Inmediatamente después de la tertulia –aun a riesgo de trasnochar más de la cuenta, como así sucedió– busqué el contrapunto en el documental Ciutat morta que narra, con Lanza en el papel de damnificado protagonista, la sucesión de acontecimientos desencadenados a partir del desalojo en febrero de 2006 por parte de la guardia urbana de Barcelona del antiguo Palau Alòs, ocupado por un grupo de jóvenes que celebraban una fiesta. Si en el análisis de los tertulianos Rodrigo Lanza se descubría a los ojos del espectador como un tipo vil –nieto de un almirante de Pinochet– capaz de descerrajar golpes y patadas a alguien por su forma de vestir hasta provocarle la muerte, el sombrío documental transmite la imagen contraria: la de uno joven detenido, torturado, acusado y encarcelado injustamente por dejar tetrapléjico a uno de los guardias urbanos que participaron en aquel desalojo. El filme es prolijo en detalles, y ata hábilmente cabos desde antes de la fecha de autos hasta la salida de la cárcel de Rodrigo Lanza. Se basa para ello en la tesis de la conspiración judicial, policial y política contra el colectivo antisistema exclusivamente por la lamentable actuación de dos policías que, como se demostró en un caso posterior, acostumbraban torturar a sus detenidos. La figura de Patricia Heras, otra de las antisistema detenidas aquella noche, que se suicidó en una de sus salidas de prisión, sobrevuela con su poesía esta cinta laureada en varios festivales.

Hasta ahí las imágenes y las palabras. Los hechos han sido relatados por unos y otros con mayor o menor implicación, pero en muchos de los casos –es éste el destino último de mi reflexión– de una forma interesada y lo que es peor, rentable. Temas tan intrincados social, política y jurídicamente como los referidos, en los que se entremezclan en una tormenta perfecta de desdichadas coincidencias extremismos de derecha e izquierda, corrupción policial, homicidio y suicidio deberían ser tratados con una pulcritud exquisita por parte de analistas, periodistas, reporteros y políticos. Y si no es así, no hacerlo. Sorprende el arrojo con el que muchos han hecho suyo el caso –y lo seguirán haciendo– para erigirse en adalides de tal o cual causa sobre la cruda realidad de vidas y hechos ajenos. Todas las muertes son desgraciadas, sin apellidos. Toda la violencia reprobable, sin paliativos. Y aunque las conexiones de estos lamentables acontecimientos puedan describirnos un panorama más o menos desolador, la reflexión y la prudencia deberían ser el sonoro contrapunto a las estridencias a las que nos vemos sometidos diariamente.

 

[Publicado en el Diario de Ávila el 17 de Diciembre de 2017]

El tamaño de la lupa

Esta semana el Secretario General de Podemos en Castilla y León colocaba en el disparadero al equipo de gobierno del Ayuntamiento de Ávila con su particular salva de buenos deseos navideños. El Procurador del Común, el Consejo de Cuentas y la Fiscalía Anticorrupción eran los Reyes Magos a los que la formación morada comprometía los regalos con los que agasajar la, a su juicio, irregular gestión del Partido Popular en la adjudicación de contratos. “Mala praxis”, “anomalía democrática” y actuación “vergonzosa, lamentable e indecorosa” eran los dones ofrendados por la formación morada en su ráfaga dialéctica. Si a cualquiera de nosotros nos soltaran semejante andanada sobre nuestro trabajo saldríamos corriendo. Tal es quizás la intención de las gruesas e intimidatorias palabras de una formación que, como ya rebatió el equipo de gobierno, no está representada en el consistorio de la capital, y cuya franquicia local suele ausentarse, física y políticamente, más de lo deseable de las reuniones de los órganos de gobierno a los que, ellos sí, pertenecen.

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Tan natural como el habla

Para que tú me oigas

mis palabras

se adelgazan a veces

como las huellas de las gaviotas en las playas

Pablo Neruda

 

Conocí a Carmen en septiembre de 1990. Mi profesora de piano hasta ese momento en el conservatorio marchaba a Madrid y quería dejarme en las mejores manos. Casi por casualidad, como ocurren las cosas realmente importantes de la vida, conocí así a una persona que cambiaría la mía para siempre. Mi incipiente gusto por la música, que ya había consignado Doña Lourdes en un boletín escolar de notas del año 84, me había llevado a matricularme en el conservatorio unos años atrás. Pero fue con Carmen Aguirre con quien pronto se convirtió en pasión. Y es que había algo en la forma de entender el piano en aquella mujer enjuta y de modos exquisitos –ya por entonces lamentablemente casi extintos– que resultaba tan cautivador como su propia forma de enseñar. Era en ella la música un don tan natural como el habla. Definitivamente, y a pesar de mis primitivas inclinaciones hacia la arquitectura –perdí una apuesta que aún hoy tengo pendiente saldar–, sentí la necesidad de experimentar aquella forma de vida: quería ser persona, músico, y pianista. En ese orden, gracias a ella.

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Hüzün

La tarde del pasado martes conversaban en un programa de radio acerca de la sensación de tristeza y frustración que a casi todos nos ha producido la sucesión de acontecimientos acaecidos durante las últimas semanas en Cataluña. Utilizaban para ello como leitmotiv el término turco de origen árabe hüzün, denominación del sentimiento de amargura por la pérdida de la identidad de un pueblo. Como la saudade portuguesa, pero desde una percepción colectiva que añora recuperar algo perdido, quizás para siempre. Me sorprendió entonces comprender que era precisamente ese sentimiento el que me invadía también a mí, al tiempo que me preguntaba cómo era posible que algo tan aparentemente impersonal y ajeno a interioridades como la política podía afectar a nuestro estado de ánimo. Quizás este autodestructivo procés haya tenido efectivamente como única virtud la de mostrarnos hasta qué punto la política puede tener un impacto directo, real y cuantificable en nuestras vidas. El preocupante desinterés por la política que nos ha llevado hasta aquí –y que no es otra cosa que dejadez acomodaticia, que exprime egoístamente los frutos del esfuerzo de otros– debe hoy hacernos reflexionar acerca de la importancia que, en la práctica, tiene el papel de nuestros representantes.

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El gran ruedo español

Tras el período estival me incorporo de nuevo a mi disciplina dominical, y lo hago compartiendo con los lectores otro arranque, este personal, de temporada: la del Teatro Real. Asistí esta semana a una Carmen que, en producción de la Ópera Nacional de París, repone sobre las tablas la para unos valiente y para otros irreverente –murmuraba el ágora de corrillos en el entreacto– escenografía de Calixto Bieito. Sea por la sórdida modernidad que rezuma la producción, o por la exquisita musicalización que del texto de Merimée hizo Bizet, el caso es que sale uno con el alma encendida y la mente inquieta. Es ésta una tragedia –aunque la denominación original de Ópera comique pueda indicar otra cosa– que nos habla de amor, pero también de lealtad. De libertad, pero también del abismo al que su irresponsable ejercicio nos arroja. Y de España, lo que quiera ello que fuera, tanto entonces como ahora. ¿Les suena?

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Santas vacaciones

El pasado 1 de Julio la portada de este diario se hacía eco de la satisfacción mostrada por la Junta de Semana Santa de Ávila ante el acuerdo adoptado por las Cortes de Castilla y León para modificar las vacaciones escolares de Semana Santa a partir de 2019, incluso antes, tras la polémica generada por la publicación del calendario correspondiente al curso escolar 2017-2018, que establece estas vacaciones para el año que viene fuera del período comprendido dentro de la semana completa de pasión. El Consejero de Educación, Fernando Rey, ha sido blanco estos días de las críticas de hosteleros y responsables de las principales Semanas Santas de nuestra comunidad, muchas de las cuales, entre ellas la abulense, ostentan la declaración de Interés Turístico Nacional. Sostiene el Sr. Rey que los períodos vacacionales escolares –que, aunque determinan en gran medida los de los padres en virtud de una deseable conciliación de la vida laboral y familiar, están concebidos en esencia para sus hijos– no deben venir determinados por motivos religiosos, sino por necesidades pedagógicas, en pro de un equilibrio entre los diferentes trimestres lectivos que facilite el rendimiento académico de nuestros chicos. Esta a mi juicio más que razonable postura era calificada sin embargo de “autoritaria” e “intransigente” por parte de los responsables de la Semana Santa abulense, y recibía también duras críticas por parte de otros sectores, que ven crecer durante esas fechas sustancialmente sus ingresos por el turismo. Ello a pesar de la salomónica opción ofrecida por el Consejero, que permite a cada centro decidir cómo organizar estos períodos vacacionales en la línea de lo que se lleva haciendo durante lustros, sin “caos” alguno, con determinadas fiestas patronales en muchas localidades de la región.

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La rueda

25 años. Eso es lo que tardaría, dicen, una sola persona en transcribir, trabajando diez horas al día, toda la obra de Mozart. Se lo cuento con frecuencia a mis alumnos. Dado que el compositor murió con 35 años, podemos hacernos una idea de su capacidad creativa, ya que ni siquiera hemos incluído en la ecuación el tiempo que dedicó a concebir las piezas. Aunque todo apunta a que su incontenible torrente creativo fluía a la par que su pluma lo plasmaba en el pentagrama. Inaudito.

No parece probable que Mozart cobrara por horas. Tampoco que pudiera acogerse al convenio colectivo del gremio de compositores vieneses del momento. Más bien su producción obedecía generalmente al encargo de mecenas, y solo a veces precisamente a su propia incontinencia creativa. Quizás lo ingrato del régimen de autónomo de la época al que no le quedó otra que acogerse –tampoco parece, dicen las crónicas, que se caracterizara por la mesura en el gasto– pudo ser la causa de su paupérrimo entierro, que traía a esta misma columna hace algunas semanas.

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JASP

Fin de curso. La mesa repleta de libros, cuadernos, apuntes. El acompasado tic nervioso del pie contra el suelo. Un bolígrafo mordisqueado sirve de estribo con el que trazar mentalmente el perfil de fórmulas, cifras y fechas. La mirada fija en algún punto del infinito que lucha por ceñirse al temario, mientras evita penosamente caer en las cálidas redes del incipiente verano que se cuela por las ventanas de la biblioteca. La estampa se repite cada año y alcanza su clímax en estas fechas en las que, quien más quien menos, se juega un acceso a la universidad, un paso de grado, o unas vacaciones siquiera libres de obligaciones académicas. Y aunque todos hemos pasado por ese cuello de botella siente uno que la tiranía de la continua evaluación crece cada curso y amenaza con pasarnos factura.

Mientras espero a ser atendido en la farmacia, hasta tres personas –sufridos padres de otros tantos estudiantes, supongo–, se interesan por los suplementos vitamínicos. «Es por lo de los exámenes», afirman con resignación. «Éste lleva zinc y magnesio», responde el boticario mientras les extiende un frasco lleno de cápsulas. «Los mismos elementos que estarán estudiando en química», pienso yo. Mientras se termina de inventar la pastilla de la ciencia infusa la industria farmacéutica se encargar de dopar convenientemente a nuestros hijos en lo que no debería ser más que su natural tránsito por el sistema educativo.

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Todo lo cría la tierra

El 9 de Octubre de 1936, poco después de la sublevación militar que desembocaría en uno de los episodios más oscuros de nuestra historia reciente, Antonio José Martínez Palacios, conocido sencillamente como Antonio José, era fusilado en la pequeña localidad de Estépar, muy cerca de su Burgos natal. Tenía 33 años. Finalizaba prematuramente de este modo una de las más prometedoras carreras musicales de la España de principios del siglo XX. La de un talentoso joven –otro más– ya entonces respetado dentro y fuera de nuestro país por una capacidad creativa que quiso poner prioritariamente al servicio de la recuperación de la música tradicional castellana.

Algunos años después de que Béla Bartók y Zoltán Kodály recorrieran los pueblos de Hungría y Rumanía recopilando uno de los más relevantes corpus de música tradicional del este de Europa, Antonio José se hacía cargo del Orfeón Burgalés e iniciaba una labor similar, junto al folclorista Justo del Río, en su tierra. El amor por ella, y su contacto en Madrid con algunos de los grandes artistas del momento –el eminente guitarrista Regino Sáinz de la Maza o el propio Federico García Lorca entre ellos–, habían tamizado ya en en él una particular sensibilidad que pronto fructificaría en una música profunda y sincera.

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Acompasados

En contadas ocasiones ofrecen los medios de comunicación generalistas noticias relacionadas con la formación musical. Y cuando lo hacen suele desprender la crónica cierto tufo a excéntrico pasatiempo para convertir la aclamación vanidosa sobre el escenario en una forma de vida. Conviene recordar sin embargo que la formación musical profesional, al igual que otras disciplinas como la danza o las artes plásticas, se asemeja bastante poco a los talent show a los que nos tienen acostumbrados últimamente estos mismos medios. De hecho la competitividad en el arte, más allá de la imprescindible búsqueda de la excelencia –dada la valiosa materia prima con la que se trabaja–, tiene bien poco que ver con la competición permanente en la que pretenden instalar al gremio. Esto no es Eurovisión ni Tú sí que vales. La interpretación musical profesional constituye al contrario una vocación tan silenciosa y abnegada como la del artesano, que dedica toda su vida a depurar la técnica propia para disfrute del prójimo.

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Algunos, pocos

La insaciable sed de dinero del expresidente de la Comunidad Autónoma de Madrid nos ha dado la semana. La presunta cohorte de conseguidores y paniaguados que pululaban a su alrededor en busca de favores ha provocado nuestra indignación y repulsa más absolutas. Parece que algunos, pocos, se creen por encima del común de los mortales, intocables y omnipotentes. Afortunadamente la justicia, impenitente aunque lenta, ha venido finalmente a ponerles en su sitio.

Otros pocos, los integrantes del «matriarcado» de los Pujol, se han sumado al esperpéntico desfile de presuntos estafadores que una vez jugaron a ser honorables pero que, según parece, nunca fueron acreedores de tal dignidad. Mientras tanto en las mismas tierras ampurdanesas algunos, pocos, se empecinan incansablemente en arrojar leña al fuego del separatismo y la confrontación. La escenificación del rupturismo parece sin embargo ir perdiendo respaldo entre los líderes internacionales, que cada vez hacen más el vacío al Sr. Puigdemont en su delirante deriva hacia ninguna parte.

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Semana de pasiones

Las vacaciones son sagradas. Lo dicen los ingleses, que santifican todas ellas –holidays significa literalmente «días sagrados»–. Quizás sea la Semana Santa precisamente el período del año más propicio para una escapada vacacional. En primer lugar porque suele coincidir con el inicio de la primavera cuando, tras los rigores del invierno, tan necesitados estamos todos de luz, calor y tardes largas. En segundo lugar porque desconectar durante unos pocos días ofrece un providencial efecto reparador concentrado en apenas unas jornadas. Y tercero porque a la oferta turística permanente del país se le suma precisamente la rica tradición propia de las celebraciones de la Semana Santa.

Estos días hemos visto como nuestra ciudad se inundaba, literalmente, de visitantes que venían a conocer la nuestra, declarada recientemente de Interés Turístico Internacional. Y aunque los excesos de algunos en su profesión religiosa puedan servir como argumento a los detractores de estas celebraciones lo cierto es que, sea como manifestación cultural, artística, o simplemente antropológica, la Semana Santa es una buena oportunidad para despertar inquietudes.

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Una asignatura pendiente

Cuando en los medios de comunicación aparecen regularmente los índices de popularidad de los líderes políticos de nuestro país no deja uno de sorprenderse. Lo habitual en este tipo de sondeos, que el Centro de Investigaciones Sociológicas publica periódicamente en forma de barómetro de opinión, es que los políticos que encabezan los principales partidos obtengan calificaciones muy bajas, casi siempre por debajo del aprobado. Tal acumulación de cates y su no recuperación, por lo visto, en convocatorias sucesivas –anda uno en el mundo de la educación– da que pensar. ¿Es posible acaso que entre los miles de militantes de los partidos no haya ninguno que pueda ganarse el respeto no ya del adversario político, sino de sus propios simpatizantes, incluso votantes, que también opinan en estas encuestas? Aunque para ello es necesario, ciertamente, que los mejor preparados puedan acceder a los puestos de responsabilidad, no es menos cierto que existe un sintomático abismo entre lo que la mayoría de los responsables políticos hacen –me niego a arrojar la venerable política al pozo de las intrigas y los intereses cruzados– y lo que perciben los ciudadanos como resultado de sus acciones.

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Programadores

En contra de lo que algunos parecen postular, la cultura no es esa especie de cajón de sastre en la que todo tiene cabida. Aunque es cierto que nuestra sed de conocimiento no debería tener límites, una adecuada planificación de los objetivos, procedimientos y resultados de cualquier programación cultural es fundamental para que ésta cumpla el importantísimo cometido social al que está llamada. La oferta cultural, como la educativa, debe ser fiel por ello a unos principios de objetividad, rigor y continuidad en el tiempo que permitan consolidar, en el largo proceso de formación de públicos –especialmente del más joven–, unos estándares definidos y reconocibles. De otro modo los mecenas, públicos pero también privados, se cuestionarán su cada día más necesaria aportación a este ámbito, y el respetable se verá abocado con toda probabilidad al desconcierto.

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Lección vienesa

Al atardecer del 6 de diciembre de 1791 el coche de caballos con los restos mortales de Wolfgang Amadeus Mozart cruzaba las puertas del cementerio vienés de St. Marx. Cuenta la tradición que los escasos alumnos y amigos que acompañaban al genio salzburgués, tras el funeral oficiado en la catedral de San Esteban, no pudieron seguir el ritmo del carruaje hasta las afueras de la ciudad, y que cuando por fin llegaron al cementerio el cuerpo del compositor había recibido ya sepultura en una tumba comunitaria. Se perdía de este modo para siempre el rastro del más grande creador musical, quizás el mayor genio de la historia de la humanidad. Hoy día un sencillo memorial recuerda el tesoro que encierra, en algún lugar de sus sagradas entrañas, el pequeño camposanto. A la sombra de un viaducto, rodeado de concesionarios de automóviles y modernas oficinas, el tiempo parece haberse detenido aquí a la hora precisa en la que la tierra abrazó el cuerpo sin vida de quien la dedicó enteramente a la música. Un poco más allá los restos de Beethoven, Schubert y Brahms reposan, esta vez perfectamente identificados, en el Zentralfriedhof de la capital austriaca.

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Un largo Segundo

El primer disco que tuve fue un obsequio por mi participación en un pequeño concurso organizado por una ya desaparecida marca de pianos. Junto a la obertura de Coriolano de Beethoven, y alguna otra pieza que no alcanzo a recordar, contenía el disco aquel el Segundo Concierto para Piano y Orquesta de Sergei Rachmaninoff. Recuerdo la fascinación que sentí al escuchar por primera vez, mientras contemplaba el violáceo paisaje crepuscular que ilustraba la carátula del disco, aquella poderosa música. Comenzaba entonces a despertarse en mí, tras cuatro años de estudios musicales, una inclinación cada vez más profunda por tratar de acometer las maravillas que siseaban vinilos como aquel. No podía dejar de reproducirlo una y otra vez –La flauta mágica de Mozart y el Tristán wagneriano fueron otras de mis obsesiones posteriores– mientras trataba de recorrer ilusionado el camino que podría, quizás, conducirme hasta allí. Tenía entonces doce años.

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Violas

Es costumbre extendida entre los músicos contar chistes de violas. Se basan todos ellos en el habitual papel que este instrumento desempeña dentro de la familia orquestal de cuerda, no tan expuesto como el de los violines –situados habitualmente a la vanguardia melódica– ni tan contundente como el de los violoncelos, sustento de la base armónica. Y con permiso, claro está, de los contrabajos, también blanco frecuente de la chanza orquestal por su tamaño. Simpáticas anécdotas y sucedidos que, tamizados por el cordial sentido del humor de la plantilla orquestal, dan cuenta de las desventuras que supuestamente acompañan a estos sufridos instrumentistas en su desempeño. No se corten: una sencilla búsqueda en internet puede hacerles pasar un buen rato.

Tal costumbre nace sin embargo, como no puede ser de otro modo, de una profunda admiración por el papel del actor secundario. O de reparto, que dirían los cineastas. Todo el que ha tenido que ejercer alguna vez el liderazgo de un colectivo sabe bien que el éxito del conjunto –y para el que lo desee, o lo necesite, también el propio– solo es posible gracias al mérito de su equipo.

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Abulense, no abúlico

En mi deambular por la prensa diaria suelo toparme a veces –especialmente en los medios digitales, parapeto del francotirador anónimo– con comentarios sorprendentes. Por una parte porque traslucen un importante desconocimiento, en el mejor de los casos, de la complejidad social y económica en la que vivimos. Por otra, porque aportan bien poco a su crecimiento y desarrollo, y buscan tan solo la confrontación, la trifulca y la bronca. Ello resulta especialmente llamativo en el caso de la política local, en el que las ideologías no tienen tanto peso en la práctica como la capacidad de gestión, el acierto en las decisiones y la responsabilidad en los actos.

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Epifanías

La mayoría de las celebraciones religiosas encierra con frecuencia un significado mucho más profundo del que, para las personas ajenas a su creencia –y con más motivo incluso en el caso de los fieles a ella–, una perspectiva más simplista puede ofrecer. De hecho, la mayoría de las fiestas de la tradición católica nacen de celebraciones paganas anteriores, de las que se nutren también –siempre es más lo que nos une que lo que nos separa– otras religiones. Ello no les resta, sin embargo, un ápice de su valor. Más bien al contrario enriquece su significado y aporta, sea uno creyente o no, un sentido a muchos de los días que de otro modo corren el riesgo de quedar reducidos a un simple número marcado en rojo en el calendario.

Tal es el caso de la Epifanía, celebración que, aunque parece haberse convertido hoy en un repentino brote consumista colectivo –el día de los regalos de Reyes–, hunde sus raíces en una tradición anterior incluso a la de la Navidad con la que se vincula y de la que, por cierto, también pueden extraerse otras valiosas interpretaciones. Epifanía, del griego epipháneia, significa manifestación, revelación, aparición. En el contexto de la liturgia católica viene a significar la manifestación del dios hecho hombre a los reinos de la tierra, representados aquí por los tres reyes magos que llevan sus ofrendas al recién nacido.

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Lápiz y papel

A lo largo de esta semana los medios de comunicación locales, regionales y nacionales se han esforzado en dar cumplida cuenta del éxito obtenido por nuestra comunidad autónoma en el informe PISA de educación correspondiente a 2015, y que nos coloca a la cabeza del país por encima de Madrid o Navarra, e incluso de otras naciones tradicionalmente asociadas a modelos educativos de éxito como Alemania o los Países Bajos. Independientemente del acierto en el procedimiento de obtención de estos datos, y más allá de las cifras absolutas que arroja –sin duda positivas y por las que tanto alumnos, como padres y profesores debemos felicitarnos– es interesante leer entre líneas para extraer algunas pistas que nos permitan seguir mejorando en la trascendente tarea educativa.

Un aspecto destacado de este informe es que las diferencias entre algunas comunidades autónomas continúan incrementándose. Así, los resultados de Canarias, Andalucía o Murcia no parecen mover al optimismo. La transferencia de las competencias educativas desde el gobierno central es lo que tiene: de sus respectivas políticas y capacidad de gestión dependerá en gran medida el éxito académico de sus jóvenes. Es labor del Estado sin embargo no dejar al fin a cada uno a su suerte y en este caso, como en tantos otros, siempre será mejor elevar la media del conjunto ayudando a los rezagados que aflojar el ritmo, algo que no por evidente suele ser siempre costumbre política. De otro modo, en base al principio de solidaridad interterritorial –conviene recordarlo– el éxito de unos pocos será tan solo la guinda del fracaso de todos.

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A escena

El fin último de toda interpretación musical es el de ser compartida. Para ello fue concebida por el compositor, y a ello dedica el intérprete la mitad de su existencia. La puesta en escena del trabajo realizado con el instrumento o la voz forma parte de la formación musical desde los niveles más tempranos. Tan pronto como una pieza es aprehendida –con h– por el intérprete, sea ésta un diminuto estudio infantil o una monumental ópera, el siguiente paso es presentarla ante el público. De otro modo carecería de sentido.

Todo es diferente en el escenario. En primer lugar están los nervios lógicos de cualquier actuación ante el público, y que no necesariamente son directamente proporcionales al número de espectadores. Que se lo digan a los jóvenes que a diario se miden en todo el mundo para formar parte de la plantilla de una orquesta ante un reducido tribunal, o aún peor, frente al implacable oído de una grabadora. Este atávico miedo escénico, más acentuado en unas personas que en otras, se reduce drásticamente con la seguridad fruto del estudio, y con una comprensión profunda del sentido musical de la pieza.

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La ruleta rusa

El pasado mes de junio la mayoría de los ciudadanos de Reino Unido decidían democráticamente poner fin a más de cuarenta años de pertenencia a la Unión Europea. El pueblo colombiano denegaba su apoyo a primeros de octubre, democráticamente también, al proceso de negociación entre su gobierno y la guerrilla de las FARC para cerrar un conflicto que lleva desangrando el país más de cincuenta años. Esta semana, ante el asombro de medio mundo y la incredulidad de los más reputados analistas, el pueblo norteamericano hacía a Donald Trump presidente de la más longeva democracia de la historia moderna. No es este –aunque pueda parecerlo– el apocalipsis predicho por los oráculos. Afortunadamente no tenemos referencias al respecto en documento precolombino alguno. Pero tal sucesión de acontecimientos bien puede servirnos para tratar al menos de eludir la humana costumbre de tropezar más de una vez con la misma piedra.

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Relecturas

Heinrich Neuhaus, maestro de maestros, pianista y pedagogo soviético fallecido en 1964, utiliza el siguiente símil en su celebrado libro El arte del piano para explicar la importancia de un buen método de trabajo. Dice Neuhaus que el estudio de una obra musical se asemeja a la elaboración de un guiso del cual nos dejan al cargo. Regularmente convendrá comprobar que el fuego que da calor a la olla está encendido y cumpliendo su ígneo cometido. Si por el contrario dejamos la llama desatendida y ésta se apaga, a nuestro regreso tendremos que volver a encenderla, y seguir esperando. Sólo la observancia permanente de la lumbre y el tiempo obrarán el milagro de la cocción, obtendremos nosotros nuestro sustento y no habremos perdido el día.

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Rupturas

Esta semana el teniente de alcalde de Badalona procedía a la solemne destrucción, frente a las cámaras de televisión, del auto judicial que obligaba a su consistorio a respetar la jornada festiva del doce de octubre. Con la misma arrogancia que el gordo Buck Mulligan al inicio del Ulises de Joyce –Introibo ad altare Dei–, fraccionaba orgulloso el documento consagrado en sede judicial. Su mirada traslucía en el rito la ira de quien, acabados los argumentos, transita impúdicamente del marco democrático, que le puso donde está, al discurso falaz de la Ley soy yo. La flagrante contradicción en la que incurren este tipo de individuos es evidente y no debería dejarnos impasibles.

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Demasiadas Desdémonas

Me he abonado al Real. Es lo que tiene el principio de curso. Mientras a algunos les da por apuntarse al gimnasio y a otros por comenzar un coleccionable de maquetas yo me he regalado, por mi cuadragésimo aniversario, un calendario. Uno que tiene algunas de sus fechas señaladas en rojo. La atractiva campaña publicitaria lanzada por el Teatro Real con motivo de los 200 años de su fundación y lo ajustado de sus precios –producciones de semejante nivel artístico tienen un valor, no nos engañemos– han tenido mucho que ver en mi estival acto de incontinencia pecuniaria. Pero bendita adquisición la que me ha permitido disfrutar, esta misma semana, de la primera de las funciones que me están reservadas: Otello, de Verdi. Casi nada!

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Entrevista en «No es un día cualquiera» de RNE

El programa de Pepa Fernández del día 28 de septiembre de 2016 dedicó un espacio a hablar del Festival Internacional de Música Abvlensis y de algunos de los proyectos que desarrollamos en el Centro de Estudios Tomás Luis de Victoria. Con la intervención en directo de Alterum Cor de Valladolid, dirigido por Valentín Benavides.

Veraneo

Llegadas estas fechas somos muchos los que tenemos por costumbre pasar algunos días cerca del mar en compañía de buenos amigos y lejos de una rutina que, si no se ve interrumpida con la periodicidad necesaria, puede arrastrarnos irremediablemente al tedio de la inoperancia. Porque es en estos momentos de placidez extrema cuando los sutiles mecanismos de la mente humana suelen dar a luz algunos de sus más valiosos proyectos, ambrosía madurada al sol de la tranquilidad estival.

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El arte de saber ceder

Como parte quizás de la humana inclinación por encontrar la paja en el ojo ajeno antes que la viga en el propio, cuando escuchamos aquello de la regeneración de la política tendemos a considerarlo tarea de otros, obviando que la política no es otra cosa que el fiel reflejo de la sociedad. Por eso más que de regeneración convendría hablar, en mi opinión, de normalización, y no de los políticos, sino realmente de esa política de la que todos somos partícipes, por activa o por pasiva.

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Ruido de sables

De niño acostumbraba jugar con mi hermano a un juego de estrategia militar en el que, ignorando la disposición sobre el tablero de las tropas del adversario, debía uno alcanzar su bandera. Las partidas solían ser largas y, aunque no estaba yo especialmente ducho en el juego de mesa aquel –desconozco si existe aún–, en las contadas ocasiones en las que me aproximaba a la victoria solía mi hermano descuidarse y golpear accidentalmente el tablero, echando a perder el final de la partida. Chiquilladas.

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Cantos de sirena

A una semana de las elecciones generales arrecian los mensajes de los principales partidos que concurren a la cita electoral. Como parte de su estrategia para llegar al electorado, propio y ajeno, y para obtener unos restos que, a todas luces, jugarán un papel fundamental en el reparto de escaños más complejo de la democracia, cada candidatura elabora con esmero sus misivas. Saben perfectamente cuales son sus caladeros. A ellos se dirigen con un discurso que, en algunos casos, busca tan solo regalar los oídos a ciudadanos legítimamente cabreados por las estrecheces acaecidas durante la más profunda crisis de la historia reciente de nuestro país, y que ven en la cita electoral la ocasión de depositar en la urna buena parte de esa impotencia que a veces a todos nos alcanza.

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El grano de la paja

El pasado miércoles tuve ocasión de asistir al acto de inauguración de la Escuela de Verano de la Universidad Católica de Ávila. El evento estuvo presidido por el Ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación en funciones, José Manuel García-Margallo, quien disertó sobre los populismos en el siglo XXI, tema central del encuentro que se desarrolló durante las jornadas del miércoles y del jueves en el Palacio de Congresos y Exposiciones Lienzo Norte de la capital.

Independientemente de la opinión que cada uno de nosotros tenga sobre un tema tan actual como éste, lo más relevante del acto no fue la amplia presencia de personalidades del ámbito político, periodístico y académico, sino la gran capacidad de síntesis, el poderoso argumentario y la eficaz oratoria del señor García-Margallo. Pocas veces tiene uno ocasión de escuchar en directo a una personalidad con el recorrido profesional, humano y político del actual responsable de la diplomacia exterior del país. En su exposición realizó un completo análisis del devenir histórico del siglo XX europeo –sin olvidarse de las conexiones con el resto de países del arco mediterráneo, Norteamérica y Asia, sin los que sería imposible comprender el actual panorama de globalización económica–, ofreciendo a los presentes una privilegiada visión solo al alcance de unos pocos, una amplia perspectiva imprescindible para reflexionar antes de la toma de cualquier decisión política que aspire a ser acertada.

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En corto

Avilacine es uno de esos felices acontecimientos que marcan la diferencia entre lo vulgar y lo bien acabado. Un acertado producto, a medio camino entre lo lúdico y lo cultural, diseñado para el público, y no para mayor gloria del artista o promotor. Una propuesta sincera que, disfrazada de concurso, ha abarrotado de emociones las postreras horas de nuestra jornada y de certezas la Sala de Cámara de Lienzo Norte. Hay talento, creatividad, valor y futuro en el cine, como lo hay en tantos otros ámbitos del país. Hay motivos para el optimismo.

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Complejos léxicos

La vigesimotercera edición del Diccionario de la Lengua Española, publicada por la Real Academia en Octubre de 2014, contiene en torno a 200.000 acepciones recogidas a lo largo de sus más de 2.400 páginas. Grandes números los de la lengua castellana que, sin embargo, no siempre parecen ser suficientes. La lengua es el ámbito comunicativo en el que se expresan los habitantes de un mismo contexto físico. Incluso de un mismo territorio afectivo, como justamente reclamarán los devotos de la versión original. De ahí que en todas las lenguas la variedad de vocablos haya crecido exponencialmente a lo largo de los siglos.

Los efectos de la moderna globalización sin embargo no han hecho siempre de la necesidad virtud a este respecto. Tendemos con creciente frecuencia a utilizar palabras ajenas a nuestro idioma para identificar conceptos que disfrutan de su sinónimo en castellano, perdiendo por el camino en la mayor parte de los casos su rica carga semántica asociada. El mail, por ejemplo, llegó hace ya algunos años a nuestra bandeja de entrada y en su inmediatez se llevó por delante el correo que, aunque no electrónico, constituye para mayor gloria del gremio de carteros un mundo en sí mismo.

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La necesidad de poder

La soberanía nacional reside en el pueblo español. Así reza el primer artículo de nuestra Constitución para continuar afirmando que de esa soberanía emanan los poderes del Estado. La redacción de este primer enunciado de nuestra Carta Magna no obedece ni a la casualidad ni a la improvisación, sino que se erige en piedra angular de todo su posterior desarrollo. Sus autores se cuidaron aquí de diferenciar soberanía y poder: la una reside en el pueblo, el otro no. De esta dialéctica constitucional nace el sistema de representación en el cual los poderes del Estado –Legislativo, Ejecutivo y Judicial– pasan a manos de representantes, cargos electos o servidores públicos de carrera.

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Los dineros de la educación

El pasado viernes la Birmingham School’s Symphony Orchestra ofreció un magnífico concierto en el auditorio del Conservatorio Profesional de Música «Tomás Luis de Victoria» de Ávila interpretando, ante un entusiasta público de todas las edades, y con la complicidad de la orquesta del centro anfitrión, música de Humperdink, Weber y Rachmaninoff. Ochenta y cuatro músicos de entre 14 y 18 años que, de gira por España, recalaron en nuestra ciudad gracias a los contactos que el conservatorio de la capital mantiene con diferentes entidades e instituciones internacionales. En el programa de mano que se entregó al público los responsables de la orquesta explicaban que este tipo de giras buscan proporcionar la experiencia musical más auténtica para los más de 35.000 niños de unas 400 escuelas musicales de Birmingham, integrados en 70 conjuntos musicales, que abarca este proyecto orquestal. Y daban como muestra de las dimensiones del mismo –sin rubor, porque hablar de dinero, depende en qué casos, no es descortesía, sino más bien honroso argumento– la cifra de 90.000 euros en concepto de costes de su actual gira internacional.

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Ni un minuto de más

Sobrecogidos aún por los recientes atentados de Bruselas, y tras las abundantes reacciones de condena al terrorismo y de apoyo a las víctimas a las que todos nos hemos adherido, quizás pueda resultarnos útil reflexionar hoy con algo más de calma para extraer algunas conclusiones que puedan ayudarnos a cerrar heridas y a arrojar algo de luz en el tortuoso camino hacia la erradicación de conductas tan execrables como incomprensibles a los ojos del occidental medio. Este análisis nos llevaría casi con total seguridad a transitar, como casi siempre, por la senda de la recuperación del humanismo como eje vertebrador de una sociedad desarrollada, sobre el ansia de poder y los objetivos económicos que al fin y a la postre subyacen también en el terrorismo. Sólo desde el aprecio a la persona se puede valorar la vida: la propia y la ajena.

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Electorado y cambio

Henos aquí casi tres meses después con un gobierno en funciones tras varios intentos fallidos de investidura. El inédito período constitucional en el que hoy nos encontramos puede servirnos precisamente para analizar los procedimientos que nos han llevado hasta él con la esperanza de que, aprendiendo del pasado, podamos encontrar el norte en estos mares inciertos. Porque parece claro que con tanta línea roja, tanto desencuentro más o menos forzado entre los líderes de los diferentes partidos, y tan encendidos llamamientos al respeto al electorado, la nave no tiene visos de enderezarse. Quizás sea este un buen momento para mirar atrás ante una cada día más probable repetición de elecciones, o simplemente como reflexión ante próximas convocatorias, con el fin de encontrar algunas claves que nos permitan no volver a tropezar dos veces con la misma piedra.

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El lastre del miedo

Que la corrupción está empañando el proceso de constitución del nuevo gobierno es evidente, aunque no lo es tanto que lo está haciendo en varios sentidos y con efectos dispares. Las hemerotecas demuestran que son pocos – por no decir ninguno – los que a este respecto están libres de pecado para andar tirando la primera piedra. Pobre argumento pues será este para tomar decisiones con la altura de miras y el sentido de Estado que la situación requiere. Muy posiblemente además estos pocos aun inmaculados pasarían a engrosar la lista de los impuros con algo de tiempo y unos cuantos millones de euros bajo su brazo gestor. Simplemente porque la corruptibilidad es una dolencia que aqueja a la especie humana, mal que nos pese, desde que se nos atragantó el fruto prohibido. El resto es tan solo probabilidad. Conviene por ello recordar que son las personas, y no los partidos o las instituciones – respetables entidades en la mayor parte de los casos – por ellas integradas, las que se corrompen. Y que son muchas más las que no lo hacen. Otra cosa bien distinta es que las democracias maduras deban disponer de mecanismos para atajar esta corrupción, preferentemente en origen, mediante la educación en el respeto y la información acerca de sus perversos efectos, o extirparla de raíz de forma rápida, efectiva y modélica, si el fraude está ya consumado. Siendo optimistas, los numerosos escándalos que estos últimos meses están siendo destapados dentro y fuera de la vida política pueden ser indicio de que esto último se está haciendo, al menos en parte.

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La palabra

Hubo un tiempo en que la palabra lo era todo. El origen de todo, el logos del Génesis. Era el tiempo en que un apretón de manos constituía la rúbrica de un compromiso inquebrantable, un gesto que durante siglos sirvió para mostrar que se iba desarmado y que, por tanto, nada malo podía esperarse del contrario. Para dotar de validez a un acuerdo ni siquiera el rito manual era necesario: cuando el convenio verbal era tenido por válido entre ambas partes ninguna otra orden o decreto podían alterarlo posteriormente sin un nuevo pacto. Se daba la palabra y eso bastaba.

La palabra de un hombre lo acompañaba toda su vida dignificando sus acciones, acrecentando su valía, y garantizando entre sus semejantes la perdurabilidad de las alianzas sobre las que construir el futuro. Sin embargo la misma palabra que, estampada en legajos y documentos, dio paso a la Historia comenzó a perder quizás desde ese preciso instante su hasta entonces incuestionable valor. Había comenzado el declive de la palabra dada en favor de la escrita. El papel poco a poco inundó todo. Nacieron los impresos, los formularios y las instancias. Proliferaron actas, escrituras y poderes. Se impusieron la firma, el cuño y la compulsa. El folio se convirtió en el supuesto garante de la honestidad propia.

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Por arte de magia

Hoy celebramos la festividad de San Juan Bosco. Don Bosco, como comúnmente se le conoce, debido quizás a su relevante faceta como educador de jóvenes en la Italia de mediados del siglo XIX. Este sacerdote y escritor es sin embargo menos conocido por ser el patrón, entre otros, de magos e ilusionistas. Parece ser que las mismas dotes de observación y el talento pedagógico que mostró para llegar a los jóvenes le sirvió también para sorprender a propios y extraños con su talento prestidigitador. Esta tarde un buen grupo de magos celebrarán a su patrón en el Auditorio de San Francisco en una gala que no deben perderse.

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Dar la nota

El pasado miércoles, emanadas de las elecciones del 20 de Diciembre, se constituyeron las Cámaras correspondientes a la undécima legislatura. Sus señorías juraron o prometieron – fueron varios los que evitaron ambas fórmulas, enunciando en el mejor de los casos, y recitando en el peor, aprendidas florituras léxicas y originales hipérbatos – sus cargos en un acto que tuvo en muchos momentos más tintes de show televisivo que de solemne evento institucional. Bien es cierto que parte de la responsabilidad de que esto sea así recae precisamente en los medios de comunicación, que a veces centran el foco más en las formas que en el fondo. Conscientes de ello, algunos aprovecharon la ocasión para hacer lo que mejor saben, que es dar la nota, en un flagrante ejemplo de intrusismo laboral pues para eso ya estamos los músicos. Aunque, a diferencia de aquéllos en nuestro caso es lo que se espera de nosotros.

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Mayorías

Hoy sabremos por fin – siempre y cuando no se alineen los astros y la moneda vuelva otra vez por caprichos de la estadística a caer de canto – si los catalanes se merecen un gobierno estable o si por el contrario tendrán que poner fin al sainete en el que se han visto envueltos acudiendo de nuevo a votar. Incluso aunque ello pudiese implicar que se habrían equivocado en primera ronda al tener que cumplir de nuevo con un deber supuestamente mal ejercido o incorrectamente ejecutado. Al final va a ser que algunos no saben votar. Ya se sabe que es importante estar políticamente informado. Como cuando le comenté a un amigo que necesitaba una mesa de centro y me recomendó adquirir mejor una de centro derecha.

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La ñapa

Una ñapa (del quechua yapa ‘ayuda, aumento’) es en América latina una añadidura. Por extensión también lo es en España, aunque con un matiz más de ‘apaño’ o ‘arreglo temporal’. Esta caducidad intrínseca a la ñapa tiende sin embargo a perderse, como suele ocurrir también en la propia evolución etimológica, perpetuándose en el tiempo, bien porque algunos consideran que si alguien se tomó la molestia de colocarla allí por algo sería, bien porque nos hemos acostumbrado a convivir con ella. Pero ñapa nació y ñapa se queda.

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Niños a la parrilla

No soy un consumidor habitual de televisión, lo confieso. Suelo optar por elegir entre la amplia oferta de internet, donde la carta de vídeos, audios, blogs, podcasts, y bitácoras de todo tipo le permiten a uno paladear sin dilación contenidos de su interés en cualquier lugar y a cualquier hora.

Sin embargo, deambulando por el dial, me encuentro a veces con productos televisivos que no dejan de sorprenderme. Hace unos días, me topé en el principal canal público, a eso de las doce menos veinte de la noche, con un grupo de niños montando claras de huevo. Su forma de expresarse denotaba cierta llamativa incoherencia con la edad que aparentaban. Me vi así en la obligación de volver a mirar la hora: sí, las doce menos veinte. Allí estaban aquellos niños, campando por la parrilla televisiva a horas intempestivas, disfrazados de cocineros y corriendo entre los pucheros, mientras se reprendían unos a otros por algún motivo que no alcancé a comprender del todo.

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Gracias, maestro

Amigo, maestro, hermano, en Antonio Bernaldo de Quirós somos muchos los que hemos encontrado una referencia. Generaciones de músicos nos hemos adentrado en los misterios de la armonía, del solfeo, de la música, del arte en definitiva, de su mano. Su personalidad, tan exigente como generosa, su discreción, su agudo ingenio, eran sus rasgos. El trabajo, el respeto y la amplitud de miras sus enseñas. De su empeño, junto al de otros buenos amantes de la música, nació el Conservatorio de Ávila, en el que hoy estudian casi cuatrocientos muchachos, herederos del magisterio de una persona de un talento tan solo comparable a su profunda humanidad.

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Android, el infierno en la tierra

Para el que tenga tiempo y le apetezca leerlo, porque es extenso, contaré aquí mi periplo de hoy por los designios de Android.

Con el fin de probar una aplicación en este sistema operativo, tan abierto y accesible él, decidí tomar prestado un Samsung que había en un cajón de casa de mis padres. Tras arrancarlo, compruebo que está bloqueado porque parece que alguien introdujo la contraseña de acceso equivocada demasiadas veces. Búsqueda en Google y un par de llamadas de teléfono mediante me permiten conocer como restaurar el aparato a estado de fábrica. Unos quince minutos después tengo ya el terminal como nuevo. Ay! infeliz…

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…Como a estancado

Desde hace unos días los ciudadanos de Barcelona se miran una y otra vez la suela del zapato. Resulta que el pasado miércoles apareció un tufillo un tanto pestilente que ha inundado la ciudad y del que nadie parece conocer el origen. La noticia saltaba a los medios de comunicación el pasado jueves dejando perplejo a más de uno, no tanto por la incierta procedencia del hedor aquél, como por el simple hecho de que formase parte del prime time en los medios nacionales. Algunos núcleos rurales coparían las portadas de los diarios si no fuese porque el componente oloroso lleva ya mucho tiempo formando parte de su paisaje. Seguramente algunos de estos inquietos ciudadanos barceloneses destinan tiempo y dinero a un turismo rural que les permite disfrutar algún que otro fin de semana de las sutiles exhalaciones de campos, ganados y tierras de cultivo. Pero esto de tenerlo a domicilio parece por lo visto ser cosa inquietante.

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Neutralidad en la red

Durante las últimas semanas hemos visto como en determinados medios de comunicación se reabría el debate de la neutralidad en la red. A finales del pasado mes de Octubre el Parlamento Europeo votaba en contra de esta neutralidad, a la vez que aprobaba curiosamente la próxima eliminación del roaming –las abusivas tasas en telecomunicaciones móviles entre países de la Unión–, aunque con mucho menos bombo y platillo. Una de cal y otra de arena, parece ser, para tener a todos contentos. El concepto de neutralidad en la red hace referencia a la capacidad que pueden tener los prestadores del servicio de internet para modular, filtrar o controlar de algún modo el tráfico que circula por sus redes de datos. Es decir, el que una determinada compañía de telecomunicaciones estime por motivos de mercado, u otros que pueda argumentar con más o menos éxito, incentivar o restringir determinados contenidos al usuario que contrata sus servicios.

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La lección

Como cada semana, el alumno llega puntualmente al aula. Tras colgar descuidadamente el abrigo en la percha del fondo se dirige con paso firme al piano de cola con la partitura entre las manos para presentar en clase el punto en el que se encuentra la sonata de Franz Joseph Haydn en la que hemos estado trabajando durante las últimas semanas. Ajusta cuidadosamente la altura de la banqueta y escudriña brevemente la partitura en el atril. Se trata del primer movimiento de una sonata, un Allegro Moderato en Si bemol mayor que, a pesar de no aparentar una excesiva dificultad técnica a los ojos de muchos – los grandes maestros son así –, requiere sin embargo de grandes dosis de paciencia, constancia y disciplina para conseguir arrancar del papel las caprichosas sutilezas rítmicas, melódicas y armónicas de la composición.

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El atasco

Semana de atascos esta que termina. No me refiero a los culinarios, que se vislumbran ya en lontananza a juzgar por los primeros indicios navideños que se barruntan en los medios de comunicación – reserve hoy, disfrute en nochebuena, pague cuando pueda –. Sino a los de los otros medios, los de transporte. A principios de semana medio Madrid se veía obligado a contemplar contra su voluntad las sutiles modulaciones cromáticas del paisaje capitalino desde la ventanilla de su vehículo ante el monumental atasco propiciado por, según unos, una impredecible acumulación de averías en la coronaria M-30, y según otros, la ineficiencia del gobierno local. Bueno, eso y que llovió un poquito. Porque de todos es sabido que la lluvia en Madrid tiene consecuencias apocalípticas, no como en Sevilla donde, como suele decirse, es una maravilla.

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Saber entender

Esta semana se hacía público un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en el que se señalaba, entre otras cosas, que existen en nuestro país diez millones de adultos con un bajo nivel de rendimiento en comprensión lectora o matemáticas. Sin restarle importancia al asunto de las matemáticas – no estaría de más que entre tantas asignaturas contenidas en los currículos de nuestros alumnos alguien encontrara un hueco para enseñarles matemática aplicada, a hacer la declaración de la renta o a descifrar el recibo de la luz, por ejemplo – lo de la comprensión lectora tiene miga. Una cosa es saber leer y otra bien distinta saber entender. Basta tomar un periódico cualquiera y hacer la prueba pidiendo a varias personas que lean una misma noticia y después expliquen qué es lo que han leído. Seguramente cada uno de ellos diga una cosa distinta. En el caso de noticias con impactantes imágenes, o particularmente en el de los contenidos audiovisuales y televisivos, el margen de disparidad en la comprensión del fondo del mensaje puede ser aún mayor. Los lectores/espectadores creerán obtener posiblemente más indicios de la propia imagen que del texto o la locución que le acompaña. Una imagen puede valer más que mil palabras, pero si descartamos la comprensión de éstas el comunicador inexperto en el mejor de los casos, y el avispado propagandista en el peor, nos la puede colar.

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Derechos y deberes

Cuando se pone a buscar definiciones del concepto de derecho se encuentra uno – como casi siempre que se indaga en una cuestión más allá del mero conocimiento parcial del tema – con la grata sorpresa de la riqueza del término. Hay un derecho objetivo, que todos convenimos en definir como el conjunto de leyes y normas por el que nos regimos en sociedad. Y existe también un derecho subjetivo, que habilita a cada uno de los ciudadanos para defender la legitimidad de sus propios principios. Aunque la inmensa mayoría de nosotros no somos juristas no se nos escapa que quizás esta complejidad del concepto ha devenido con el tiempo en la merma de su auténtico significado. Actualmente tendemos a erigirnos en airados acreedores de derechos, olvidando con frecuencia que los derechos de unos terminan donde empiezan los de los otros. Así, de la necesidad de mutuo entendimiento, nace la Némesis – diosa de la solidaridad y del equilibro en la mitología griega – del derecho: el deber. De éste se habla mucho menos, ya sea porque nuestros jueces estudian precisamente Derecho, porque para el legislador resulta más amable obsequiar derechos que demandar obligaciones, o simplemente porque el ejercicio de nuestros derechos implica habitualmente la acción de otros mientras que el de nuestros deberes implica la propia, y eso da mucho más trabajo.

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El tono

Cualquier buen comunicador sabe que tan importante como el mensaje es el tono. Mientras en la música el tono determina el carácter, el color, la esencia misma de la idea que se pretende transmitir – el do menor de la marcha fúnebre de la tercera sinfonía de Beethoven y el la mayor de la séptima son ejemplos de caracteres opuestos –, en el lenguaje verbal éste viene determinado por las palabras que utilizamos. El castellano es ciertamente un idioma rico en sinónimos. Pero los equivalentes absolutos no existen y dos palabras, por similar significado que encierren, contienen siempre matices distintos que justifican su propia coexistencia. El mismo motivo por el que en música no está todo escrito en do mayor y en la menor. ¿Qué sería de los lienzos de Tiziano sin esos intensos tonos de rojo y azul que dotan a sus personajes de una fuerza que las solas formas no serían capaces de alcanzar? También lo que los fisiólogos llaman tono muscular determina nuestra capacidad para movernos, para responder rápidamente a los estímulos y para realizar acciones concretas de un modo efectivo.

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This is TV

Quizás, en la reposada quietud de la noche del domingo, tras los fastos semanasanteros y las soleadas tardes primaverales que hemos disfrutado estos días pasados, dedique usted una parte de su tiempo a ver la televisión. Si es así puede que tenga la fortuna de toparse en el dial de su aparato con uno de los programas que a mi juicio está marcando la pauta de lo que debería ser la televisión pública. La 2, ese reducto que aún nos queda para refugiarnos de grandes hermanos y concursos tan sórdidos como absurdos, nos brinda cada domingo a eso de las once de la noche un regalo para los sentidos: el programa This is opera, en el que en poco menos de una hora el barítono Ramón Gener nos acompaña en un ameno recorrido por algunas de las más importantes óperas del repertorio. De momento ya hemos paseado por las calles de París para reecontrarnos con La Bohéme de Puccini y hemos buceado de su mano en los enigmas que encierra la magistral Turandot. También hemos descubierto la pasión y el drama de Carmen de Bizet, y hemos pasado de la sonrisa a la carcajada con El barbero de Sevilla de Rossini.

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Cultura de calidad

La calidad está de moda. O mejor dicho, está de moda hablar de calidad. Contamos, por ejemplo, con una Ley de Calidad de la enseñanza, que se supone viene a cubrir las debilidades de normativas anteriores. Encontramos también reiteradas menciones en los medios de comunicación a la calidad de tal o cual actuación musical, publicación, exposición o proyección. Pero esta pertinaz insistencia en dotar de tal cualidad al sustantivo al que acompaña da a veces que pensar. En el caso de la educación, por ejemplo, la calidad, como el valor en el ruedo, se presupone. De hecho, no debería ser un fin en sí mismo, sino un vehículo para la obtención de resultados mucho más ambiciosos y valiosos, como son la formación humana de los alumnos, o su capacidad de juicio. En el caso de la cultura y del arte, los fines estéticos y humanísticos que se persiguen son alcanzables sólo si la calidad del producto artístico o cultural es suficiente. Podría incluso cuestionarse si la cultura o el arte de deficiente calidad son tales, ya que si las herramientas — tal es el artista, en el fondo— utilizadas para transmitir las emociones, los conceptos estéticos, y la propia filosofía que subyace en el arte y que lo dota de contenido no son las adecuadas, la dialéctica cultural y artística desaparecen.

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Tacet

Una de las experiencias a las que procuro someter a mis amigos y conocidos que visitan la ciudad es invitarles a situarse en el centro del Mercado Grande entrada la noche, preferiblemente en invierno, para escuchar el silencio. Un silencio que se corta con cuchillo, de puro denso. Ni el motor de un coche lejano, ni los pasos regulares de algún trasnochador, ni siquiera el sutil aleteo de ave nocturna alguna: tan solo el leve tic-tac del reloj bajo los soportales de la plaza. La experiencia – si no la han vivido aún se la recomiendo fervientemente, al tiempo que sugiero su inclusión en las guías turísticas, ya que acontece gratis casi todos los días del año- es sobrecogedora y ofrece otra visión del patrimonio inmaterial de la ciudad.

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Sede electrónica

Curioso como es uno de nacimiento, me apasiona conocer y experimentar en mis propias carnes buena parte de la amplia oferta tecnológica que cada día nos sorprende con sus nuevas posibilidades. Me seducen las infinitas opciones que nos brinda ese mundillo casi tanto como lo hace una buena sinfonía, qué le vamos a hacer. Aunque si nadie nos enseña a utilizar estas modernas herramientas, nos empeñamos en hacer un mal uso de ellas, o peor aún, nos son impuestas sin asegurar las necesarias garantías de buen funcionamiento o facilidad de uso, la cosa pasa de lo útil a lo desesperante en menos que pone uno un tweet.

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…Con el sudor de tu frente

Hace unos días, en uno de esos programas de televisión en los que los reporteros se lanzan, cámara en ristre, a mostrarnos la excepcional normalidad de nuestro vecindario, la afamada cocinera Carme Ruscalleda ofrecía algunas de la claves que le han llevado a convertirse en la chef con más estrellas Michelín del mundo. Y quizás entre ellas la más importante. En un momento del reportaje la periodista le alaba que se le ilumina la cara al hablar de su trabajo. No sólo a ella: también algunos de los com-pinches de sus exquisiteces no esconden – y así lo confirman al ser consultados – el placer que para ellos supone trabajar allí.

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Retos twitteros

Las nuevas teconologías, y las redes sociales, no solo sirven para contarles a tus amigos donde estás o dejas de estar, o mandar fotos con las que reirte un rato. También pueden servir para aprender, o para comunicar. O para participar en retos, como el que propone el programa La noche en 24 horas en el canal homónimo de TVE. En su edición del pasado día 28 de Enero pude enviar un tweet… con buenos resultados. Aunque no había premio, en fin. Ve al minuto 1:48:00.
Haz click aquí si falla el reproductor inferior.

La crítica

Busque, compare, y si encuentra algo mejor, cómprelo. Así rezaba el eslogan de una hoy desaparecida marca de detergente que decía lavar más blanco, invitando a la reflexión previa a la acción de adquirir los mágicos polvos que mantienen siempre perfecta nuestra ropa. La crítica a lo que nos rodea, y al producto de nuestra propia actividad – o inactividad – ha pasado a contener sin embargo cierto matiz negativo que lo aleja de su auténtico significado. El tenor italiano Luciano Pavarotti decía que quien sabe hacer música la interpreta, quien sabe menos la enseña, quien sabe menos aún la organiza, y quien no sabe la critica. Sin embargo, precisamente en el campo de la música la crítica debe ocupar un lugar relevante. No me refiero a los críticos que, con mayor o menor fortuna, se dedican a valorar la interpretación de otros – a estos seguramente se refería el gran Luciano-, sino a la crítica que guía siempre la propia interpretación del auténtico músico, en busca del más alto ideal artístico oculto tras las notas de la partitura.

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También entre notas anda Dios

Recuerdo bien el primer concierto sinfónico al que tuve ocasión de asistir en la sala Tomás Luis de Victoria – que tal es su nombre desde hace ya algún tiempo – de nuestro Lienzo Norte. Pude entonces escuchar emocionado mi adorada suite El mar, de Claude Debussy, en mi ciudad y en un escenario acorde a los requerimientos de una música tan grandiosa como sutil. Era la Orquesta Sinfónica de Castilla y León la que ponía en pie la obra. Los evocadores amaneceres impresionistas y la tempestuosa furia de las olas descritos magistralmente por el compositor francés resonaban junto a las centenarias piedras de la muralla y nos hacían despertar por momentos a los atónitos espectadores del sueño de estar escuchando aquello en nuestra propia ciudad. Independientemente de la gran inversión necesaria para levantar el por otra parte soberbio edificio, la ciudad contaba por fin con un espacio adecuado para ofrecer a sus ciudadanos la mejor música sinfónica.

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Perífrasis, pleonasmos y notas de color

Dice García Márquez que en los orígenes de Macondo, la atemporal aldea de Cien años de soledad, algunas cosas carecían aún de nombre y había que señalarlas con el dedo para mencionarlas. Páginas y tiempo después, a este lado casi todas las cosas tienen hoy un nombre que nos permite referirnos a ellas de forma inequívoca, favoreciendo el sutil mecanismo de la comunicación y facilitando nuestra relación con los demás.

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En la nube

Tengo el placer de desayunarme cada mañana escuchando un breve podcast – emisión de radio en diferido a través de internet a cargo generalmente de particulares expertos en el tema del que hablan- sobre tecnología. El pasado jueves los escasos ocho minutos del capítulo del día versaron sobre la noticia del inminente cierre de Google News en España, espacio web que recopilaba hasta ahora los titulares de los principales medios de comunicación, y que ya de paso les generaba a éstos un importante tráfico de visitas hacia sus respectivas páginas web. El polémico artículo 32.2 de la nueva Ley de Propiedad Intelectual parece estar detrás del asunto, al establecer un pago irrenunciable a los medios de los que se toma la información, quieran o no, algo que el célebre buscador considera inasumible al no incluir publicidad en este servicio. Curiosamente esto no es así cuando son los medios tradicionales los que citan por ejemplo los titulares de los periódicos del día, o toman gráficos e informaciones, de forma lícita según parece, de terceros. Alemania, Francia o Bélgica han transitado ya por esta encrucijada, y los acuerdos fruto de complejas negociaciones han evitado en todos los casos la toma de medidas de este tipo. En el caso de Alemania los propios medios tuvieron incluso que rectificar y pedir a Google que volviese a indexar sus sitios web. España se convierte así en el primer país de los 70 en los que está operativo este servicio desde 2002 donde Google News tiene que cerrar, y ello a pesar de las reticencias de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia.

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La audiencia nacional

Vaya, – pensará el lector – otro artículo sobre corrupción. No se preocupe, es domingo y no le amargaré el día con presuntos, imputados y resto de figuras jurídicas. Lo hacen ya otros con mucho más criterio que yo. Sí hablaré sin embargo sobre la otra audiencia nacional, la de todos nosotros, ávidos consumidores de lo que diariamente se vuelca en la indiscreta ventana de nuestro receptor televisivo.

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Cromatismo indumentario

El ritual del músico, como el del torero, incluye la caracterización previa del artista para mostrarse adecuadamente ante el respetable. El traje de faena consta en este caso de traje negro, camisa negra y zapato negro con calcetín a juego. La libertad va por dentro y queda restringida a la elección del calzón y del repertorio. Semejante guisa es la que todos convenimos en considerar adecuada a la hora de subirse al escenario. Para algunos es un signo de respeto acorde al acontecimiento artístico que allí tiene lugar. Para otros, un medio de no distraer al oyente – escuchante, como gustan decir en algún programa de la radio pública – del protagonismo de la música. A otros simplemente les ahuyenta de acudir a conciertos, qué le vamos a hacer.

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Cosas de la vida

En un colegio cualquiera de una pequeña localidad española cualquiera Lucas, un muchacho callado y discreto, comparte pupitre con Miguel, a quien todos conocen por su denodado empeño en conseguir sus objetivos. Cada día, mientras escucha con atención las clases de historia de la antigüedad griega o lee junto a sus compañeros las obras de Machado, Lucas observa a su compañero Miguel quien, mirando a través del cristal del aula, no parece estar muy interesado en todo aquello.

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El sueño de una noche de verano

Lunes, 14 de Julio de 2014. 20:30 horas. Auditorio Municipal de San Francisco. Ciclo Noches y Almenas. Ran Matsumoto, violín – Aki Kondo, piano. Obras de M. Miyagi, F. Tárrega, K. Yamada, E. Granados, A. Piazzola, P. Sarasate y F. Kreisler.

 

El concierto que, dentro del programa Noches y Almenas, tuvo lugar en el Auditorio Municipal de San Francisco el pasado lunes, y que contó con la violinista Ran Matsumoto y la pianista Aki Kondo como protagonistas, podría ser ya noticia por conseguir colgar el cartel de aforo completo. No es habitual en nuestra ciudad que un concierto de estas características congregue a tanto público, más aún sin conocer con antelación el atractivo repertorio que el dúo presentaba. Quizás el hecho exótico de tratarse de un recital enmarcado dentro del año dual España-Japón, que conmemora los 400 años de las relaciones diplomáticas entre ambos países, o la gratuidad de la convocatoria, tuvieran algo que ver. Sea como fuere, el éxito de asistencia fue por suerte o por desgracia, más allá de la propia interpretación, lo más destacado del evento.

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Cortos

Mientras escribía, escuchando minuciosamente la banda sonora que Ennio Morricone creara para la inolvidable Cinema Paradiso, los arreglos musicales destinados a ilustrar junto a mi amigo Jesús Plaus la entrega de premios de la tercera edición del festival de cortos Avilacine, me daba cuenta, una vez más, de que el talento está en todas partes. Lo está en la música de estas reconocidas obras maestras de la gran pantalla, pero también se encuentra – feliz descubrimiento para muchos de los que han abarrotado la sala de cámara de Lienzo Norte- en las breves piezas cinematográficas que durante una semana hemos tenido ocasión de disfrutar. Si un largometraje es como un extenso menú de cinco platos, estas pequeñas joyas audiovisuales bien podrían compararse a unos exquisitos pintxos que condensan en su reducido metraje la esencia de ese talento del que este país es tan proclive a disponer pero tan propenso a ignorar.

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El patrimonio musical

Es posible que el término patrimonio traiga a la mente del lector la imagen de pétreas edificaciones, suntuosos palacios, robustas iglesias, imponentes retablos, o cosas así. Patrimonio es, efectivamente, el rico tesoro que la historia nos ha dejado en la forma de estas joyas que nuestra responsabilidad nos obliga a mimar, adecentar y legar a las generaciones venideras. Pero el mismo término, y la misma responsabilidad, nos debería llamar también la atención sobre otra vertiente del mismo que, por menos visible, pasa más desapercibida: el patrimonio musical.

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¿Por qué la gente no va a los conciertos?

Sólo hace falta pasarse una tarde por alguna de las numerosas salas de la ciudad para comprobar que el publico, especialmente el joven, no suele prodigarse por los conciertos de lo que comúnmente denominamos música clásica. Para los que nos dedicamos a la formación musical profesional esto es preocupante, y nos obliga a repensar una y otra vez cuales son los errores, propios y ajenos, cometidos.

Hemos asistido en los últimos años a un importante incremento de la cantidad y calidad de contenedores culturales en la ciudad. Contamos hoy con una gran sala sinfónica – o Sala Tomás Luis de Victoria, hablando con propiedad – en Lienzo Norte, con otras magníficas salas de cámara en el mismo complejo y en el nuevo Conservatorio Profesional de Música, además del espléndido auditorio municipal de San Francisco u otros espacios escénicos significativos. Sin embargo, tal crecimiento en la oferta no ha venido acompañado de la consecuente inversión económica para programar en ellos. Disponemos de la mejor de las cocinas para preparar y servir en vajilla de plata exquisitos manjares, pero parece que nadie pensó en que habría que adquirir las viandas.

Cabría además recordar que el público, que tiene en definitiva la última palabra y pone siempre las cosas en su lugar, castiga a menudo con su desafección – más allá de los compromisos familiares o vinculaciones personales – lo programado con poco acierto. Comprenderemos así la ardua tarea de los programadores de los grandes complejos culturales del país, en el punto de mira de la crítica y del público, que les exigen rentabillizar importantes inversiones, públicas y privadas, con la respuesta del respetable como principal – que no único – indicador. La calidad de lo que se pone en escena es por ello fundamental, y la gratuidad generalizada poco recomendable. Si bien es lícito fomentar la participación de los aficionados al arte – y fundamental para crear un auténtico aprecio por él – en la vida cultural de una ciudad, construir sin embargo la programación musical casi exclusivamente con estos medios priva al público de su capacidad para discernir entre lo bueno y lo mejor. Del mismo modo que no es lo mismo un partido de primera división que uno de tercera, y nadie cuestiona ni el valor de ambos ni la diferencia en el precio de sus respectivas entradas, así es imperativo diferenciar un concierto a cargo de un grupo aficionado de otro a cargo de músicos profesionales, que han dedicado su vida a este arte para que les dé de comer. Recientemente un compañero profesor, ante la invitación a colaborar gratuitamente en un evento musical, me comentaba que él llevaba tiempo buscando un fontanero que colaborara gratuitamente con él en las labores de reparación de su instalación, sin éxito.

La cantidad no es sinónimo de calidad. Y la calidad, no nos engañemos, vale dinero. Sin embargo, si añadimos a la ecuación los factores tiempo y rigor, obtendremos resultados exponenciales que harán cuadrar las cuentas. Solo la selección de lo que se ofrece, cómo se ofrece, a quién se ofrece y cuándo se ofrece, junto al necesario impulso económico y el análisis posterior de los resultados que justifiquen la inversión, podrá despertar el interés continuado del público, y fomentar en él un creciente espíritu crítico que demande una programación musical atractiva y de calidad.

[Publicado en el Diario de Ávila el 27 de Abril de 2014.]

El arma de la educación

Los gobiernos destinan a menudo miles de millones de euros a tratar de solventar males endémicos, corregir desviaciones críticas o castigar conductas impropias, aunque a menudo demasiado tarde, cuando el mal está ya hecho. Como en el caso del doctor que receta un calmante para el dolor sin atajar su origen de raíz, quizás la miope planificación a cuatro años vista, en lugar de en sucesivas generaciones, tenga algo que ver.

Los medios de comunicación nos han recordado estos días que hace bien poco Ruanda se desangraba en un genocidio fratricida alentado, en buena parte, por el odio inculcado desde una emisora local de radio, que animaba a aplastar a las “cucarachas” de la etnia vecina. Veíamos también como los parlamentarios ucranianos se liaban a tortas para tratar de defender por la fuerza lo que algunos no saben, pueden, o quieren defender con argumentos. En nuestro país, nuevos casos de violencia de género sacuden nuestras conciencias. Mientras tanto, en el parlamento regional se debate la Ley de Autoridad del Profesorado con la intención de poner al docente en el lugar de respeto y consideración que siempre debió tener y que, lamentablemente, hoy no tiene.

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Talento y juventud, de la mano

Crítica publicada en prensa a un concierto del joven pianista Antonio Bernaldo de Quirós Yazama

 

Me pide el presidente de Juventudes Musicales de Ávila que escriba la crítica del concierto que ofreció el pasado domingo el joven pianista abulense Antonio Bernaldo de Quirós Yazama en el auditorio de la Fundación Caja de Ávila. Ello me supone un compromiso, ya que tengo el placer de tener a Antonio como alumno en el Conservatorio, pero también satisfacción por contar en nuestro centro, y por extensión en la ciudad, con una artista con la proyección que este joven pianista – subrayo el término, en su más rotundo significado – posee. Espero pues sepa el amable lector discernir cuales de mis palabras tienen que ver con el placer de escuchar a Antonio como público y cuales con el conocimiento directo de su buen hacer al piano.

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La concordia fue posible

Cuatro sencillas palabras en las que subyace no obstante una profunda sabiduría. El epitafio de Adolfo Suárez sintetiza no solo el más importante legado que nos deja el estadista, sino también una forma de entender la política y el progreso social.

Hoy asistimos con frecuencia a la encendida defensa de posiciones diametralmente opuestas desde el más absoluto inmovilismo. La pluralidad de opiniones y la riqueza de perspectivas de una democracia madura como la española no deberían confundirse con la mera proclamación vehemente, insistente y vacía de los postulados propios, que pasan de este modo de ser un simple medio de argumentación a convertirse en un fin en si mismos y que, lejos de conducir al progreso edificado sobre el consenso, provocan el estancamiento social y el hartazgo del ciudadano.

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Antonio Bernaldo de Quirós, maestro

Sentado frente al piano vertical del viejo edificio del conservatorio, con una manuscrita partitura en el atril y mis torpemente ejecutados ejercicios de armonía en su regazo, haciendo anotaciones por doquier con trazo firme y decidido con su siempre minúsculo lapicero. Esta es la primera imagen que guardo de Don Antonio. Todos los que hemos tenido el honor de recibir sus enseñanzas reconoceremos muy probablemente en esta instantánea el resumen de lo que nuestro estimado profesor ha sido y es aún hoy para nosotros. Desde la discreción que lo caracteriza, desde la sinceridad de reconocer abiertamente que lo mejor es siempre enemigo de lo bueno, sin falsas complacencias, cualidades éstas del maestro, del artista, del artesano, del auténtico músico.

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Riesgos

Te sientas en la butaca. Las luces de la sala se atenúan. Toses, resuellos, móviles que se apagan emitiendo toda suerte de musiquillas. Por fín, el silencio. Y tras unos segundos, el arte. El intérprete, bajo la atenta mirada del público, desnuda su alma sobre un texto que una brillante sensibilidad creadora parió un bendito día. El arte sin embargo tiene sus riesgos, aunque éstos no son un inconveniente sino, a mi modo de ver, una necesidad. El público acude a la sala asumiendo el riesgo de que lo que va a presenciar no cubra sus expectativas, porque tal vez las rebase. El intérprete hace lo propio ofreciendo una manera de recrear la obra desde la subjetividad de su punto de vista personal, que puede emocionar, o aburrir. Si estos riesgos no acontecen el hecho artístico se ve mermado hasta casi desaparecer. El riesgo dota de alma al arte. El artista recorre sinuosamente los límites, juega con ellos, ahora bordeándolos, ahora sobrepasándolos sutilmente, consiguiendo que lo que hasta ese momento era non plus ultra se convierta gracias a él en común deleite para los sentidos.

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Por favor

A nadie se nos escapa que vivimos en una sociedad compleja. Aunque esta complejidad es muchas veces autoimpuesta y en buena parte responsable de los males que nos aquejan a los individuos que transitamos por ella. Un buen ejemplo de desnaturalización de la realidad es la creciente competitividad imperante en nuestro entorno.

Nos vemos obligados desde niños a librar una batalla sin cuartel por desmarcarnos del resto, por destacar en algo – ser el mejor de nuestro portal, como dice un amigo – que nos aleje lo más posible del profundo sumidero del paro juvenil. Tras dedicar la mañana al colegio o al instituto, nuestros chicos vuelven a casa cargados de toneladas de deberes, de toda suerte de tareas que garanticen que los saberes recién adquiridos quedan indisolublemente adheridos a sus almas. Tras las preceptivas clases particulares de inglés, música y matemáticas de la tarde, que les asegurarán ser ciudadanos de provecho, llegan por fin a su casa. Allí consumen su generosa ración diaria de concursos televisivos en los que un implacable jurado selecciona al mejor cocinero, al mejor bailarín, o al mejor cantante. Se nos olvida sin embargo que competir está muy bien, pero que sencillamente correr está aún mejor, que no ganar no es necesariamente sinónimo de perder, y que por encima de todo, como decía Machado, se hace camino al andar. Porque, vamos a ver, ¿qué es triunfar? Para unos es ganar mucho dinero, para otros adquirir gran poder. Otros asocian el triunfo con la popularidad, con la fama. Yo opino que triunfar es conseguir ser feliz.

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¿Igualdad? No, gracias

Lo de que todos somos iguales es algo muy cuestionable. Por fortuna, nadie es igual que otro: ni las mujeres son iguales que los hombres, ni los jóvenes son iguales que los mayores, ni mi manera de pensar es igual que la de usted. Esta diferencia pasa por ser una de nuestras mayores virtudes, aunque a menudo puede verse doblegada ante el discurso social, político y mediático de nuestro entorno.

La diversidad es la base de nuestra evolución. La variedad de opiniones, argumentos y posturas es el motor del progreso. Sin embargo, el atávico miedo a lo diferente, nuestra innata hostilidad hacia lo que no conocemos, frena a menudo nuestro desarrollo personal y social. Aunque confundir la necesaria capacidad de integración y coexistencia de todas estas realidades con la homogeneización cultural es un enorme error de consecuencias catastróficas a medio y largo plazo.

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La falacia de la gratuidad

La palabra gratis, procedente del latín gracia, viene a definirse como lo que se hace o da sin pago o compensación alguna a cambio. En estos tiempos de rebajas, ofertas y descuentos, el vocablo ha pasado a convertirse en el mejor reclamo publicitario. Sin embargo el concepto no está exento, si uno lo piensa detenidamente, de matices mucho menos atractivos.

Durante los años de bonanza —cuando ataban a los perros con longaniza, como suele decir mi padre— muchos trataron de convencernos de las virtudes de lo gratis: no discrimina a nadie, es cierto, pero deja en un magnífico lugar al que lo oferta, y lo que es más relevante para él, “engancha” al consumidor —léase votante— para el futuro. Nadie se preguntaba de dónde salía el dinero para pagar esta supuesta gratuidad, aunque en muchos casos era de nuestro propio bolsillo, como el tiempo se ha empeñado en demostrarnos.

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De reencuentros, recuerdos y otros sones

En estas fechas de reencuentros los que nos dedicamos a la música solemos tener la ocasión de hacer lo propio también en el feliz contexto de la interpretación musical. La música tiene esa virtud: la de servir como nexo de unión no solo profesional, sino también personal y afectiva. Dejando de un lado el soniquete de villancicos que se escucha en la calle mientras escribo estas líneas, y que no es sino la parte más superficial del ambiente musical navideño, existe otra parte más valiosa que se hace tangible en la multitud de actividades musicales que pueblan en estas fechas las salas de conciertos, las iglesias y los auditorios.

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A vueltas con Victoria

Me van ustedes a perdonar, pero me veo en la obligación de retomar el asunto de la figura de Tomás Luis de Victoria – que no de Vitoria, como volví a leer ayer por ahí, sino abulensis -. Primero porque prefiero ser tildado de pesado que de irresponsable, y después porque pocas cosas más útiles se me ocurren para aportar a esta columna que reivindicarlo incansablemente una vez más para una ciudad tan necesitada de estímulos económicos. Y no crean que se trata de un tema baladí de afinidad profesional hacia un colega – más quisiera yo considerarme como tal -, sino más bien de un asunto de enorme trascendencia cultural, social y económica. De puro negocio, vamos, para el que aún no lea entre líneas.

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Adaptarse o morir

Esta semana se hacía público el Libro Blanco de la Música en España. Los autores del estudio indican que la música a través de internet constituye hoy día en nuestro país el 46% del negocio total, y que en 2012 la caída de los soportes tradicionales alcanzó un 77% respecto a hace diez años. Todo ello en un mercado que supone el 0,49% del producto interior bruto nacional.

Estas cifras nos deben hacer reflexionar sobre el cambio del modelo de distribución musical, y de como los mecanismos de adaptación al mercado son, aunque a muchos les pese, indispensables para el ámbito cultural al igual que lo son para el resto de sectores productivos. Siempre he defendido que una de las inteligencias más prácticas es la capacidad de adaptación al medio, y en este caso no lo es menos. Así lo han entendido todos los que han propiciado la creación de modelos alternativos, como el crowfunding, que a partir de pequeñas inversiones de particulares propicia proyectos que a su vez solo fructifican si se alcanza una inversión mínima, esto es, si interesan lo suficiente al público.

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Reivindicando la belleza

Hace unos días asistí a la proyección de la última película de David Trueba, titulada Vivir es fácil con los ojos cerrados. No haré aquí una crítica de la película porque no soy experto en cine, pero sí me gustaría compartir con el lector las sensaciones que para el público creo que busca transmitir – en mi caso con éxito – la cinta. La historia no tiene mayores pretensiones, pero es la naturalidad con que los personajes la relatan, la sencillez y el optimismo que trasluce todo el film, lo que le deja a uno esa sensación de haber saboreado una auténtica obra de arte con guarnición de palomitas.

Que nadie piense que el arte conmueve solo ocultos rincones – un neurofisiólogo podría describirlo seguramente mucho mejor que yo – en la psique de unos pocos elegidos. Las interminables colas en los grandes museos son un buen ejemplo. Ahora bien: solo en un entorno propicio puede éste transmitir la emoción que encierra. Iría aún más allá, afirmando que el arte tiene la capacidad de transformar la realidad, situándola en un punto mucho más cercano a la auténtica naturaleza humana. Sea como fuere, en entornos afines u otros más hostiles, el papel del arte en una sociedad sana es de capital importancia.

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Entre nosotros…

Con todo este jaleo que se ha montado con el asunto de las escuchas de los servicios secretos, los pinchazos en los móviles de los jefes de gobierno, y las llamadas a consultas de los embajadores por un quítame allá esos wassap, uno cree vivir dentro de una película de agentes secretos. Como sea que la realidad supera siempre la ficción, miro ahora con cierto recelo mi teléfono, y él me devuelve la mirada – dicen que es inteligente- desde la insondable oscuridad de su pantalla. Quizás en lo sucesivo tenga que contestar con un amable díganme en lugar de con el acostumbrado diga. O despedirme con un afectuoso hasta más ver – la cortesía lo primero – para cada unos de mis misteriosos interlocutores. Existe la posibilidad de que el susodicho dispositivo esté monitorizando mi actividad, analizando los clics de mi teclado en busca de algún patrón oculto, a la espera de detectar una secuencia determinada para lanzar una llamada secreta a algún servidor remoto. Habida cuenta de que con su infalible gps sabe dónde hice la compra esta mañana, y que una amable voz femenina se pone a mi servicio cada vez que me acerco el aparato a la oreja para informarme de lo que me falta en la nevera, no me extrañaría nada que el día menos pensado reciba por mensajería un bonito detalle de cumpleaños de mi espía favorito.

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Mire Ud. detrás

Hace unos días Rosa Solà daba en El País su opinión acerca del concierto que el pianista chino Lang Lang – seguramente no hace falta que sea usted un avezado consumidor de música clásica para que le suene, ya que comparte popularidad en los medios generalistas con actores o futbolistas – ofreció el pasado día 5 de octubre en Valencia. No salía muy bien parado el señor Lang en esta crítica, tildado de circense por la autora del artículo. La particular cualidad que va de lo brillante, pasando por lo virtuosístico, hasta llegar a lo simplemente mediático, habitual en el mundo de la música culta, ha hecho poco bien a la música. Hubo un tiempo en que el arte lo era más por su cualidad emotiva que por su mera intención de epatar al asombrado oyente – ¿o debería decir espectador? -. Yendo más lejos, el término tecnos, adaptación del original griego, significa indistintamente arte y técnica. Luego, en su origen, la técnica no era algo distinto del arte. Bien lo demostraron los grandes intérpretes de finales del siglo XIX, quienes ponían todo su talento al servicio de la música de otros y nunca se vendieron – los verdaderamente grandes – al halago fácil del virtuosismo barato y vacío.

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Geometría cultural

Recientemente tuve ocasión de charlar con un importante intérprete acerca de las claves para conseguir que sus actuaciones por todo el mundo contaran con legiones de seguidores. Paradójicamente, y lejos de lo que pudiera parecer en un primer momento, su receta se fundamenta – comentaba lacónicamente- en una premisa bien sencilla: tan solo es necesario que la calidad artística media de sus actuaciones sea lo más alta posible. En estos tiempos en los que una a veces forzada y habitualmente vacía excelencia inunda el arco publicitario que los espectadores consumimos es especialmente importante que los grandes nos recuerden que los extremos, en la cultura como en la vida, suelen ser perniciosos. Y que solo la búsqueda continua y permanente de unos objetivos precisos, que pueden y deben fijarse altos, pero que tienen siempre que ser alcanzables y mensurables, es una de las piedras angulares de la gestión cultural.

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Paisanaje

Mientras la joven del sencillo abrigo rosa mira distraídamente por la ventana del autobús, su novio charla animadamente con la señora de rostro risueño y traje atemporal. Ésta devuelve la conversación a la parte delantera del vehículo, como quien reparte juego en un partido. Su marido, en el asiento posterior, observa callado la evolución de la charla, con la misma calma con la que se ha mostrado durante todo el fin de semana. La que parece ser la madre de la señora saborea con fruición su tarrina de arroz. Es musulmana, aunque su perenne gorro de lluvia estampado no lo deje entrever, y la sabrosa carne que nos han puesto no parece formar parte de sus costumbres. Las mías en cambio se han adaptado progresivamente a las chinas, lo que sorprendentemente me ha permitido no echar de menos la gastronomía de mi tierra.

Dicen por aquí que lo más importante, lo primero, es comer. Ello eleva el ánimo, y despierta el ingenio. Eso y los licores con que el simpático señor de la cazadora de cuero y gafas prominentes acostumbra acompañar sus almuerzos. Su sacrificada señora explica resignadamente al grupo las particularidades de su esposo. Todos ríen. Yo también, sin saber muy bien por qué.

Me miran con simpatía cuando manejo torpemente los palillos, y sonríen amablemente mientras me acercan en primicia los diferentes platos de la mesa giratoria con mantel de recambio mientras los consumimos a velocidad vertiginosa.

Los alrededores del Xi Hu, el mítico Lago del Oeste de Hangzhou, están poblados por gente pintoresca. Eso han debido pensar todos los que hoy me han pedido hacerse una foto conmigo.

Azar y música

Cuando uno ve en la televisión, escucha en la radio, o tiene conocimiento por la prensa de uno de esos conciertos en los que una importante agrupación actúa en un relevante lugar del mundo, suele preguntarse, con un alto grado de envidia: ¿cómo habrán conseguido esos de ahí su entrada?,¿a qué precio, o conociendo a quién?, o ¿cuántas horas de cola han tenido que soportar?

Berliner_Viena

El pasado 1 de mayo de 2012, la Filarmónica de Berlín ofreció su habitual Europakoncert con el que anualmente conmemora el aniversario de su fundación hace más de 100 años y que cada año tiene lugar en un punto del continente. En esta ocasión, Viena era la ciudad elegida, y más concretamente el singular escenario que constituye la sala principal de la Escuela Española de Equitación, engalanada para la ocasión. Así las cosas, uno que yo me sé que andaba por allí ese día, y que fruto del azar decidió no acercarse a Salzburgo, como estaba programado, y que casualmente vio unos cuantos trailers con el rótulo Berliner Philarmoniker en sus remolques, descubrió que aún quedaban entradas para el evento.

Ni fue tanta la cola, ni fue tanto el precio. Una vez más, un afortunado señor de camisa azul que aparece de pie a la izquierda de la cabeza de Gustavo Dudamel en el siguiente vídeo, observa con atención desde la tribuna superior el noble discurso de la orquesta en sus magníficas Variaciones sobre un Tema de Haydn de nuestro admirado Johannes Brahms. Pero en esta ocasión, ese señor afortunado era yo.

Me encanta el azar casi tanto como la música.

Media marathon vertical

Se supone que esta iba a ser mi primera media marathon, pero finalmente ha sido la segunda, porque la semana pasada me puse así, al tran tran, a la salida del trabajo y ya me adentré en los secretos de la anhelada distancia. Ello sin embargo no le ha restado relevancia a la carrera de hoy, que ha sido, eso sí, mucho más dura que la de hace unos días. Y es que las empinadas cuestas segovianas y esos empredrados suelos castellanos han hecho mella sin duda en las casi 4.000 almas que tomamos la salida al son de un pintoresco cañonazo de la infantería. Carrera, eso sí, de precioso recorrido, con una animación por las calles espectacular: en cada rotonda, la charanga, la rondalla, y un grupo de heavy metal dando caña. Música por todas partes. Y gente, mucha gente. En la salida se perdía en el horizonte la hilera multicolor de los que allí arrancábamos una nueva aventura que, afortunadamente, ha acabado con bien. Tan sólo hubiera sido deseable un poco menos de intrusismo del público general en la zona de salida reservada a los corredores, que ya eran bastantes. Pero el resto de la organización perfecto: masajistas al final, bebida y comida a lo largo de la carrera. Y las duchas al final, en el cuartel de artillería: definitivamente no me arrepiento de no haber hecho la mili. No sé si temía más que nos gasearan a todos allí o que se me cayera la pastilla de jabón…
En fín. Magnífica experiencia de nuevo de la que me quedo con un bonito recuerdo: mi medalla. No me preguntéis por qué puesto. Es mía y es lo que importa. Me la he ganado. Y me emplazo hasta la próxima Media: la de Ávila, en Mayo. Nos vemos allí.

Carreras matutinas florentinas

Uno de los mayores placeres que creo podemos experimentar saliendo a correr es hacerlo en lugares que por uno u otro motivo sean singulares, en sí mismos, para nosotros en particular, o por ambos motivos.
En el caso de Florencia, y en el mío en particular, supone un ciclo que se cierra. En Agosto del año pasado comencé a correr sobre el pavimento mojado de las históricas losas de la ciudad de Florencia. Este fin de semana pasado, algo más de un año después, vuelvo a hacerlo: del Mercato Centrale al Duomo, del Duomo a la Piazza de la Signoria, de la Signoria al Ponte Vecchio, Palazzo Pitti, Piazzale Michelangelo… Tan sólo yo, los barrenderos que preparan las calles, aún vacías, para recibir miríadas de turistas, y el sonido lejano de las campanas de la Santa Croce.
Un año después todo sigue igual. Bueno, todo no: doce meses de entrenamiento hacen mucho y mi ritmo es ahora mucho mejor. Eso sí: el placer sigue siendo igual de indescriptible.

Sansilvestre salmantina: la afición se desata

Hoy ha sido mi bautizo atlético. Y es que, por primera vez, he competido con otra gente en un acontecimiento deportivo. El hecho de que en la carrera fuéramos 3500 personas hace que, por mucho que lo intentes, no seas el primero ni el último. Y en ese inmenso margen, el entusiasmo que provoca esforzarse, adelantar a unos y otros, encontrarte cómodo, el aliento del público… La verdad es que la experiencia ha sido fantástica. Seguir leyendo Sansilvestre salmantina: la afición se desata

Toscana, un lugar único

De mi reciente viaje por tierras italianas guardo gratos recuerdos. La verdad es que la zona es espectacular. Hemos pasado una semana completa en Florencia, viviendo en un apartamento del Centro y es increible levantarse para pasear por el Duomo , la Signoria o el Puente Vechio a tan sólo dos minutos. Por otra parte estuvimos un par de días en Siena, que para mí ha resultado una de las ciudades más bonitas y culturalmente interesantes de Italia, sobre todo en Agosto: la carrera de Il Palio, conciertos, etc. Finalmente hemos estado otro par de días por las zonas rurales de Toscana, Lucca y Pisa. El paisaje de Toscana es espectacular, tan sólo comparable, a mi modo de ver, con el Tirol suizo, aunque totalmente diferente: viñedos, olivos, campos de cultivo y los característicos cipreses. Y unas villas espectaculares. Además coincidimos con alguna que otra fiesta medieval de la zona, con una recreación histórica bastante cuidada y vistosa. Por lo demás, infectado de turistas, mucho calor y muchos mosquitos. Pero un viaje que os recomiendo a todos.

Artículo en la revista del I.E.S. Alonso de Madrigal

Reproduzco íntegro a continuación al artículo que, invitado por el Director, redacté acerca de mi paso por el Instituto, y que se ha publicado en el no 4 de la revista Speculum del Centro.

Recibo con agrado la invitación de escribir una breve reseña de lo que fueron mis años en el Instituto “Alonso de Madrigal”, y sólo cuando me pongo manos a la obra me sorprende comprobar que han pasado ya 19 años desde que en 1990 pasé a formar parte de aquella querida “comunidad educativa”. Observo con curiosidad mi infantil aspecto de la foto del libro de calificaciones y comprendo que los cuatro años que pasé en el Instituto fueron para mí un puente entre la niñez y una madurez que, si bien sigue aún hoy en mi horizonte, me permitía contemplar entonces mi entorno con una mente más abierta, un criterio más formado y una perspectiva más amplia que cuando llegué. El cambio de la “Educación General Básica” al “Bachillerato Unificado Polivalente” de entonces suponía un claro contraste en la dinámica del estudio: era mucho lo que había que aprender allí y uno debía organizar su tiempo y su esfuerzo para poder abarcarlo de la mejor manera posible. Lección de independencia y rigor que con el tiempo sería uno de los pilares de mi formación musical profesional posterior.

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Victoria, en casa

En el día de ayer tuvimos la oportunidad de escuchar la magnífica interpretación que de la música de nuestro querido paisano Tomás Luis de Victoria hizo el Ensemble Plus Ultra bajo la dirección de Michael Noon en la iglesia del Real Monasterio de Santo Tomás de Ávila. De nuevo fue la Obra Social de Caja Madrid quien nos regaló este placer y, de nuevo, la publicidad que hubo del evento, apenas reflejada en un anuncio en la prensa local del día y en unos simples folios fotocopiados que hacían las veces de cartel, no hizo justicia al evento.

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Con el debido respeto

Desgraciadamente solemos tener más ocasiones para criticar lo que se hace que para alabar una buena gestión. Y no sólo porque resulta más fácil lo primero, sino también porque motivos nos sobran con demasiada frecuencia para lamentar que un determinado evento quede en agua de borrajas y que lo que pretende ser un acontecimiento quede reducido a un vulgar acto sin trascendencia ninguna. Digo esto porque el pasado día 19 de Mayo tuve la ocasión de actuar como integrante del Dúo Matisse en el Auditorio “Ciudad de León” y quedar gratamente impresionado por la buena gestión y el estupendo trato recibidos tanto de los responsables de la Delegación de Cultura de la Junta de Castilla y León en esa ciudad como del personal que atiende las necesidades del Auditorio.

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Bach y Leonhardt: voces en el desierto

Resulta sorprendente que aún hoy, en plena sociedad de la información, o tal vez precisamente debido a ello, algunos eventos de primer orden pasen de puntillas sin que la inmensa mayoría del público circundante sospeche lo que le pasa cerca. Tal es el caso del magnífico concierto que ofrecieron el pasado día 11 de Abril de 2007 el coro, solistas y orquesta que dirige el ya mítico Gustav Leonhardt en la catedral de nuestra ciudad. Y es que, inexplicablemente, las escuetas reseñas aparecidas en la prensa local fueron los únicos indicios de lo que iba a suceder esa lluviosa tarde aquí al lado. Una de esas interpretaciones en las que el disfrute es algo físico, en las que sales del concierto sintiéndote afortunado por dedicarte a este noble arte de la música.

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