Inoperancia

El pasado martes publicaba El País en su edición digital una entrevista con Antonio Moral, director del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM), en la que el responsable del ente público manifiesta su intención de no renovar al frente de la entidad debido a las dificultades con las que se ha encontrado durante los últimos años, especialmente las derivadas de la falta de flexibilidad por parte del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM), del que depende. “En Cultura no manda el ministro del ramo, manda Hacienda”, son sus palabras.

El que fuera fundador de la revista musical Scherzo y del Festival Mozart de Madrid, coordinador de la programación musical de Caja Madrid, director de la Semana de Música Religiosa de Cuenca y artístico del Teatro Real afrontó, tras su incorporación al CNDM en 2010, una drástica reducción presupuestaria que no le impidió multiplicar por diez la recaudación gracias a las propuestas imaginativas y las audaces programaciones musicales de su departamento. Abandona ahora el Sr. Moral, dice, por la rigidez y la excesiva fiscalización a la que se ven sometidos. “De todo mi tiempo, el 80% se va en solucionar problemas administrativos, no artísticos”, asevera.

Este mal, que amenaza con convertirse en endémico de este país gracias al perverso binomio formado por la mala gestión de algunos y la desacertada respuesta de otros, nos aqueja en mayor o menor medida a todos los que andamos en la promoción y gestión cultural. La, a menudo, escasa voluntad política de entendimiento tampoco ayuda. Los excesos cometidos –considerados por muchos fruto de una excesiva acumulación de poder pero que a un servidor se le antojan, tanto o más, debidos al desacierto en la elección de las personas que deben detentarlo, a todos los niveles– están propiciando políticas que no hacen sino asfixiar la promoción cultural. La naturaleza propia de la actividad artística aconseja adecuar, o al menos flexibilizar, la aplicación de unas normas que obligan, por ejemplo, a licitar festivales de música en base a criterios exclusivamente económicos, contratando a los artistas “por lotes” como quien adjudica un contrato de mobiliario o una obra. El resultado artístico es así el que es, al dejar de estar a la postre en manos de profesionales y pasar, mal que les pese, a las de interventores e inspectores.

Lo más frustrante del asunto es que poner el muro más alto no evitará –es solo cuestión de tiempo– que alguien encuentre la forma de rodearlo. Estas políticas supuestamente garantes de la transparencia, de gran rédito para los que se dicen de la regeneración, no harán otra cosa que agudizar nuestra proverbial picaresca. Mal de muchos, ya lo dice el refrán. Mientras tanto, valiosos proyectos en manos de profesionales de la cultura se asoman cada día, como lamenta el Sr. Moral, al abismo de la inoperancia.

 

[Publicado en el Diario de Ávila el 22 de Abril de 2018]

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