La rueda

25 años. Eso es lo que tardaría, dicen, una sola persona en transcribir, trabajando diez horas al día, toda la obra de Mozart. Se lo cuento con frecuencia a mis alumnos. Dado que el compositor murió con 35 años, podemos hacernos una idea de su capacidad creativa, ya que ni siquiera hemos incluído en la ecuación el tiempo que dedicó a concebir las piezas. Aunque todo apunta a que su incontenible torrente creativo fluía a la par que su pluma lo plasmaba en el pentagrama. Inaudito.

No parece probable que Mozart cobrara por horas. Tampoco que pudiera acogerse al convenio colectivo del gremio de compositores vieneses del momento. Más bien su producción obedecía generalmente al encargo de mecenas, y solo a veces precisamente a su propia incontinencia creativa. Quizás lo ingrato del régimen de autónomo de la época al que no le quedó otra que acogerse –tampoco parece, dicen las crónicas, que se caracterizara por la mesura en el gasto– pudo ser la causa de su paupérrimo entierro, que traía a esta misma columna hace algunas semanas.

Tales precedentes han forzado a los creadores a pergeñar con el paso de los años sistemas de gestión de los derechos de sus creaciones que garanticen su subsistencia –la de su obra, y la de su familia– y pongan en valor, literalmente, el esfuerzo al que dedican toda una vida para disfrute del prójimo. El propio Tomás Luis de Victoria incluyó en uno de sus libros una cláusula que penaba la reproducción no autorizada de la obra. Visionario.

En 1899 se creaba en España la Sociedad de Autores, germen de la actual Sociedad General de Autores y Editores, fundada en 1941. Desde entonces la SGAE ha pasado por numerosos avatares hasta llegar a nuestros días, en los que su prestigio vive horas bajas. Esta semana conocimos a través de los medios de comunicación la práctica de creatividad financiera que han dado en llamar la rueda. Quizás porque el dinero se ha hecho redondo precisamente para que ruede. Bastaba según parece con añadir unas corcheas aquí y allá a algún tema, retocar coros y cargarlo un poco de bombo, que suele decir mi padre, para venderlo como nuevo a las televisiones, emitirlo de madrugada, y cobrar así por los derechos. Coser y cantar. Y la rueda, a rodar.

Es lamentable que siempre haya quien retuerza lo que otros se esforzaron en su día, y aún hoy, en enderezar. Quien hace sistemáticamente negocio del digno trabajo de otros. Tengo amigos compositores que pasan muchas horas frente al papel pautado confiando en que la inspiración, como a Picasso, les pille trabajando. Creadores que nos siguen nutriendo a los intérpretes de savia nueva que ofrecer al público. Conviene recordar por ello que tan injusto es criminalizar a la SGAE en su conjunto por las detestables prácticas de algunos de sus asociados como a un partido político en pleno por los desmanes de algunos de sus miembros. Pero también que en ambos casos deben tomarse medidas contundentes que mantengan intacto el prestigio que tales instituciones merecen. Quizás los escándalos que cada día vemos en los medios, y que afectan también, mal que les pese, a muchos de los que no hacen otra cosa que señalar con el dedo, sean indicio de que algo se está haciendo. Confiemos.

[Publicado en el Diario de Ávila el 25 de Junio de 2017]

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *