Semana de pasiones

Las vacaciones son sagradas. Lo dicen los ingleses, que santifican todas ellas –holidays significa literalmente «días sagrados»–. Quizás sea la Semana Santa precisamente el período del año más propicio para una escapada vacacional. En primer lugar porque suele coincidir con el inicio de la primavera cuando, tras los rigores del invierno, tan necesitados estamos todos de luz, calor y tardes largas. En segundo lugar porque desconectar durante unos pocos días ofrece un providencial efecto reparador concentrado en apenas unas jornadas. Y tercero porque a la oferta turística permanente del país se le suma precisamente la rica tradición propia de las celebraciones de la Semana Santa.

Estos días hemos visto como nuestra ciudad se inundaba, literalmente, de visitantes que venían a conocer la nuestra, declarada recientemente de Interés Turístico Internacional. Y aunque los excesos de algunos en su profesión religiosa puedan servir como argumento a los detractores de estas celebraciones lo cierto es que, sea como manifestación cultural, artística, o simplemente antropológica, la Semana Santa es una buena oportunidad para despertar inquietudes.

En cierta ocasión, hablando con alguien acerca del elevado número de cruces que podrían hacerse con todas las reliquias del lignum crucis que se dicen diseminadas por el orbe católico, aseveraba él con gran tino que todas y cada una de ellas son auténticas mientras una sola persona mantenga su fe en ellas. Al fin y al cabo somos cada uno de nosotros quienes dotamos de sentido a lo que nos rodea. Extraer de su contexto temporal y geográfico cualquiera de nuestras costumbres desvirtúa irremediablemente su sentido. Esto es así no solo en el caso de las tradiciones religiosas, sino también en las usanzas profanas, e incluso en las rutinas deportivas –¿a qué lógica obedece si no reunir a miles de personas en un estadio para ver como algunas de ellas golpean un balón, u otras tantas, yo entre ellas, para correr como alma que lleva el diablo hacia no se sabe muy bien donde?–. Dejemos pues para Dios lo que es de Dios y para el César lo que le pertenece, y que cada cual estime, desde el respeto al vecino, a qué destina su tiempo de ocio. No parece en todo caso que sea buena idea hacerlo provocando algaradas en la «madrugá» sevillana –con la que está cayendo– para colgar después la gesta en las redes sociales ¡Qué cruz!

Por mi parte he aprovechado también estos días para hacer un poco de turismo «de proximidad». Si algún abulense cree aún que Hurtumpascual, Manjabálago, Oco, o Castilblanco son pintorescas localidades sitas en lejanas regiones es que no ha recorrido todavía los hermosos paisajes, a tiro de piedra, de la sierra de Ávila, con sus ermitas, encinares y arroyos. Quería yo ver con mis propios ojos, como Santo Tomás, estos entornos naturales que solo conocía por mor de polémicas mineras en los medios de comunicación. Una suerte de viacrucis personal con empanada, refrigerio y buena compañía como bendita penitencia.

Sea como fuere: tradiciones, viajes, procesiones, naturaleza, gastronomía, playa o saetas. Acudir a escuchar a la OSAV, quizás. Sin duda, semana de pasiones ésta. Que cada cual elija la suya.

 

[Publicado en el Diario de Ávila el 16 de Abril de 2017]

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