Programadores

En contra de lo que algunos parecen postular, la cultura no es esa especie de cajón de sastre en la que todo tiene cabida. Aunque es cierto que nuestra sed de conocimiento no debería tener límites, una adecuada planificación de los objetivos, procedimientos y resultados de cualquier programación cultural es fundamental para que ésta cumpla el importantísimo cometido social al que está llamada. La oferta cultural, como la educativa, debe ser fiel por ello a unos principios de objetividad, rigor y continuidad en el tiempo que permitan consolidar, en el largo proceso de formación de públicos –especialmente del más joven–, unos estándares definidos y reconocibles. De otro modo los mecenas, públicos pero también privados, se cuestionarán su cada día más necesaria aportación a este ámbito, y el respetable se verá abocado con toda probabilidad al desconcierto.

Un buen programador fideliza su clientela con un producto que no le depara sorpresas. Un gran programador se las administra cuidadosamente. Dicen que solo obtiene grandes éxitos quien conoce los grandes fracasos. Esto es también así en el ámbito de la programación cultural. Por eso el programador debe saber, querer y poder. Debe conocer los proyectos del mercado mediante el contacto permanente con agencias, profesionales, técnicos, artistas y otros programadores. Debe tener la firme voluntad de fijarse líneas concretas, valientes y bien definidas, decidiendo lo que programa, pero sobre todo lo que no programa. Y debe contar con unos recursos mínimos que le permitan optar asimismo a unos mínimos estándares de calidad.

La calidad del producto cultural, sin embargo y paradójicamente, no debería ser el reclamo explícito para venderlo a su potencial consumidor. Es competencia del público aplicar sus propios calificativos a lo que contempla o escucha. Para eso paga. O debería pagar, si queremos mantener la profesionalidad de las disciplinas artísticas, y por tanto su continuidad en el tiempo. Otra cosa es la importante responsabilidad que tiene el programador de subir a las tablas propuestas que previamente se haya encargado de evaluar y contrastar. Suya es la apuesta: de ahí el necesario reconocimiento a su labor.

Una programación cultural concebida de este modo puede, o no, tener puntos de conexión con las aficiones e inquietudes artísticas de terceros. Es ésta una de las más complejas tareas del programador: decidir cuándo, bajo su criterio, una iniciativa nacida del ámbito no profesional puede o debe ser presentada ante el público, en qué momento, en qué contexto, y de qué modo. De la adecuada diferenciación de estas iniciativas, tan necesarias por otra parte para el sostenimiento de un tejido social comprometido, dependerá en gran medida el éxito de una programación cultural.

Vaya pues desde aquí toda mi admiración y respeto a los programadores que han sabido crear, en ciudades y pueblos de toda España, productos culturales de éxito, y que han conseguido llegar a nuevos públicos mientras fidelizan los tradicionales con astucia, imaginación y trabajo.

 

[Publicado en el Diario de Ávila el 19 de Marzo de 2017]

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