Abulense, no abúlico

En mi deambular por la prensa diaria suelo toparme a veces –especialmente en los medios digitales, parapeto del francotirador anónimo– con comentarios sorprendentes. Por una parte porque traslucen un importante desconocimiento, en el mejor de los casos, de la complejidad social y económica en la que vivimos. Por otra, porque aportan bien poco a su crecimiento y desarrollo, y buscan tan solo la confrontación, la trifulca y la bronca. Ello resulta especialmente llamativo en el caso de la política local, en el que las ideologías no tienen tanto peso en la práctica como la capacidad de gestión, el acierto en las decisiones y la responsabilidad en los actos.

Es notorio que nuestra ciudad vive un momento complejo. Sabemos que están sobre la mesa proyectos que determinarán su futuro a medio y largo plazo. El desempleo y la falta de oportunidades para los jóvenes, y los no tan jóvenes, son sin duda los principales retos. Pero parapetarnos detrás de la crítica hostil hacia el político de turno, a quien nosotros mismos hemos elegido por cierto, soltando lapidarias frases del tipo «lo que tienen que hacer es traer industria» –como si fuese capricho de alguno de ellos– para dar carpetazo al asunto desde el taburete del bar, es práctica tan habitual como estéril.

Es proverbial la falta de iniciativa, el carácter resignado del abulense, que asume que las cosas son así porque no pueden ser de otra manera, mientras se afana en buscar las debilidades del proyecto de su vecino emprendedor. La escasa altura de miras y un cierto complejo de inferioridad que nos impide picar alto son conocidos, y lo que es peor, reconocidos como parte de ese otro patrimonio inmaterial de la ciudad. ¿Hasta cuando?

Abulia y abulense no poseen, afortunadamente, la misma raíz. Es imposible hacer crecer un proyecto sin creer en él. Cada uno de nosotros puede y debe para ello ejercer su papel. Cierto es que se han perdido grandes oportunidades, que pasaron por nuestra puerta y que siguieron con las mismas su camino por la falta de olfato, o de interés, de los que debieron hacerles un hueco. Es verdad que muchos de los que se arrimaron a la política se alejaron del ciudadano, quizás con la vista puesta en los oropeles de la capital del reino. Pero dejemos que sean los partidos quienes hagan limpia en sus inminentes congresos: les conviene si quieren seguir contando con sus, por otra parte, necesarias cotas de poder. A nosotros no nos compete, más allá de nuestro derecho/obligación de votar y exigir el cumplimiento de los compromisos adquiridos, tomar decisiones políticas. Nuestro papel pasa por apostar por nuestra ciudad, por creer en su potencial, y sobre todo por dejar de mirarnos el ombligo, conscientes del inmenso talento que, nacido aquí, hubo de expatriarse a capitales y provincias limítrofes. Solo desde la conciencia de que el problema de mi vecino será el mío mañana, y de que su éxito propiciará el de todos en un futuro más próximo de lo que puede parecer, podremos salir de un ostracismo que nunca debería ser autoinfligido.

 

[Publicado en el Diario de Ávila el 22 de Enero de 2017]

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