Rupturas

Esta semana el teniente de alcalde de Badalona procedía a la solemne destrucción, frente a las cámaras de televisión, del auto judicial que obligaba a su consistorio a respetar la jornada festiva del doce de octubre. Con la misma arrogancia que el gordo Buck Mulligan al inicio del Ulises de Joyce –Introibo ad altare Dei–, fraccionaba orgulloso el documento consagrado en sede judicial. Su mirada traslucía en el rito la ira de quien, acabados los argumentos, transita impúdicamente del marco democrático, que le puso donde está, al discurso falaz de la Ley soy yo. La flagrante contradicción en la que incurren este tipo de individuos es evidente y no debería dejarnos impasibles.

¿Cómo alcanzar el acuerdo, horizonte y punto de partida de cualquier avance social, desde los postulados del enfrentamiento y la división? Hablan éstos del sometimiento universal al imperio de la Ley en sus arengas mientras, en la práctica, vulneran la separación constitucional de poderes haciendo buenos, aún con sus excesos y miserias, a los que estaban allí antes de que ellos llegaran. Para después preguntarse sesudamente eso sí, con la misma solemnidad, por qué los partidos tradicionales siguen gozando del apoyo mayoritario de la ciudadanía.

De no ser por la pantomima dudo que el camino hacia ninguna parte emprendido por el Sr. Puigdemont et alia gozara del interés del ciudadano corriente, más preocupado seguramente por llegar a fin de mes, que evitó hace ya tiempo el absurdo trance de preguntar a sus hijos –en castellano, catalán, euskera o gallego– si quieren más a su papá o a su mamá. El problema catalán lo es quizá más bien de algunos políticos catalanes, conscientes de que sus cotas de poder durarán lo mismo que su estéril debate. Flaco favor hacen al papel de líder que ejercen. ¿O acaso piensan realmente que un gobierno debe priorizar cuestiones tales como si un día debe o no ser festivo, si manda al almacén la estatua del descubridor, o si modifica el nomenclátor urbano? Va a ser que tales iniciativas, por pintorescas, les proporcionan más portadas que arrostrar otros problemas, por complejos, de mucho más calado. Saben que ante los medios importan más las formas que el fondo, que hablen de uno, aunque sea bien. De ahí su empeño por apelar a los instintos territoriales con aseveraciones que hacen saltar por los aires el principio de solidaridad sobre el que otros construyeron, en un acto de entendimiento tan necesario a esta hora, el país que todos disfrutamos hoy. Los ciudadanos, también los catalanes, nos merecemos algo más. Lamentablemente, la irresponsabilidad de estos personajes reaviva los extremismos, polariza el debate, reabre viejas heridas y trasluce una crispación tan indeseable como seguramente irreal.

 

[Publicado en el Diario de Ávila el 16 de Octubre de 2016]

 

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