Demasiadas Desdémonas

Me he abonado al Real. Es lo que tiene el principio de curso. Mientras a algunos les da por apuntarse al gimnasio y a otros por comenzar un coleccionable de maquetas yo me he regalado, por mi cuadragésimo aniversario, un calendario. Uno que tiene algunas de sus fechas señaladas en rojo. La atractiva campaña publicitaria lanzada por el Teatro Real con motivo de los 200 años de su fundación y lo ajustado de sus precios –producciones de semejante nivel artístico tienen un valor, no nos engañemos– han tenido mucho que ver en mi estival acto de incontinencia pecuniaria. Pero bendita adquisición la que me ha permitido disfrutar, esta misma semana, de la primera de las funciones que me están reservadas: Otello, de Verdi. Casi nada!


O mejor dicho: casi todo. La ópera, Gesamtkunstwerk, «obra de arte total» en definición wagneriana, es ese género musical tan denostado por algunos, seguramente por desconocido, como adorado por otros. De lo que no cabe duda es de que constituye una de las más altas expresiones artísticas del ser humano. Una música sublime –en el caso de Mozart, por ejemplo, posiblemente la mejor de su producción, donde él mismo dice, y refrenda en la práctica, encontrarse más cómodo–, construida sobre una magnífica trama teatral –el inmortal clásico de Shakespeare en este caso–, e interpretada por un elenco de artistas de primer nivel que le deja a uno con la boca abierta y el corazón encogido. Si a ello le sumamos una exquisita escenografía, con precisos cambios en la iluminación que ahondan aún más en los entresijos del desarrollo argumental, la experiencia sensorial llega a ser indeleble. Todo ello con la calidad, rigor y profesionalidad marca del coliseo madrileño. Cultura con mayúsculas que viene a demostrar que inversiones generosas en este campo, en las manos adecuadas, son inversiones garantizadas.
Porque la cosa va mucho más allá del arte. Lo que a lo largo de las épocas, y aún hoy, pudo aparentar no ser más que un pasatiempo de recreo para selectas minorías, se convierte en profunda doctrina si es impartida desde la sensibilidad del músico, con la complicidad de su libretista. Dudo que alguno de los espectadores que pase estos días por las funciones del Otello pueda, por ventura de unos inspiradísimos Verdi y Boito, mantenerse ajeno a los perniciosos efectos que la llama abrasadora de los celos causa en la entraña humana. Las campañas contra esa lacra que se ha dado en llamar recientemente violencia de género no son algo nuevo. Porque esta violencia tampoco lo es. Ahora en televisiones y vallas publicitarias, antaño sobre las tablas, existen porque algunos se obstinan en cultivar atávicos y execrables instintos. Los que nos hacen irremisiblemente humanos, también para mal. Frente a frente, las más hermosas palabras y sonidos expresando lo más sórdido de nuestro universo interior. Una prueba más de que la Cultura es –lo fue siempre, aunque algunos no alcancen a entenderlo, quizás porque nunca fueron a la ópera– el mejor modo de recordarnos que, lamentablemente, van ya demasiadas Desdémonas.

 

[Publicado en el Diario de Ávila el 2 de Octubre de 2016]

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