Ruido de sables

De niño acostumbraba jugar con mi hermano a un juego de estrategia militar en el que, ignorando la disposición sobre el tablero de las tropas del adversario, debía uno alcanzar su bandera. Las partidas solían ser largas y, aunque no estaba yo especialmente ducho en el juego de mesa aquel –desconozco si existe aún–, en las contadas ocasiones en las que me aproximaba a la victoria solía mi hermano descuidarse y golpear accidentalmente el tablero, echando a perder el final de la partida. Chiquilladas.

Las reglas, marco común en el que se desarrolla la convivencia temporal cuando más de uno compartimos el mismo terreno de juego, deben ser respetadas por todos los participantes. En el terreno democrático deberían serlo, además, no solo en su literalidad: también en su espíritu. Y cuando no es así debería haber motivos de peso para cuestionarlas, reinterpretarlas o incluso modificarlas. No sirve aquí dar un golpe al tablero y desbaratar un proceso legítimo e inconcluso simplemente porque sí.

El ruido de sables que llega desde los grupos de la oposición del Ayuntamiento de la capital puede ajustarse, es cierto, a las reglas del juego democrático. Otra cosa bien distinta es su conveniencia en el tiempo. No la propia, claro, sino la del conjunto de ciudadanos al que dicen representar, y a los que se deben. Aunque no es extrapolable, no podemos cerrar los ojos a que hoy hace siete días los españoles –también los abulenses– demandábamos en las urnas mayorías suficientes que no atomicen el poder hasta asfixiarlo. Durante la semana que ha seguido a los comicios los diferentes partidos han hecho lecturas más o menos convincentes sobre los resultados propios y ajenos. Un destacado dirigente de uno de los denominados partidos emergentes sugería –matando al mensajero– que el batacazo de su formación pudo deberse a la certeza que en la victoria tenían muchos de sus votantes, que se quedaron en casa.

Cuando, hace un año, algunos quedamos por voluntad popular fuera del órgano al que concurríamos no se nos ocurrió adjudicar tal hecho a un error de la ciudadanía ni a una disfunción del sistema. Faltaría más. El mandato popular lo era para cuatro años y con el equilibrio de fuerzas que arrojaron los resultados. Nos educaron en el respeto a las normas, a los argumentos, en el valor del diálogo y el consenso, claves de una partida larga y fructífera. Si algunos quieren ahora golpear el tablero de juego y desbaratar la aún incipiente partida deberían quizás esgrimir poderosos argumentos que les desmarquen de la rabieta del chiquillo que ve amenazada su bandera.

[Publicado en el Diario de Ávila el 3 de Julio de 2016]

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