En corto

Avilacine es uno de esos felices acontecimientos que marcan la diferencia entre lo vulgar y lo bien acabado. Un acertado producto, a medio camino entre lo lúdico y lo cultural, diseñado para el público, y no para mayor gloria del artista o promotor. Una propuesta sincera que, disfrazada de concurso, ha abarrotado de emociones las postreras horas de nuestra jornada y de certezas la Sala de Cámara de Lienzo Norte. Hay talento, creatividad, valor y futuro en el cine, como lo hay en tantos otros ámbitos del país. Hay motivos para el optimismo.

Las primeras ediciones de este joven festival de cortometrajes fueron para mí todo un descubrimiento. Quizás porque la concisión del formato añade un atractivo especial al género. Un solo trazo cinematográfico sirve aquí para sondear nuestros afectos, planteando interrogantes que nos acompañan hasta mucho después del final de la proyección. De hecho lo presentado no suele ser más que el cabo que el artista nos arroja para alcanzar, a través del tamiz de la sensibilidad de cada uno de nosotros, tantas conclusiones posibles como espectadores hay en la sala.

Durante toda la semana he tenido la sensación de vivir mi propia sección no oficial de cortos. Quizás la vida no sea realmente un largometraje, sino una serie de secuencias que se entrelazan para dar forma a nuestro particular filme vital. El guión no está escrito, el clímax está por determinar, y el final permanece tan abierto como al principio. Mis ojos, en su habitual deambular, han encontrado esta semana llamativos encuadres, hasta entonces desconocidos, en los rincones más insospechados. Imágenes y composiciones que hasta ese momento me eran ajenas se han presentado ante mí con total nitidez. Mis oídos –quizás en este caso algo más predispuestos por mor del oficio al que llevo entregado más de treinta años– han discernido estos días con mayor claridad entre notas un guión que nunca sonó tan sincero y hermoso, por auténtico. Las personas con las que me he cruzado han constituído por unas horas un peculiar reparto que interpretaba asimismo su propio papel.

El cine comparte con el teatro y la música el privilegio de correr en el tiempo. Artes vivas que requieren del espectador para serlo. Artes que discurren, siquiera brevemente, paralelas a nuestra propia existencia y que, como fieles compañeras de viaje, nos interrogan sobre nuestros anhelos, nuestros sueños, nuestros miedos. Artes que nos devuelven por unas horas nuestra imagen en el espejo –pantalla, proscenio – y nos regalan el criterio para decidir si nos gusta lo que vemos o si, por el contrario, queremos cambiarlo.

[Publicado en el Diario de Ávila el 22 de Mayo de 2016]

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