Dar la nota

El pasado miércoles, emanadas de las elecciones del 20 de Diciembre, se constituyeron las Cámaras correspondientes a la undécima legislatura. Sus señorías juraron o prometieron – fueron varios los que evitaron ambas fórmulas, enunciando en el mejor de los casos, y recitando en el peor, aprendidas florituras léxicas y originales hipérbatos – sus cargos en un acto que tuvo en muchos momentos más tintes de show televisivo que de solemne evento institucional. Bien es cierto que parte de la responsabilidad de que esto sea así recae precisamente en los medios de comunicación, que a veces centran el foco más en las formas que en el fondo. Conscientes de ello, algunos aprovecharon la ocasión para hacer lo que mejor saben, que es dar la nota, en un flagrante ejemplo de intrusismo laboral pues para eso ya estamos los músicos. Aunque, a diferencia de aquéllos en nuestro caso es lo que se espera de nosotros.

Una de las recomendaciones que solían darnos nuestros abuelos y maestros era la de procurar pasar por la vida sin dar que hablar. “Por sus frutos los conoceréis”, que decía San Lucas. No por sus aspavientos, añadiría yo. La discreción, seña de corrección, educación y respeto, parece hoy sin embargo ir perdiendo seguidores. Los egos y la necesidad de algunos de hacerse notar amenazan con dar al traste con lo que otrora se consideró virtud.

En la Carrera de San Jerónimo hubo de todo. Algunos diputados valencianos hicieron preceder su llegada con banda de música. Solo pendones y trabucazos faltaron allí para montar, cual berlanguiana estampa, la de moros y cristianos. Luego esa otra señora que mantuvo durante la sesión a su bebé en el regazo, excepción hecha de los momentos en los que algún compañero de bancada le hacía carantoñas – al niño, no a la señora – cuando ella le daba el pecho – al niño, no al compañero– . Parece que en este caso nadie consideró necesario pixelar el rostro de la criatura, que fue portada de diarios y cabecera de informativos. Puede que la práctica de utilizar a su propio hijo como centro del debate político sea considerada legítima reivindicación por su madre. Ella sabrá, pero conviene que la próxima vez se aclaren antes de acceder al hemiciclo, porque algún diputado propuso al bebé – me preguntó qué pensarían los votantes de este simpático diputado anónimo – para ser presidente del Congreso. Como si no tuviéramos bastante ya con el sainete institucional catalán para tener que montar circos en respetables carpas donde algunos payasos de cartón piedra pretenden hacer sombra a honorables leones de bronce.

El tratamiento de señoría que se dispensa a las personas que ostentan cargos representativos requiere de lo que comúnmente se conoce como «sabe estar». La señoría, cualidad ésta del señor, como el honor, se presupone, y algunas veces por lo visto quid natura non da, votum non prestat. Aunque algunos prefieran apuntarse a la moda del antes muerta que sencilla, otros pensamos que la corrección, la cortesía y el respeto a las reglas del juego, a tus compañeros, tus votantes, y tus no votantes, son hoy y siempre la mejor muestra de modernidad.

[Publicado en el Diario de Ávila el 17 de Enero de 2016.]

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