El atasco

Semana de atascos esta que termina. No me refiero a los culinarios, que se vislumbran ya en lontananza a juzgar por los primeros indicios navideños que se barruntan en los medios de comunicación – reserve hoy, disfrute en nochebuena, pague cuando pueda –. Sino a los de los otros medios, los de transporte. A principios de semana medio Madrid se veía obligado a contemplar contra su voluntad las sutiles modulaciones cromáticas del paisaje capitalino desde la ventanilla de su vehículo ante el monumental atasco propiciado por, según unos, una impredecible acumulación de averías en la coronaria M-30, y según otros, la ineficiencia del gobierno local. Bueno, eso y que llovió un poquito. Porque de todos es sabido que la lluvia en Madrid tiene consecuencias apocalípticas, no como en Sevilla donde, como suele decirse, es una maravilla.

Ante el colapso circulatorio seguro que alguno de estos abnegados conductores optó por esquivar posibles trombos en días siguientes optando por el transporte público. Como el AVE, por ejemplo, flamante enseña del pujante progreso patrio y valor refugio de gobiernos de todo signo durante los últimos lustros. Mala elección: el jueves unos desaprensivos con sus cizallas paralizaban de buena mañana la mitad de la red ferroviaria de alta velocidad, sesgando con el corte de apenas unas pocas hebras de fibra óptica el discurrir de los vagones de medio país. De nuevo cientos de viajeros quedaron atrapados en el atasco ferroviario.

Ajenos al desaliento, como para afrontar con algo más de optimismo el fin de semana – que además es puente –, los informativos del viernes nos obsequiaban con las impactantes imágenes de un atasco de miles de vehículos en un peaje de cincuenta carriles, cincuenta, en el único país que nos supera en kilómetros de alta velocidad: China. Esto sí es un atasco como dios manda. Siempre hay quien está peor. Mal de muchos, ya se sabe.

Nos topamos así de bruces con que determinados modelos de movilidad son más que cuestionables. El diagnóstico circulatorio parece sugerir que está muy bien poder llegar en tren de un punto a otro de la península en menos que canta un gallo, pero que no poder ir ni en lo que cantan dos a otros muchos puntos del país no lo está tanto. Quizás un by-pass quirúrgico para conectar con vía convencional y con trenes medianamente puntuales todas las capitales españolas podría ser un buen modo de encarrilar el asunto. Sería posiblemente más barato que la expansión de la alta velocidad – es público y notorio que la alta velocidad española a día de hoy dista mucho de ser rentable –, y desde luego mucho más respetuoso con la ciudadanía de medio país, que paga sus impuestos y que ni vive en Madrid ni ganas que tiene. Evitar que cada gota del torrente circulatorio por carretera confluya a la fuerza en el nudo gordiano de la capital española, podría ser otro tratamiento de choque.

Países como Brasil o Nigeria ya padecieron en su momento las consecuencias de indiscriminados modelos centralistas y se vieron obligados a trasladar sus capitales a ciudades de nuevo cuño para evitar el colapso. En nuestro caso, una distribución más homogénea de la inversión en infraestructuras de comunicación evitaría posiblemente estos problemas, generaría riqueza en zonas más desfavorecidas, y mantendría núcleos de población más diversos y con mayor calidad de vida. No se trata de llegar antes, sino de poder llegar. Y de paso de disfrutar del trayecto.

[Publicado en el Diario de Ávila el 11 de Octubre de 2015.]

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