El tono

Cualquier buen comunicador sabe que tan importante como el mensaje es el tono. Mientras en la música el tono determina el carácter, el color, la esencia misma de la idea que se pretende transmitir – el do menor de la marcha fúnebre de la tercera sinfonía de Beethoven y el la mayor de la séptima son ejemplos de caracteres opuestos –, en el lenguaje verbal éste viene determinado por las palabras que utilizamos. El castellano es ciertamente un idioma rico en sinónimos. Pero los equivalentes absolutos no existen y dos palabras, por similar significado que encierren, contienen siempre matices distintos que justifican su propia coexistencia. El mismo motivo por el que en música no está todo escrito en do mayor y en la menor. ¿Qué sería de los lienzos de Tiziano sin esos intensos tonos de rojo y azul que dotan a sus personajes de una fuerza que las solas formas no serían capaces de alcanzar? También lo que los fisiólogos llaman tono muscular determina nuestra capacidad para movernos, para responder rápidamente a los estímulos y para realizar acciones concretas de un modo efectivo.

Si el tono forma pues parte sustancial del mensaje, convendrá prestarlo tanta atención, o más, como al contenido de éste, para comunicarnos con fluidez y corrección. Con el advenimiento de las llamadastecnologías de la información y la comunicación – los wassapp y los tweets, por ejemplo – el tono tiende a quedarse atrapado en la red. ¿Como saber si el mensaje es formal o irónico, por ejemplo, si no podemos ver la expresión de los gestos de nuestro interlocutor, o percibir las fluctuaciones de su voz que le delaten? Esta carencia del metalenguaje en las nuevas tecnologías ha tratado de solventarse con la invención de los emoticonos, esas caritas sonrientes que comenzaron siendo un punto y coma y un guión y dos puntos, y que ahora se cuentan por cientos de pequeñas imágenes que, supuestamente, nos permiten adosar – aunque nunca integrar – al mensaje el tono que queremos que contenga. Algunos son incluso expertos en componer misivas completas exclusivamente a base de estos emoticonos, aunque quizás con el mismo escaso éxito con el que un músico pretendería transmitir la emoción de una obra musical explicándola, diseccionándola, y ofreciendo tan solo algunos acordes del tono en cuestión, sin melodía, ritmo, o textura alguna. Lo que pudo ser un suculento manjar lleno de matices se convierte así en mera sucesión de ingredientes, que no han hervido juntos el tiempo necesario para fundir sus exquisitos sabores.

El talento de los grandes artistas, escritores, músicos, o pintores, nos muestra que unas pocas palabras, una puñado de notas, o unos mínimos trazos sobre el lienzo son más que suficientes para transmitir un mensaje tan profundo que a menudo son necesarias generaciones para aprehenderlo en su integridad, si el tono es el adecuado. Decir mucho con poco, encriptar sutilmente parte del mensaje bajo las palabras. Encerrar bajo las notas – que no son la música, aunque sí lo más cercano a ella – la parte auténticamente valiosa, como si de un tesoro se tratase. Tal es la práctica del artista. Extrayendo conclusiones más prosaicas para nuestro día a día, seguro que podemos evitar más de un malentendido invitando al amigo con el que chateamos en la red a chatear – tomar un chato, que dicen los que saben de esto – en el bar, o al menos a gozar de su amena conversación cara a cara. El mensaje, el negocio, y seguramente nuestra amistad tendrán probablemente más éxito.

[Publicado en el Diario de Ávila el 19 de Abril de 2015.]

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