Cosas de la vida

En un colegio cualquiera de una pequeña localidad española cualquiera Lucas, un muchacho callado y discreto, comparte pupitre con Miguel, a quien todos conocen por su denodado empeño en conseguir sus objetivos. Cada día, mientras escucha con atención las clases de historia de la antigüedad griega o lee junto a sus compañeros las obras de Machado, Lucas observa a su compañero Miguel quien, mirando a través del cristal del aula, no parece estar muy interesado en todo aquello.

A la salida de clase, Miguel acostumbra reunirse con aquellos chicos mayores quienes, con cierto aire de superioridad, le dan nociones acerca de lo que ellos llaman las cosas de la vida. Por su parte Lucas, de camino a casa, no puede evitar ser seducido por aquellos grandes carteles que anuncian por todo el barrio las excelencias de ese famoso concurso de televisión, las bondades del último videojuego de moda, o el triunfo del joven cantante al que todas las chicas del colegio adoran. Es difícil sin duda abstraerse de ese derroche publicitario sin cuartel que lo inunda todo. Lucas nunca ha entendido sin embargo por qué los versos de Machado tienen que ser menos atractivos que todo aquello. Para él desde luego lo son, y así trata de transmitírselo a sus incrédulos compañeros. Pero poco puede hacer él frente a semejante despliegue mediático, claro.

Con el paso de los años, Miguel se une a un exclusivo club con aquellos amigos suyos tan influyentes. Termina dejando los estudios ya que, como él dice, ni las elucubraciones de los griegos ni las incomprensibles palabras del poeta aquél le aportan mucho para las cosas de la vida. Como fruto de su pertenencia a aquel exclusivo club, Miguel pronto medra y se coloca en un puesto ejecutivo de un importante banco de la capital. A Lucas no deja de sorprenderle aquello, dado que Miguel nunca estudió una carrera ni nada parecido. ¿Cómo habrá llegado Miguel allí? Quizás son aquellas cosas de la vida en las que es tan experto las que le han valido ese puesto, piensa.

Años después Lucas reconoce en la portada del periódico a aquel señor encorbatado a quienes unos policías acompañan esposado camino del juzgado. Es Miguel. Parece ser que sus gestiones al frente de aquél importante banco de la capital no han sido muy transparentes que digamos, y que falta una enorme cantidad de dinero en las cuentas. Un buen número de personas se agolpan junto al coche al que suben a Miguel, increpándole. Algunos de los compañeros del club de Miguel le acompañan en las fotos a todo color de las páginas centrales. También hay socios de otros clubes que aparentemente no tenían nada que ver, pero que parecen haber seguido las mismas prácticas.

Solo entonces comprende Lucas lo que el estudio de la Historia, la Filosofía, o la Literatura han supuesto para él. Lejos de constituir un fin en sí mismos, le han aportado con el paso de los años un conocimiento de la realidad sobre la experiencia del pasado, sobre el saber de los que le precedieron, para no cometer los mismos errores, y para disponer de su propio criterio y hacer de él un hombre honesto y juicioso. Miguel siempre prefería tomar atajos. Lucas ha tenido sin embargo el inmenso placer de experimentar que es cierto lo de que se hace camino al andar.

Desde la quietud de su butaca, con una reconfortante sensación de gratitud hacia sus profesores, Lucas levanta la mirada del periódico que mantiene aún en sus manos mientras piensa que Miguel en el fondo tenía razón. Ciertamente, son cosas de la vida.

[Publicado en el Diario de Ávila el 2 de Noviembre de 2014.]

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *