Cortos

Mientras escribía, escuchando minuciosamente la banda sonora que Ennio Morricone creara para la inolvidable Cinema Paradiso, los arreglos musicales destinados a ilustrar junto a mi amigo Jesús Plaus la entrega de premios de la tercera edición del festival de cortos Avilacine, me daba cuenta, una vez más, de que el talento está en todas partes. Lo está en la música de estas reconocidas obras maestras de la gran pantalla, pero también se encuentra – feliz descubrimiento para muchos de los que han abarrotado la sala de cámara de Lienzo Norte- en las breves piezas cinematográficas que durante una semana hemos tenido ocasión de disfrutar. Si un largometraje es como un extenso menú de cinco platos, estas pequeñas joyas audiovisuales bien podrían compararse a unos exquisitos pintxos que condensan en su reducido metraje la esencia de ese talento del que este país es tan proclive a disponer pero tan propenso a ignorar.

Compartir conversación con los actores permite comprobar que sus inquietudes, ideales y objetivos suelen ser los mismos que los de nosotros los músicos. No en vano la música, el cine y el teatro son las tres únicas artes que se desarrollan en el tiempo y que requieren por tanto, necesariamente, de la figura del intérprete. En el cine o el teatro el actor deja de ser él mismo para transformarse en su personaje: en la música, el instrumentista interioriza la pieza para revivirla ante el oyente.

El buen hacer de estos actores, directores o guionistas no hace sino acrecentar la indignación de los que asistimos atónitos al esperpento de programación que puebla nuestras televisiones. Si el público, que ha abarrotado todos los días la sala de proyecciones del festival, ha dejado patente su interés por el buen cine que se hace en este formato, cabe preguntarse por qué entonces las grandes productoras se empeñan en inocularnos toda suerte de experimentos televisivos, y si puede ser en formato de concurso fratricida, mejor. Es cierto que en muchas ocasiones cuando acudimos al cine o ponemos la televisión tras una larga jornada de trabajo buscamos la mera distracción, sin mayores ambiciones estéticas o emotivas. Pero no es menos cierto que, a la vista de lo que el mundo del cine puede aportar, su papel podría ser mucho más interesante y enriquecedor que lo que le permiten. ¿Por qué no proyectar en nuestros cines antes de cada largometraje uno de estos estupendos cortos, por ejemplo? Si en el mundo literario ya hay un hueco para el relato frente a la novela, si la música de cámara o el piano coexisten felizmente desde hace tiempo con la música sinfónica y la gran ópera, ¿dónde queda el espacio para el arte cinematográfico en pequeño formato? Avilacine viene quizás, junto a otros veteranos festivales, a cubrir esta necesidad.

Iniciativas de este tipo son las que crean un poso cultural en la ciudad. Ideadas, organizadas y ejecutadas por profesionales, buenos conocedores del medio en el que se mueven, están condenadas al éxito. Si la música no pasa ahora por sus mejores momentos – la asignatura desaparecerá, si nadie lo remedia, del plan de estudios de nuestras escuelas -, el cine no lo tiene mucho mejor. De ahí la importancia de felicitar a los promotores de este festival por su trabajo, y a sus patrocinadores y a las autoridades municipales y regionales por su implicación y apoyo. Quien sabe, quizás llegue el momento en que los cortos sean solo lo que vemos en la pantalla, y no los que deciden qué se supone que debemos ver en ella.

[Publicado en el Diario de Ávila el 25 de Mayo de 2014.]

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