Entre nosotros…

Con todo este jaleo que se ha montado con el asunto de las escuchas de los servicios secretos, los pinchazos en los móviles de los jefes de gobierno, y las llamadas a consultas de los embajadores por un quítame allá esos wassap, uno cree vivir dentro de una película de agentes secretos. Como sea que la realidad supera siempre la ficción, miro ahora con cierto recelo mi teléfono, y él me devuelve la mirada – dicen que es inteligente- desde la insondable oscuridad de su pantalla. Quizás en lo sucesivo tenga que contestar con un amable díganme en lugar de con el acostumbrado diga. O despedirme con un afectuoso hasta más ver – la cortesía lo primero – para cada unos de mis misteriosos interlocutores. Existe la posibilidad de que el susodicho dispositivo esté monitorizando mi actividad, analizando los clics de mi teclado en busca de algún patrón oculto, a la espera de detectar una secuencia determinada para lanzar una llamada secreta a algún servidor remoto. Habida cuenta de que con su infalible gps sabe dónde hice la compra esta mañana, y que una amable voz femenina se pone a mi servicio cada vez que me acerco el aparato a la oreja para informarme de lo que me falta en la nevera, no me extrañaría nada que el día menos pensado reciba por mensajería un bonito detalle de cumpleaños de mi espía favorito.

Ahora bien: ¿realmente es tan interesante lo que yo diga, compre, anote u opine? Este tema de la privacidad no deja de ofrecer numerosas contradicciones. Nos rasgamos las vestiduras porque nuestra fecha de nacimiento ha aparecido furtivamente en un documento público cuando remitimos sin piedad docenas de correos electrónicos a otros tantos destinatarios sin duelo alguno por que los unos vean las direcciones de los otros. En la era de la ultradefinición las televisiones vuelven al arcaico pixelado para las caras de los menores – pixelaba yo a algún otro más arcaico, y más mayorcito -, mientras ponemos a disposición de la humanidad diversa en los timelines de nuestras redes sociales el arsenal de fotos familiar del fin de semana. No es la herramienta, es el uso que hacemos de ella.

Confiamos hoy en nuestro big brother favorito, el buscador de internet, más que antaño en el cuñado que siempre supo cómo reparar ese díscolo electrodoméstico, aún a costa de recibir después una publicidad que brota por doquier en nuestra pantalla y que, mire usted por donde, tiene que ver con electrodomésticos y cuñados manitas. Y es que la ciencia avanza que es una barbaridad, y lo que hoy es gratis, mañana no lo es tanto. El precio a pagar lo decidimos nosotros.

Me apasiona vivir en el mundo de la inmediatez, y me intriga como será el futuro de la comunicación tanto como me desconcierta saber que un chisme que llevo en el bolsillo se conecta con un satélite que está en el espacio. Puede que mi día a día carezca de interés, mientras que el de un jefe de gobierno o el de un directivo de un consejo de administración sea – o no – mucho más apasionante. Lo que es innegable es que este mundo 2.0 nos obliga a conocer bien los medios de los que disponemos y que con frecuencia utilizamos sin ser conscientes del potencial que encierran, pero que otros saben bien aprovechar a nuestra costa. Como siempre, el conocimiento destierra el miedo, y un buen uso de estas hasta hace poco impensables herramientas de comunicación nos permitiría contemplar este espectáculo de espías desde la acogedora tranquilidad de nuestro sofá.

Aunque, por si acaso, lea esto mejor en voz baja. Nunca se sabe…

[Publicado en el Diario de Ávila el 3 de Noviembre de 2013.]

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